Podemos hacer un mundo para todos en el que humanos y el resto de seres vivos podamos hacer la vida sosteniblemente, o, si seguimos la dirección del hipercapitalismo, se irá hacia un mundo segregado entre gente sin hogar, suburbios empobrecidos, barrios populares, suburbios encastillados y, en lo alto de la cadena trófica social, los búnkeres para millonarios. Es un mundo sin plazas, parques ni bienes comunes –salvo parte de los ejércitos (otra parte está privatizada como muestran las contratas a torturadores y compañías de protección militar)–.
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Búnkeres de lujo contra las pandemias
El ejemplo más exagerado de castillos para ricos es el de esos búnkeres que ya se han comercializado en países como Alemania o Estados Unidos. En Alemania los construye y vende la empresa Vivos Europa One. Es un complejo en subsuelo para 500 personas que, aunque parece desde el exterior un campo de prisioneros, está diseñado para defender a los inquilinos de todos los del exterior. Ha sido diseñado dentro de una montaña. En Estados Unidos ya hay varios. Survival Condo es donde mejor se ve la propuesta.
En 2008, un empresario compró un antiguo silo nuclear en un paraje rural de Kansas y lo convirtió en una urbanización subterránea a sesenta metros de profundidad en la que las viviendas se han vendido desde 1,2 millones hasta 4,5 millones de dólares. Un artículo de Marta Benayas en ABC recoge la idea del primer empresario que decidió lanzar este modelo, Larry Hall: “un resort de lujo para hacer frente al apocalipsis”.
Las websites que informan sobre este silo nuclear reconvertido, describen que hay tres tipos de apartamentos, siendo el más lujoso un dúplex de 300 metros cuadrados. Los otros tienen 85 o 180 metros cuadrados y en su conjunto está diseñado para que vivan 75 personas. Las primeras doce se vendieron nada más abrirse en 2011 y se está ampliando. La urbanización cuenta con supermercado, gimnasio, una piscina con cascada, club de vida vecinal, un rockódromo, un cine, una huerta interior y un centro médico. Tiene hasta parque interior para pasear al perro, con una cúpula que reproduce con gran fidelidad el cielo tanto diurno como nocturno. Sus reservas de agua acumulan 300.000 litros. Cuenta con un sistema de filtrado contra contaminación nuclear, biológica y química, y anuncia que también impide que el aire acondicionado contenga coronavirus. Tiene la forma de un edificio enterrado, en el que cada nivel es un apartamento y varios niveles inferiores poseen los equipamientos colectivos conectados por ascensores. Está cubierto por una cúpula monolítica que resiste vientos de hasta 800 kilómetros por hora.
La empresa Survival Condo garantiza que esta urbanización de supervivencia puede permanecer totalmente cerrado y aislado durante cinco años. Cuenta con personal de seguridad, vallas electrificadas, tanquetas defensivas y camionetas acorazadas. Las viviendas bunkerizadas cuentan con ventanas simuladas por pantallas de alta definición que crean la sensación de que uno está viviendo en un conjunto de ecosistemas según preferencias. Por ejemplo, se puede ver el exterior de ese paisaje de Kansas o simular que se vive en las montañas del Tirol. Es tal la calidad de las imágenes móviles que realmente es difícil distinguir si son ventanas o no.
En un reportaje de Óscar Tévez en la revista ICON, recoge la opinión de un comprador millonario sin identificar: “Un dúplex de la misma calidad en Nueva York me hubiera costado lo mismo, si no más, por metro cuadrado. Y con este me quedo tranquilo”. Otro propietario, también sin identificar: “Me siento mejor sabiendo que tengo un búnker de lujo para mi familia por si algo pasa”. En su web, Survival Condo informa que son exigentes con el tipo de clientes que pueden acceder a ser copropietarios, no basta tener capital: “Buscamos individuos con ideas afines con el deseo de brindar cuidado y protección a su familia –indican–. Queremos personas con buenos valores y evaluaremos a los solicitantes en busca de antecedentes penales”.
Hay dos opciones: un mundo común sostenible o construir más búnkeres que resistan estas pandemias y continuar haciendo proliferar en el mundo los tráficos ilegales, la escalada armamentística, las crisis económicas, las divisiones del odio, los muros, las ciudades segregadas, la desigualdad y la destrucción de los bienes comunes. El problema es que, si se elige la segunda, encima tendremos que entre todos pagarles a los pocos elegidos sus búnkeres.
Cerrar nuestras disneylandias
Disney cerró todos sus parques temáticos desde hace un mes, el 15 de marzo. Parques con 20 millones de visitantes como el de Florida, cesaron toda su actividad. Trip Miller, una de las cabezas de Disney declaró a CNN: “Estos parques son marcas icónicas grabadas en la cultura de Estados Unidos y en la infancia de cada uno. Cerrar activos de esta escala en todo el mundo habla de la gravedad de esta amenaza”.
Que cierre Disney significa que cierran las fantasías, los lugares donde se puede vivir en un mundo irreal. Ahora no hay más remedio que vivir en la realidad. Este periodo de pandemia es una invasión de la realidad. No nos podemos permitir vivir fuera de la realidad. Porque vivíamos antes fuera de la realidad, en los parques temáticos que cada uno se montaba, ahora nos vemos arrojados a la intemperie de una pandemia.
Hay una parquetematización de la vida. Construimos parques temáticos en los que incluimos todo lo que nos da sensaciones felices y lo rodeamos de una valla. En ese parque puede estar nuestro trabajo, nuestra vida doméstica, las relaciones con los amigos, familiares, deportes, viajes, etc. Vivimos dentro de él y lo de fuera no existe. Controlamos quien entra y quien no. Le cobramos el boleto y peaje. Controlamos las máquinas. Por ejemplo, en una máquina metemos nuestra actividad que nos consigue reputación, reconocimiento de los demás, que nos devuelve una imagen de ganador o persona que sabe aprovechar bien la vida. En otra, tenemos experiencias vívidas que nos dan la sensación de estar haciendo cosas que merecen la pena. Generalmente vivimos dentro de esos parques temáticos a la medida, autorreferenciales. No salimos de ellos.
No es solo una metáfora. Cada uno en la vida suele tener un circuito que conecta varios lugares por los que uno se mueve. ¿Forman un parque cerrado? ¿Está formado, por ejemplo, por nuestro hogar, el lugar de trabajo, la segunda residencia, las casas de gente que es igual que nosotros, la iglesia, el club de campo o náutico y el Corte Inglés? ¿Casi? ¿Cuántas veces nuestros circuitos van a lugares imprevistos, inesperados, interpelantes, de gente que es diferente a nosotros, a lugares críticos o que nos hacen trascender, cuánto pueden entrar los otros en nuestro parque?
Ahora nos han confinado a nuestras casetas, no podemos disfrutar de todo ese parque temático. Es cierto que parte del parque puede seguir activo telemáticamente y que tendemos a construirnos otras disneylandias a la medida de las nuevas condiciones, de vida. Pero, en primer lugar, nos han plantado una realidad: la propia familia. Si antes en la familia estaba cada uno a lo suyo, ahora hay mucha mayor “realidad familiar”, la convivencia es más estrecha, el otro está más presente. No se puede enviar a los niños y jóvenes a las atracciones que se había creado especialmente para ellos mientras los adultos disfrutaban de las suyas.
Quizás nos mantengamos como los guardeses del parque de atracciones, tratando de evitar que la realidad externa entre en nuestro parque, el cual recomenzará de nuevo su actividad en breve como si nada hubiera pasado. Pero sí ha pasado, sí ha pasado.
Teníamos controlado que no entrara nadie ajeno al parque ni sin su debida entrada emitida por nosotros mismos. Lo que no podíamos evitar era que entrara un virus, esas cosas microscópicas que ni siquiera un microscopio ordinario puede ver.
Aunque no lo creamos, hay algo que se puede colar con más facilidad de la que entra un virus, que son las cosas de la conciencia, que son espirituales, razones, sentimientos e ideas y se mueven con libertad. El parque desinfecta de gérmenes cada día y también trata de desinfectar de ideas peligrosas que lleven al cierre del parque, pero hay veces en que no se puede contener. Disney ha cerrado su mundo de fantasía, ¿vamos nosotros a cerrar nuestras disneylandias y habitar la realidad?