Cerrar etapas, cortar vínculos, vivir duelos, dejar lugares, etapas, personas o el pasado atrás siempre implica despedidas que nadie nos enseñó a administrar. Cada cual hace lo que puede para entrenar un músculo imprescindible en una sana vida emocional, pero a veces lo atrofiamos, lo usamos mal o de frentón, con las consecuentes dificultades para nuestros vínculos y la felicidad.
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La vida es un continuo proceso de desapego y despedidas y aprender a hacerlo bien nos permitirá dejar la vida con paz y fecundidad para los que dejamos atrás.
Aprender a despedirse
Despedirse es un aspecto esencial de la vida que nos permite crecer y avanzar porque nos ayuda a aprender a aceptar las pérdidas. Aunque puede ser doloroso y conlleva emociones como tristeza, dolor, rabia o ansiedad, el acto de decir adiós a personas, situaciones o incluso a ciertas partes de nosotros mismos puede ser una experiencia transformadora y sanadora.
Y es que implica cerrar ciclos; liberarnos de emociones que, aunque dolorosas, son parte de la recuperación y crecimiento; empoderarnos y adquirir mayor autonomía y mejor autoestima; y la oportunidad para crecer a partir de nuestras pérdidas y dolores y sacar la mejor versión de nosotros mismos.
Formas inadecuadas de despedirse
Están asociadas a creencias disfuncionales no siempre conscientes en las personas que se oponen a aceptar la realidad para evitar el dolor, por lo que fantasean. Algunas de ellas son:
- La pataleta: es una rabieta que se salió con la suya y queda enquistada en la psique la idea de que se es omnipotente y se saldrá con la suya. Con ello evita la tristeza, que da lugar luego al consuelo y a la esperanza.
- La mariposa disecada: aquí el resentimiento ante la pérdida es muy callado y sutil y la persona congela el pasado devotamente como si siguiera existiendo. Lo “embalsama” y hace como si existiera el vínculo.
- El agujero del queso: son aquellos que conforman sus vidas melancólicamente, llenos de nostalgia y amargura, y no son capaces de seguir adelante llenos; están llenos de agujeros existenciales.
- El rico paralítico: es el que acapara todo y no puede moverse por temor a perder algo. Pueden ser cosas materiales, cargos o posiciones sociales, pero no le permiten disfrutar con libertad el fluir de la vida.
- La despedida de la goma de mascar del chicle: es la incapacidad para olvidarse de algo o de alguien en forma definitiva y dejarlo ir. Como un chicle se vuelve una y otra vez a él para ver si tiene algún “sabor” aún.
- Al fin solo: es cuando otros toman la decisión de despedirnos de un vínculo que no nos atrevíamos a cortar. Es la despedida del cobarde. Se viste de mártir.
- ¡No paaaasssa ná!: aquí la persona intenta evitar la despedida mediante la negación de la relación afectiva con lo que pierde. Puede ser porque la persona es muy insensible, desconectada o cínica.
Cómo despedirse más o menos bien
Nunca podremos evitar el dolor y la tristeza de una pérdida, pero sí queda la riqueza interior del aprendizaje y de poder seguir adelante. Despedirse es un proceso y tiene fases diferentes. Algunas de las siguientes pistas nos pueden ayudar a tener despedidas fructíferas:
- Valorar los regalos de la vida aunque no sean perfectos ni eternos: tomar lo que la vida nos vaya dando aunque tenga límites e implique tener que renunciar a ello en algún momento.
- Calibrar cuándo es el momento de despedirse: ni la precipitación ni la demora.
- Aceptar todas las emociones que conlleva el proceso: aunque no sean lógicas. Dejar que fluyan sin pelear con ellas.
- Cerrar asuntos pendientes: tanto materiales como aspectos internos, sobre todo la expresión de emociones y pensamientos nunca dichos, buscando la forma más adecuada.
- Desprenderse de lo que se va: no somos lo que hemos perdido.
- Aceptar la herencia: valorar lo que nos deja esa despedida y hacer un balance con las semillas positivas que puedo obtener para cultivar en el futuro.
- Celebrar el ritual de despedida: porque poseen un efecto catártico positivo que mitiga la ansiedad y canalizan las emociones.
- Darse tiempo para cicatrizar la herida: vivir el duelo en el que podemos reestructurar el tiempo y buscar consuelo y apoyo.
- Dejarse encontrar por la vida: aceptar con alegría y sin culpa los nuevos regalos no es negación ni infidelidad a los afectos vividos.