Tenían razón. Los cooperantes y misioneros, las ONG y la Iglesia tenían razón cuando nos advertían de que la desigualdad sanitaria que sufren los países del Sur no solo era una injusticia insoportable, sino un problema de seguridad mundial. Nos lo dijeron mil veces. Muchos cooperantes y misioneros han dado su vida por la gente más pobre en países del Sur y habrá entre ellos quienes hayan sucumbido a epidemias.
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El 2020 puede llegar a ser tanto el Año del Coronavirus como el Año de la Conciencia. El 2020 nos está grabando a fuego la conciencia sobre los virus globales, pero también la conciencia de ciudadanía global se está haciendo viral, se expande por todo el planeta.
Los patos salvajes de la Gripe Aviar
El comienzo de las pandemias quedó grabado en la conciencia global por la Gripe de las Aves al final del siglo XX. En 1997, se extendió desde Hong Kong la Gripe Aviar, clasificado como H5N1. Históricamente había sido identificada en 1878 y en ese momento fue denominada Enfermedad de Lombardía. La región acabaría siendo de nuevo casi siglo y medio después uno de los epicentros de la pandemia del coronavirus.
El origen estaba en los patos salvajes y su consumo. Su comercio hizo que se transmitiera a las aves de corral en los mercados rurales y de ahí al conjunto del sistema alimentario, muy especialmente el cerdo y los gatos. Todas las epidemias que hemos conocido han sido el resultado de la violación de los ecosistemas donde permanecían contenidas.
Esa Gripe Aviar tuvo un gran impacto en la conciencia mundial. Las mascarillas se extendieron. La pujante economía China no solamente podía transportar productos a todo el planeta, sino también una pandemia.
Pandemias sin respuesta
Las consecutivas epidemias repitieron el mismo patrón, siendo el SARS –Siglas en inglés del Síndrome Respiratorio Agudo Grave– de 2002, el que nos mostró que la Gripe Aviar no había sido una excepción, sino un riesgo creciente y recurrente. Si no se tomaban las medidas pertinentes, podía alcanzar a los países occidentales, que parecían sentirse ajenos a esas enfermedades.
Desde entonces, se fueron repitiendo los brotes y la conciencia de que la ausencia de una gobernanza mundial de las epidemias hacía al mundo mucho más vulnerable. No obstante, no ganó posiciones en las preocupaciones ciudadanas de Occidente ni en las agendas públicas. En 2005 la Gripe Aviar volvió a golpear y en 2009 la Gripe A se llevó la vida de 18.000 personas.
Occidente tenía en mente la epidemia del SIDA que había aterrorizado a toda la población, había producido comportamientos masivos de pánico –compras compulsivas para acumular comida, psicosis higiénica colectiva, exclusión social y estigmatización de los homosexuales–, pero las gripes de Extremo Oriente tenían otra configuración sociológica y cultural. Pertenecían a países que se consideraban muy lejanos, con niveles de desarrollo social e institucional bajos y de cultura asiática, lo cual conllevaba un acento racista.
China no solamente era un peligro de competencia económica con las economías occidentales, sino un foco de enfermedad. Las pandemias chinas se convertían en una metáfora de la competencia comercial y el creciente refuerzo de China como potencia mundial.
La conciencia de Miguel y Manuel
El Ébola de 2014 elevó las alertas. El problema no era Asia, sino también África y posiblemente todos los países empobrecidos. La injusticia económica sobre esos países parecía volver como un boomerang en forma de pandemias. Mientras se mantuviera la pobreza sanitaria, educativa, institucional, etc. de estas regiones del planeta, la amenaza se había convertido en un patrón. La gente recordaba bien que el VIH se había originado en los chimpancés de África ecuatorial. La caza y consumo de primates sacó el virus de los ecosistemas donde estaba contenido y lo lanzó al mundo –por el consumo de chimpancés en 1930 y del mono mangabey en 1940–. El consumo continuado de otros muchos monos fue multiplicando los contagios en África hasta desatarse definitivamente globalmente en 1981, con su epicentro en Los Ángeles.
En esta ocasión, el Ébola generó un miedo mucho mayor que cualquier otra epidemia reciente anterior. Su letalidad era enorme: entre el 50% y el 90% de los infectados. De nuevo su origen estaba en animales de ecosistemas muy concretos que los seres humanos rompían. Los murciélagos de la fruta –que habían contenido el virus en sus cuerpos y no se veían afectados– eran, en este caso, los sospechosos, además de los monos, otro sospechoso habitual por su alimentación omnívora. El Ébola era visto por la ciudadanía todavía más lejano que las epidemias de Extremo Oriente. Pese a que África esté tan solo a 14 kilómetros de Europa en el Estrecho de Gibraltar, si globalización es muy baja. Formaba parte del conjunto de enfermedades catastróficas que las ONG y organismos internacionales relatan que sacuden el continente africano crónicamente. Sin embargo, en agosto de 2014, la OMS declaró la emergencia pública internacional y recomendó la adopción de medidas de contención, así como ayuda internacional solidaria a los países afectados –principalmente, Sierra Leona, Nigeria y Liberia–.
De las más de 11.000 muertes registradas, murieron 4 personas en Estados Unidos y de los cuatro contagiados en Europa, ninguno murió. Hubo tres casos especiales que causaron un hondo impacto en España, el de dos hermanos de San Juan de Dios que habían estado entregados a curar a los más pobres enfermos de Ébola en hospitales de Monrovia –Liberia– y Lunsar –Sierra Leona–. El enfermero Miguel Pajares y el médico Manuel García Viejo, fueron repatriados con el Ébola contraído y fallecieron respectivamente en agosto y octubre de 2014. Una enfermera que atendió al hermano Manuel se contagió a su vez. Se trataba de Teresa Romero, quien tuvo al país en vilo por su grave estado de salud, pero finalmente sobrevivió. Su perro Excalibur, no: fue sacrificado. Hubo otras alarmas que sufrieron principalmente ciudadanos nigerianos en España, pero, tras ingresarlos, ninguno padecía el Ébola.
Ahora que estamos amenazados por el Covid-19, pienso en los hermanos de San Juan de Dios Miguel Pajares y Manuel García Viejo, que entregaron su vida defendiendo a los pobres con Ébola y murieron como muchos de ellos, aunque en Madrid. Ellos, como muchas otras personas solidarias en países del Sur y las ONG, llevaban diciéndonos muchos años que debíamos construir un mundo justo y seguro para todos, que debíamos invertir mucho más en la seguridad vital de los países del Sur, que deberíamos tener una mejor gobernanza común de la salud mundial. La sociedad civil mundial, tanto ONG como la Iglesia, ha insistido una y otra vez en la necesidad de garantizar la sanidad mundial, respetar y defender del más fundamental derecho a la vida.
Nuestros Faros del Sur
El problema es que el nefasto ciclo político que sufrimos ha puesto al frente de países muy poderosos al nacionalismo y el supremacismo. Ese nacionalismo no es consciente que su unilaterialismo y estrategia del “Nosotros Primero”, es lo que ha llevado a ser incapaces de tener la mirada global que se necesita. Los virus pueden traspasar todos los muros de este mundo de redes móviles globales. Los supremacismos patrioteros son la fuente del problema y no pueden ser la solución. Solo una ciudadanía cosmopolita y la conciencia de Humanidad es una vía para la seguridad sanitaria.
Nos lo dijeron muchas veces quienes vivían en los países más pobres, quienes han sufrido una y otra vez el envite de las epidemias, quienes dieron su vida por curar, pero no los escuchamos. Ellos fueron los fareros que miraban lejos, que nos decían donde estaban los escollos y las rocas contra los que se iban a chocar nuestros arrogantes buques de Occidente. Finalmente, hemos encallado en ese frente contra los que desde los faros nos habían advertido.
Recordemos a todos esos cooperantes y misioneros iluminándonos desde los faros de sus compromisos en los países que menos defensas tenían contra las enfermedades. Aprendamos de ellos: son los expertos. Ya llevan mucha batalla contra los virus que enferman y contra los virus de la indiferencia. Estas pandemias se curan con medicinas, pero sobre todo con la medicina más poderosa de todas: la conciencia.