Actualmente hay muchas personas confinadas doblemente: por la esclavitud de la trata y por la pandemia. Así lo ha denunciado la Organización Internacional del Trabajo al detectar el agravamiento de la situación de las más de 40 millones de víctimas de la trata y la explotación de seres humanos en el mundo. “La falta de libertad de movimiento causada por el confinamiento y las restricciones de viaje adoptadas en muchos países -explica Caritas Internationalis- ha hecho que las víctimas de la trata tengan menos probabilidades de escapar y encontrar ayuda”. Una auténtica esclavitud del siglo XXI, según denuncia el papa Francisco, mientras seguimos mirando para otro lado.
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Recuerdo un hermoso sueño que cuajó en un proyecto eclesial para abordar y concienciar sobre este fenómeno. Se llamaba Liberata, con cinco o seis mujeres ejemplares y muy concienciadas y con ganas de colaborar laicalmente en complemento y colaboración con las ejemplares congregaciones religiosas que –por identidad carismática y por acción se dedican a ayudar a las personas esclavas de la trata. Cada vez se va afirmando una más estrecha red de Iglesia.
El departamento de Trata de la Subcomisión de Migraciones de la Conferencia Episcopal Española aborda, analiza y actúa frente a este fenómeno. Se “enredan” instituciones, asociaciones, delegaciones… colectivamente y en equipo precisamente para “desenredar” los hilos que tejen criminales traficantes a tantas víctimas de la trata. Hoy rescato algunos de sus pronunciamientos primeros en el Día Internacional contra la Trata para unirme al carro de las reivindicaciones contra esta violación de Derechos Humanos.
“La prostitución, que nadie se engañe, no es una conducta sexual y, por lo tanto, no es un modo de vivir la sexualidad. Tampoco es un mal necesario, argumento con el que hombres y mujeres, dentro y fuera del matrimonio, encubren conductas masculinas de dominación bajo la falsa apariencia de necesidades fisiológicas”. Nos lo dejó bien escrito María Teresa Compte, miembro del Foro de Trata de la CEE, que junto la Red intereclesial contra la trata se acercaban al fenómeno de frente, sin darles la espalda. Porque “la prostitución es un negocio muy lucrativo que funciona a costa de mujeres engañadas y que creen que la actividad que ejercen les confiere una identidad indeleble; que soportan la violencia física con relaciones sexuales practicadas sin descanso. Usadas para satisfacer demandas inmediatas cuya mayor virtud, dicen los clientes, es que no generan responsabilidad alguna. Esclavas de quienes las explotan que enriquecen a aquellos que solo las ven como una inversión en medios de producción. Mientras las victimas viven sometidas a un proxeneta que les alquila un tramo de calle, un bolardo en una rotonda, un árbol de una céntrica calle o, en el mejor de los casos, una habitación en un club o macro burdel que, además, sirve para blanquear dinero”.
El libre consentimiento, una falacia neoliberal
Es urgente acabar con los debates estériles sobre la prostitución y liberar a esas mujeres. Es una falacia neoliberal lo del libre consentimiento; es una hipocresía social y una asquerosa complicidad de las instituciones públicas y privadas. Con la prostitución se fomentan la humillación y la mercantilización de la mujer, la esclavitud y la tristeza. A estas alturas, nadie puede mirar para otro lado o alegar desconocimiento sobre los pérfidos caminos y exigencias de las mafias y la inhumana existencia, horrorosa, de miles de mujeres, incapaces de liberarse de una permanente condena mafiosa. Es preciso impulsar ya campañas eficaces (sensibilización, educación y acción) contra ello. Incluso frente a los escaparates mediáticos como el de la publicidad explicita o sibilina. Un fenómeno que a su vez alimenta la desigualdad, incita a cometer delitos y consagran formas de dominio inadmisibles en una sociedad de iguales. Cada prostituta depende de un solo hombre, pero las utilizan muchos otros.
El análisis y la denuncia está bien. Pero con ello también hay que saber escuchar a las víctimas. Como una vez le oí a Helena Maleno hace pocos años en una impresionante conferencia sobre su experiencia con estas mujeres. Ya sabéis que Helena es una gran activista defensora de los derechos humanos. Helena salva las vidas en el mar (obligación primera de las administraciones de las dos orillas) de los que no saben que esos y los de todos los puntos cardinales del mundo son mares… sin riberas. Sin abrazos que esperen en las playas. Narraba así una de los testimonios que recibía :
“A Erin se le sigue quebrando la voz cuando explica que a pesar de ser una superviviente, una esclava sexual nunca llega a curarse del todo. (…) Después de 15 años sigue quebrándose su voz cuando habla en público porque explica que a pesar de ser una superviviente, una esclava sexual nunca llega a curarse del todo. Relata con detalles su captación, transporte desde Rumanía y su posterior explotación en el Estado español. Con la realidad de su historia define todo el proceso y las claves para entender el negocio criminal de la trata. Parece que el tiempo no hubiese pasado, sus recuerdos son tan claros como si los viviese en ese momento. Noto un escalofrío que me sube desde la espalda y me pregunto cómo se puede terminar con esta lacra normalizada por nuestras sociedades capitalistas y globalizadas…”.
Es importante acercarse a los testimonios vivos. Hay muchas maneras de hacerlo y ¡ahí se encuentran también monjas por ejemplo que lo hacen con discreción y sabiduría y nos pueden enseñar si queremos! Todo ello para que las letras y las palabras no se queden cortas. Saben de Testimonios de cualquier mujer esclava y con alegría mustia. Objeto no solo de miradas publicitarias o miradas cercanas y acosadoras a su piel, repetidas en miles de escaparates televisivos y callejuelas, parques y caminos. Objetos degradantes para depredadores e inhumanos. En esta denuncia me reafirmo.
Recuerdo un cartel de la CEE de hace años propuesto como atención y mirada vigilante de mucha gente de Iglesia antes este fenómeno. Se trataba de una emigrante mirando al mar. La trata de personas y el tráfico con los migrantes son dos realidades que siempre están vinculadas. El mar, obstáculo y cementerio muchas veces, debería ser no cementerio absurdo sino camino para las estelas de la libertad y así facilitar de manera regular y segura los sueños limpios de rutas protegidas para una vida digna y libre.
Que mejor que robarle versos a García Lorca para expresar esos sueños a los que aspiran, como aquellas mujeres –similares a las del cartel antedicho– que vi sentadas en los riscos de las costas del norte de Marruecos oteando la península mirando al mar: me hablaban de que querían alcanzar la libertad. Y que “si pudieran volarían por encima del mar” para alcanzar como aves migratorias espacios de trabajo, dignidad y libertad. Muchas de ellas con pañuelos blancos en la cabeza. Evoqué entonces aquellos versos de Lorca:
Pero me iré al primer paisaje
de choques, líquidos y rumores
que trasmina a niño recién nacido
y donde toda superficie es evitada,
para entender que lo que busco tendrá su blanco de alegría
cuando yo vuele mezclado con el amor y las arenas.
‘Cielo vivo’, del libro ‘Poeta en Nueva York’