Hay acontecimientos disruptivos que cambian la historia de una generación y, sin duda, la pandemia del Coronavirus es ya el catalizador de un giro en el rumbo de la Humanidad. Habrá hechos que profundicen en esos cambios –guerras, descubrimientos, santos, catástrofes–, pero la huella del Covid-19 será el comienzo de un nuevo capítulo en los libros de historia que estudien quienes nazcan en estos días.
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Efectivamente, el Coronavirus catalizará las luchas de una generación. El vórtice es el eje que está en el centro de un torbellino, un tornado, una enorme espiral. El Coronavirus será el gran vórtice de la generación que actualmente está al frente de la vida pública –empresas, sociedad civil, ciencia, cultura, religión, política, etc–.
A veces necesitamos hacer macrohistoria –una lectura de época, ver la historia como grandes procesos– para poder comprender lo que nos pasa hoy. El Covid-19 es parte de una secuencia mayor. Cada cierto tiempo en la historia hay elevaciones o hundimientos que forman encrucijadas en las que la Humanidad cambia de dirección. Son cambios tectónicos que tienen catalizadores muy concretos que concentran toda la energía moral y producen una encrucijada. Ha habido otros en la historia. El más reciente, a mitad del siglo XX.
El vórtice del siglo XX
En 15 años desde 1930 a 1945, hubo un terremoto histórico. La crisis de 1929 nos demostró que al capitalismo no le interesa ni el orden social ni la moral. A la vez que comenzaba la Guerra Civil española –donde Madrid jugó el papel simbólico central, por cierto–, el Gulag soviético se consolidó como el más extenso y duradero sistema de campos de concentración de la historia. La II Guerra Mundial trajo Auschwitz, el mayor horror que haya existido. En 1945, Hiroshima y Nagasaki recibían la mayor destrucción. Los Cuatro Jinetes del Apocalipsis habían cabalgado juntos otra vez. En solo 15 años, el mundo se hundió a la mayor sima moral que haya conocido.
A continuación, la humanidad giró: se aprobó en 1948 la Declaración Universal de Derechos del Hombre y se constituyó un sistema de organizaciones mundiales para traer la paz. Los Bloques de la Guerra Fría se empeñarían en que continuara la lógica anterior que nos llevó a la II Guerra Mundial.
El Covid-19 sucede en medio de la Gran Desvinculación
El coronavirus forma parte de una cadena de acontecimientos que están trenzados. Sucede en medio de una crisis medioambiental extraordinaria manifestada en el calentamiento global y la Sexta Extinción de especies naturales. Precisamente, un fenómeno ligado a esa Sexta Extinción –el tráfico y consumo ilegal de animales salvajes– parece estar en el origen del Covid-19 en Wuhan. Y es que el Covid-19 es, sobre todo, una crisis ecológica.
Esta crisis pandémica sucede cuando el mundo comenzaba a salir de la crisis económica que, provocada por la gran estafa de los activos tóxicos generada en Estados Unidos, se prologó durante diez años. Creó tal catástrofe económica en todo Occidente que hundió a las clases medias, hizo que una gran proporción de población se convirtiera en una clase social muy vulnerable –el Precariado– y destruyó un tercio de la sociedad civil. Las crisis sociales duran el doble que las financieras: todavía le quedaban a la gente diez años más para la recuperación social, cuando llegó el Coronavirus.
La crisis financiera provocó una crisis de confianza pública tan grande que en todo el mundo resurgió el populismo, la ultraderecha y el nacionalismo. En algunos países y regiones se hicieron con el poder gobiernos supremacistas: Estados Unidos, Reino Unido, Brasil, India o Filipinas constituyeron el eje principal. En otros países como Rusia consolidaron su poder. En otros como Francia, Italia y parte de Europa recabaron un enorme apoyo. Arrinconados por su ineficacia, sintieron la tentación de intentar sobrevivir como suelen hacer los tiranos: con una guerra.
En realidad, ya estábamos inmersos en una guerra con el Yihadismo. A su vez, Rusia ha inflado conflicto por todo el planeta, manipulando incluso elecciones generales. El mundo libre se quedó impotente ante el conflicto en Siria, que perdió estrepitosamente. Una enorme corriente del Sur al Norte lleva una marea incesante de emigrantes y refugiados que nos han dejado algunas de las contradicciones e imágenes más duras de lo que llevamos de siglo XX.
Los refugiados y naufragios en las fronteras europeas –Lesbos, Lampedusa…–, las caravanas a lo largo de México, los nuevos muros –y, como símbolo, la foto en 2015 del niño de tres años, Aylan Kurdi, muerto en una playa tras el naufragio de su balsa– golpean con fuerza un mundo que se había quedado sin alma. En 2020, cuando el Coronavirus ya había comenzado a expandirse, habíamos llegado a la conclusión de que el mundo se nos había ido de las manos. Los Derechos Humanos y la democracia ya no se podían dar por supuesto.
China, donde había continuado la dictadura, reforzándola con una clase militar convertida en los mayores capitalistas, ganaba legitimidad por su poder financiero y, ante la crisis de la democracia en Occidente, ganó consolidación como una opción y no como excepción.
La crisis económica había provocado un recorte de inversión pública que debilitó los sistemas de protección de los países occidentales. Ya el neoliberalismo venía debilitándolos a través de la mercantilización de los servicios básicos –como la vivienda que hace imposible la sostenibilidad de los vecindarios y las familias jóvenes– y la extensión de una cultura global individualista, utilitarista y superficial. Hasta la cultura, la literatura y el arte estaban mercantilizadas y entregadas a la lógica capitalista del populismo.
El relativismo moral iba destinado directamente a la relativización de los Derechos Humanos y el valor sagrado de la vida humana. Durante dos décadas se había producido la Gran Desvinculación que minó las relaciones sociales esenciales en las familias, los vecindarios, entre compañeros de trabajo, en una ciudadanía más polarizada por la división ideológica y supremacista. Las redes sociales y el Internet creados para universalizar, fueron usados para dividir, alienar y manipular. Precisamente, ese es el título y lema que elegimos para el Informe FOESSA de 2019, La Gran Desvinculación: ahí está el centro de todos los riesgos y males.
La tentación era encerrarnos en los nacionalismos, la xenofobia, el egoísmo y las instituciones encastilladas. Como dijo Donald Trump en su discurso ante la ONU el 24 de septiembre de 2019, “el futuro no pertenece a los globalizadores, sino a los patriotas”. El mundo ya no era el que vio lúcidamente reflejado en una Universalidad de Derechos Humanos la generación tras la II Guerra Mundial, sino al Supremacismo. En ese estado de debilidad social, política, económica y cultural, llegó el Coronavirus.
Los movimientos de la esperanza
Frente a esa crisis, es cierto que han ido surgiendo nuevas movilizaciones, creaciones y esperanzas ciudadanas. Propugnaban otro modelo de contrato social basado en la Sociedad de los Cuidados, que incluye desde la humanización urbana hasta la democracia deliberativa, pasando por las comunidades de hospitalidad, el arte desmercantilizado, la renta ciudadana o la gobernanza mundial. Esa espiritualidad del cuidado ha ido extendiendo una alternativa de vida más lenta, sostenibilidad ecológica y mayor profundidad.
Desde 2010 se extendió un nuevo movimiento generacional de Indignados que partiendo de la Plaza Syntagma de Atenas ocupó las principales capitales de Occidente –Puerta del Sol de Madrid y Wall Street en 2011–. En 2010 también se produjo en todo el mundo musulmán la conocida como Primavera Árabe. En 2017, las movilizaciones del #MeToo aceleraron la formación de un movimiento feminista mundial que impulsó transformaciones profundas en las familias, las relaciones sentimentales, la seguridad de las mujeres y la igualdad.
En 2018, una nueva generación muy joven irrumpía en la conciencia mundial con las manifestaciones de la Juventud por el Clima. El papa Francisco es en esos años el líder mundial más valorado (51% en 2019), impulsando la revolución de la ternura, la espiritualidad del cuidado, la democracia universal y una reforma profunda de las religiones, las culturas, la economía y la política desde los principios de misericordia, inclusión y fraternidad.
El Covid-19 no tiene patria
Es lógico que Trump insista en que el Coronavirus es el “virus chino”, porque frente al coronavirus, el Supremacismo y los nacionalismos se vienen abajo. La gestión que los líderes populistas hacen de esta crisis, raya en la criminalidad. Los populismos se han estrellado contra esta pandemia. Porque el coronavirus n tiene patria. Tampoco tiene patria la igualdad, ni los Derechos Humanos, ni el cambio climático tiene patria, el hambre no tiene patria ni tienen patria los pederastas ni los ricos que atesoran su capital en los paraísos fiscales. No tienen patria las compañías que condenan a sus trabajadores a ser falsos autónomos, parecen liderar la vanguardia digital y casi no pagan impuestos. No tienen patria los teléfonos móviles cuyos componentes son fabricados por todo el mundo, desde el infierno de las minas de Coltán del Congo hasta las megafábricas de China. El futuro no puede ser de los patriotas porque sin un mundo de ciudadanos libres, sabios e iguales no tenemos un futuro humano.
El Coronavirus es un gran vórtice histórico. Lo será porque es un acontecimiento temporalmente acotado en un periodo corto de tiempo, porque ha afectado globalmente a los cuatro puntos cardinales, porque ha supuesto una alteración radical de la vida ordinaria de la mayor parte de la población mundial, por el régimen de confinamiento que ha llevado a que la ciudadanía tenga tiempo para pensar y transformar su conciencia y corazón, por el duro impacto económico, porque muchas cosas de gran envergadura sucedieron por primera vez en la historia, porque une a todas las generaciones, porque solo se puede superar con unidad social y solidaridad, porque creó una radical incertidumbre capaz de moverlo todo y porque se podía repetir. Un vórtice necesita un profundo impacto en las vidas cotidianas de la gente y este lo es. Y a la vez, un vórtice implica cambios sistémicos.
El Coronavirus es un vórtice histórico en el siglo XXI, ha abierto una enorme encrucijada. ¿Por qué camino vamos a ir, por qué camino vamos a ir tú y yo? Tenemos todavía por delante muchos días de cuarentena para seguir razonando, dialogando, meditando, rezándolo.