Después de mi viaje a Uganda (I)


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Este año, tras un largo viaje con pérdida de la conexión de vuelo incluida, regresé por fin a Uganda, país que no visitaba desde 2018, antes de la pandemia. Mi destino, el Ngora Freda Carr Hospital, un antiguo hospital misional protestante en el noreste del país, a unas seis horas de coche de la capital, Kampala, parte por asfalto y parte por carreteras de tierra.



Una vez más, allí me encontré las agudas paradojas de este continente: la estrecha convivencia entre grandeza y miseria, fealdad y belleza, riqueza y pobreza extremas, vida en abundancia en medio de la ausencia de medios, espacios compartidos de forma cotidiana por seres humanos y animales domésticos. Hay lugares del planeta donde nuestra especie se ha separado menos de la fuente primigenia de vida, la madre naturaleza, que vive a menos distancia. El África rural que conozco es uno de esos sitios. Quizás por ello la vida es más difícil, pero menos complicada; más “vital”, más intensa, en lo favorable y lo adverso.

Médico general

Energía natural

Una vida menos mediatizada por algunos de los avances técnicos que poseemos y que nos han separado de la madre tierra: vivimos rodeados por cemento y alquitrán, respirando aire muchas veces contaminado, lejos de la energía de la madre tierra. En el África rural, aunque sea a través de la suela de goma de un zapato, se percibe parte de esa energía. Siempre me hace reflexionar el hecho de que, unos miles de kilómetros al sur de Uganda, en la Zambia rural, se cree que nació la vida inteligente tal como la conocemos, cuando una primate se irguió sobre sus cuartos traseros y echó a andar.

Esa experiencia de vitalidad y mayor espontaneidad, de una mayor profundidad vital cuando se vive y se trabaja con menos medios materiales y técnicos, aun siendo a veces difícil (continuos cortes de energía eléctrica, ausencia de internet y por ello de WhatsApp, ausencia de herramientas diagnósticas), obliga a una existencia y una praxis médica quizás más auténtica, más retadora, echando mano de los recursos personales y profesionales. Es también, en cierto modo, una experiencia de Dios, en tanto nos dirige a nuestro interior para encontrar razones y motivos, habilidades y capacidades. Allí podemos encontrar a quien es “más interior que lo más íntimo mío”, en la bella expresión de san Agustín.

Tiempo para los sentimientos

He preferido, en esta primera entrada sobre mi viaje, en vez de narrar hechos y episodios concretos –que dejo para ulteriores momentos–, compartir con ustedes mis sentimientos de esos días, elaborados en los largos ratos en la casa donde nos albergaron y en paseos por la zona: en los ratos en que no trabajaba en el hospital viendo enfermos, en ausencia de ordenador, radio y televisión, hay que llenar el tiempo y la reflexión. Junto con la lectura, ese era uno de mis métodos habituales.

Recen por los enfermos y por quienes les cuidamos.