Esta crisis comenzó con una imagen: un nuevo virus con una corona de espinas. Luego fuimos conociendo otras representaciones en donde tomaba forma de mina marina. Las minas marinas son ciegas, no distingue amigos y enemigos, matan a todos. Las primeras fueron inventadas en China y las guerras europeas le dieron esa forma de esfera oscura y herrumbrosa, rodeada de varillas con espoletas en todas direcciones. Esta pandemia comenzó con esa imagen de la corona de espinas y acabaría colocándola sobre todo el planeta, una corona de espinas en cada meridiano y cada paralelo. Hoy es el día de la corona de espinas, de todo lo que tiene corona de espinas en nuestra vida.
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Creyentes o no creyentes, seres humanos de toda condición, creencia o tiempo, nos sobrecogemos ante el Viernes Santo. La ejecución pública de un inocente llorado por su madre y sus amigos, hace que dejemos de discutir si Dios existe o no, y nos unamos en una comunión de la compasión. En tiempo de coronavirus, este viernes 10 de abril es un día en que todos nos dolemos de esta crucifixión de la Humanidad que es la pandemia de Covid-19 y que ya ha matado a 100.000 personas en todo el mundo –cuando solamente está comenzando en gran parte de los países del mundo–.
Hoy la Humanidad se solidariza y duele con todos los inocentes, muy especialmente con quienes entregan su vida haciendo el bien. Todos pensamos en todos los sanitarios y profesionales de la seguridad, y otros muchos trabajadores y cuidadores que están arriesgando su vida y dándola.
A veces olvidamos que Jesús fue un ejecutado. No era necesario que Jesús muriera ejecutado, sino que le pusieron fin a su vida para que no siguiera destruyendo tanta muerte instalada entre nosotros. Fue en una cruz, instrumento legal, justo según los papeles. Podíamos tener sillas eléctricas, sogas o garrotes vil expuestos en las paredes de nuestras iglesias, en lo alto de los pináculos o colgando de nuestras gargantillas. Jesús no buscó su muerte ni fue llevado voluntariamente al Gólgota, sino que fue condenado, arrastrado a ello. Tampoco las víctimas del Covid-19 son naturales ni pérdidas de una catástrofe natural.
El olivo talado
Los romanos usaron olivos para fabricar cruces, pero la cruz no era un árbol, sino que era un invento humano. Dieron forma perversa a la naturaleza para matar. La crucifixión de cristo no fue culpa del olivo de donde procedía su madera, sino del olivo talado, torturado y dado forma para que colgara de él un inocente.
Los coronavirus posiblemente llevan millones de años sobre la faz de la Tierra. Los pangolines existen desde hace 50 millones de años. Los mercados de animales desde hace aproximadamente 13.000 años. La explotación hipercapitalista que ha cazado, traficado y vendido para comer millones de animales, es una novedad del siglo 21. Esta corona vírica de espinas que se ha puesto sobre la cabeza de la Humanidad ha salido de ese árbol, pero es el ser humano quien le ha dado forma.
La cruz del Covid-19 está hecha de violación de los ecosistemas por todo el planeta, desde el deshielo del Ártico hasta las matanzas de cetáceos de Japón, desde la Galicia quemada hasta el Amazonas. Según la revista científica Nature, cada año se talan 15.300 millones de árboles (investigación de Thomas Crowther, del Instituto de Ecología de Holanda). Desde el origen de la agricultura hace 13.000 años, se ha destruido el 46% de la masa forestal del planeta. La cruz del coronavirus está hecha de esa manera cortada.
La cruz del coronavirus está hecha también de rejilla de jaula, de barrotes de las jaulas donde se transportan y venden a animales salvajes por todo el mundo. China está tratando de luchar contra los mercados populares donde se venden desde cachorros de lobos a osos, pero el gran comercio es el de los millonarios extravagantes y supersticiosos que pagan por las especies más recónditas y escasas. Fuera de sus ecosistemas, esas especies son minas marinas que pueden estallar llenas de virus que todavía nos son totalmente desconocidos. Durante el siglo 21, estamos descubriendo cada año entre 111 y 190 especies nuevas. Todavía queda una gran parte de la biodiversidad por descubrir. Esas especies desconocidas, perfectamente encajadas dentro de sus ecosistemas, ¿cuántos virus desconocidos han domado dentro de sus cuerpos? ¿A cuántos vamos a meter en cajas con rejas y barrotes y transportar hasta la mesa de Epulón?
La cruz del coronavirus está también hecha de los barrotes de las prisiones donde la dictadura china confinó a los médicos, periodistas y activistas que denunciaron a final de diciembre de 2019 que se había desatado una nueva epidemia. Está hecha de uniformes y banderas prensados que defendieron la reputación del gobierno chino y muchos occidentales, en vez de hacer saltar la voz de alarma.
La cruz del coronavirus está fabricada con los billetes prensados de tanta corrupción que se ha llevado el dinero que tenía que haber sido invertido en bien común. Se desvían cada año 90 millones de euros de patrimonio público por corrupción. Está también hecha con billetes y monedas de quienes especulan con servicios básicos para sacar todo el dinero posible e invertir lo menos posible. La cruz está hecha de vacíos, hay parte de la cruz que son agujeros, carcomas que son paraísos fiscales, defraudaciones a Hacienda, recortes públicos en las políticas imprescindibles.
Campos de refugiados
La cruz del coronavirus está hecha de tela blanca de campo de refugiados, de plástico de chabola, de plancha metálica de infravivienda, de cartón en el que cada día siguen durmiendo en la calle la mayor parte de personas sin hogar que ya lo hacían antes de la cuarentena.
La cruz del coronavirus tiene la textura del conglomerado, están compactadas muchas cosas y podemos descubrir en ellas también trozos de ladrillo rojo de los barrios obreros donde más castiga el Covid-19, y también fragmentos de baldosas baratas de las residencias y albergues donde se mete a la gente a vivir y morir colectivamente, lejos de la comunidad que le haría feliz y vivir más y más sanos.
En la cruz también se ven batas verdes y mascarillas blancas de los profesionales sanitarios que dan sus vidas, perjudican su salud, tienen en vilo a sus familias, han caído enfermos. Todos los días nos curan y cuidan y lo hacen caminando como malabaristas sobre un cable muy delgado.
Los gestos que dividen
Hay en la cruz también madera muerta de las bancadas y atriles de los parlamentos, y mesas de despachos de políticos de todo el mundo, donde se esté metiendo miedo, manipulando la realidad, dividiendo, tratando de sacar tajada, no queriendo cooperar, robando respiradores.
En la madera también están las palabras que no he escrito y no he dicho, los gestos que dividieron, el dinero que no he donado, el tiempo que no he gastado para el bien, las desganas que no me comprometieron, trozos de las pantallas donde perdí vida. Sí, también hay cosas mías y quizás también tuyas y de cada uno.
Y todo esto desata la ira de los pedros del mundo, la desesperación de los judas, los desentiendos de los pilatos, los gritos de las turbas, las conspiraciones de los caifases, pero sobre todo el Viernes Santos nos enseñan que el modo más humano, el único que solo el amor puede hacer, es el de los abrazos de los juanes y marías junto a la cruz, el de los centuriones que se compadecen ante tal Pasión.
Hoy no el día de la ira, sino el día en que termina la ira. El Viernes Santo no es el día del escepticismo y el desespero, sino el fin de ellos para que reine la confianza y la esperanza. Es el día del abrazo y la compasión alrededor del dolor innecesario a que nos sometemos como Humanidad. Como centuriones nos quitamos las armaduras, nos quitamos las coronas, nos desarmamos de las espinas, las dejamos caer al suelo y miramos juntos, compasivos y abrazados, a lo alto de esta cruz.