En plena madrugada, Rosalía ha escrito en su cuenta de Twitter el Padrenuestro. Como un clamor en medio de la Noche Oscura que nos hace atravesar la pandemia y nuestra necedad, como un canto de un pueblo atravesando este desierto en busca de cura y en busca del amor. Como quizás la mayoría, también Rosalía parece estar haciendo pasar este tiempo por su corazón, buscando la transformación personal y colectiva que nos libere del COVID-19 y de todo lo que lo desató en la Tierra.
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Miguel Ángel Malavia nos recordó en Vida Nueva que Rosalía dijo: “Yo no sé lo que es el amor aún. Creo que el amor se aprende a medida que uno vive. Tengo que vivir más, aprender qué es el amor, entenderlo del todo y poder explicarlo como Dios manda. Como decía san Agustín, ‘conocemos en la medida en la que amamos’. El amor es conocimiento. Para mí, el conocimiento también tiene que ver con la vida, con la experiencia. Entonces, aún me queda para aprender”.
La Noche Oscura de una generación
El año pasado, Rosalía hizo un vídeo con el tango de Enrique Morente “Aunque es de noche”. Aunque es de noche. Desde el comienzo de esta pandemia llevo con ese poema de Juan de Yepes en la cabeza, porque a todos se nos ha venido que esto es una Noche Oscura. Noche oscura por la muerte, Noche Oscura por la catástrofe económica, Noche Oscura porque nuestras propias vidas se han vuelto más oscuras en el duelo y el confinamiento, Noche Oscura porque todo esto es consecuencia de una civilización fallida y sentimos que no seremos capaces de cambiar lo necesario para que no vuelva a suceder. En esta Noche Oscura del Coronavirus se han condensado todos los males, pecados y contradicciones de una generación. Y nos agitamos, dormimos mal, no acabamos de despertar de esta pesadilla, no podemos evitarla, vadearla, se nos echa encima día tras día y, aunque brille el Sol de primavera, no es del todo día.
Y entonces viene la pregunta por el sentido y nos hacemos conscientes de que es de Noche. No porque no sepamos a dónde ir, porque sí sabemos cuál es la fuente de la felicidad, el sentido, dónde arde el amor, porque “la sed nos alumbra”, porque la sed de amor en nuestra vida y en la sociedad nos alumbra. Claro que sabemos qué es bueno cuando contemplamos a las personas sin hogar. Claro que sabemos que necesitan hogar y comunidad para salir de la trampa mortal de la calle. Sabemos qué es lo bueno cuando vemos los groseros gestos de Trump, Boris, Putin y Bolsonaro. Sabemos dónde está la fuente y lo que tiene que ser nuestra civilización del siglo XXI, que es una sola para toda la Humanidad. Pero es de Noche.
Es de Noche porque, aunque sabemos a dónde ir, no sabemos por dónde. Estamos divididos, ensimismados, nos cuesta llamar amor al amor, nos confunde la noche del relativismo donde todo es pardo y es de Noche porque no sabemos siquiera si podemos ponernos en pie, sentimos la impotencia del histérico que tiene un problema de ser, pero se cree que es paralítico. Somatizamos en malestar, depresión, escepticismo, nihilismo, banalidad, efimerismo –todo es una sucesión azarosa de burbujas que no dicen nada ni nada pueden ser–, pero en realidad la sed es otra.
La Noche de los ojos cerrados
Es de Noche porque no vemos ni oímos, el volumen del ruido y la fiesta vacía están a tope para no tener que pensar, para no tener que vivir. Es de Noche porque el ruido lo llena todo, nadie quiere dejar de hablar y el monólogo interior no cesa, cada vez se grita más: se hacen gritar a las redes –precisamente en Twitter, cuyo signo es el nimio pío de un pajarillo azul–, se hace gritar a los políticos, a los anuncios publicitarios, los curas también quieren gritar para abrirse paso entre tanto altavoz subiendo con custodias a helicópteros, gritando rosarios subidos a tejados. La luz necesita vacío y el ruido nos ha cerrado dentro de un bafle con paredes y cerraduras de caja fuerte.
Es de Noche porque tenemos miedo, nos encerramos en nosotros mismos, decimos que nada tiene sentido y que el cosmos es ciego, que no hay nada dentro ni fuera, que no hay otro, que no hay yo, que todo es oscuridad u negrura. Vamos como la masa de cofrades de las Pinturas negras, guiados por ciegos cantantes y no sabemos sino fundirnos en las masas. Lo que nos encierra en la Noche Oscura es nuestra impotencia, arrogancia, no la muerte, sino la muerte de la esperanza y creer que el amor es la ideología de los débiles.
Se han apagado las luces de esta feria
Hay relámpagos, hay velas que resisten, hay muchos corazones que arden su luz en medio de la Noche Oscura de esta pandemia. Hay más bien que mal, hay hasta belleza en esos funerales solitarios y el luto porque es lo que hay que sentir. Hay una Procesión de las Antorchas que recorre toda la pandemia de principio a fin, que traza un camino y, Aunque es de Noche, aunque es de noche, sabemos por dónde ir.
No es la pandemia lo que nos apaga en la Noche Oscura, es que descubrimos que las luces de feria de esta civilización no daban luz. No es la vida la que nos mete en la Noche Oscura, sino que solamente tenemos que abrir los ojos, quitarnos las gafas oscuras, las lentillas falsas, desenvolver de celofán y armaduras el corazón, no ver nuestro corazón en pantalla, sino cogerlo en la mano. Con el corazón ardiente en la mano podemos salir de esta mina oscura, de esta pantalla apagada, de este centro comercial donde todo se ha fundido a la vez. Aunque es de noche.
No recordamos una Noche tal
No recuerdo en mi vida un desastre colectivo que pueda compararse a esta Noche Oscura, que es el resultado de un tipo de civilización, que nos ha golpeado como un boomerang. Hay que remontarse a otra catástrofe todavía más brutal, como la Guerra Civil y la dictadura, que son una historia de violencia y fracaso colectivo, de pudrimiento del alma de la civilización Occidental. Los años de plomo de ETA en Madrid teníamos un enemigo y también las matanzas del yihadismo en Europa. En la crisis económica del 2008 fuimos víctimas de una estafa global, aunque sostenida sobre un paradigma económico en el que como sociedad sostenemos. Si sumamos la cadena de accidentes aéreos, tienen razones humanas o negligencias, pero no son el resultado sistemático de la neoliberalización, no todavía. Las olas de incendios forestales tienen una clave similar a esta pandemia, aunque sin el impacto tan masivo sobre vidas humana, la alteración de la cotidianeidad ciudadana y la actividad económica. La exclusión social, el desprecio por la vida a su comienzo y fin, los naufragios de migrantes, los campos de refugiados, la depresión y el suicidio, etc., son de un dramatismo intenso, pero nunca se ve el impacto global que tiene una pandemia. Solo las guerras del Golfo crearon esta sensación de suspensión vital de toda la población y ni siquiera tuvieron costes de cierta escala en nuestros países europeos o el resto del mundo fuera del foco principal y Estados Unidos.
Ahora, realmente hay una Noche Oscura porque sabemos que no somos solo perseguidos por un enemigo salvaje –ETA o Al-Qaeda– o somos robados por saqueadores colectivos -–Lehman Brothers o la corrupción política–, sino que cuestiona los fundamentos sobre los que hemos constituido la civilización -–la cultura capitalista, los nacionalismos, la explotación del medio ambiente, la desigualdad excluyente, el relativismo, etc.–, nos confina y somete a un régimen de reflexión y sentimos una enorme impotencia ante un mal de tal escala, porque lo que hay que cambiar es casi todo, son una serie de estructuras de tal calado que nos supera.
No se puede vadear
Por otra parte, es nocivo tratar de pasar esta pandemia ajenos al dolor que siembra, distraernos de todo sufrimiento, procurar hacerla divertida a toda costa, ahogar su grito con hiperactivismo laboral, en redes o “educativo”. La gran lección para los niños y jóvenes es la propia pandemia.
Solo atravesando esta Noche Oscura podemos salir del mal que la ha causado. No se puede vadear, no se puede saltar ni diluir, no se puede pasar con los ojos y oídos cerrados, no se cruzará sin romperse el corazón, no se puede evitar, hay que atravesarla dejando que cale todo nuestro cuerpo y vida. No podemos ignorar el grito de la fauna cazada y despedazada, ni los chillidos mudos de los miles de cuerpos que caen lentamente como gruesas gotas de lluvia negra sobre las ciudades y aldeas de nuestro país. No podemos ponernos a cubierto de esa lluvia ácida, nos cala a un ritmo de 10.000 muertes diarias en el mundo: ayer, 9.500 en el planeta, 860 en Reino Unido, 681 en Italia, 555 en España. 550 en Nueva York, 405 en Francia, 125 en Madrid…
Aunque es de noche
Durante el éxito de Malamente, publicó su versión del tango con que Enrique Morente puso voz a las palabras escritas en el cautiverio de san Juan de la Cruz de 1578. En aquellos nueve meses de prisión alumbró su Noche Oscura. Y aunque alguno pudiera creer que miraba a los años oscuros de la Danza de la Muerte, su obra formó parte del renacimiento y de cualquier momento en que la Humanidad se encuentre a sí misma.
Juan de la Cruz tocó tanto el fondo de la condición humana que creyentes y no creyentes seguimos rodeando, rozando y a veces, como ahora, atravesando aquella experiencia universal. Lo hizo el poeta Claudio Rodríguez, que en su último viaje solamente se llevó a san Juan de la Cruz. Lo hizo Salvador Dalí en la crucifixión más famosa del siglo XX. Lo hicieron Chillida, Rothko, Bill Viola, Wonner, Barthi, Sax, Lonneman, Saura, Valente, Oteiza, Broto, etc. Lo cantó Amancio Prada inspirado por María Zambrano y su voz queda para siempre unida a la mística de Juan de Yepes.
Análisis de un videoclip de Pasión y Pentecostés
El vídeo de Rosalía comienza con un coche que va saliendo de la ciudad y sube en plena noche por la periferia sin luz a un cementerio. El salpicadero está repleto de velas, estampas y figuras de la imaginería cristiana popular. Al abandonar las farolas del suburbio, a un lado queda un caballo blanco, que es una figura simbólica del triunfo del bien y la resurrección en diferentes culturas desde China al mundo celta. A la orilla del sendero, el caballo es un ángel que aparece promisorio, anuncia la vida al final de ese viaje por la muerte. El coche es nuestra alma, que corre a un cementerio, a la fosa, y allí nos encontramos al poeta –la figura de la cantante, Rosalía–. En la primera imagen de ella, está rezando en un altar y al sentir que nos acercamos, se da la vuelta y sale del camposanto para darnos el mensaje. Rosalía es la figura de la mujer en la fosa de Jesús muerto, una que permaneció toda la noche del Viernes Santo y nos recibe desde lo más crudo de la tiniebla.
Nos la encontramos sentada en una silla común de patio andaluz y solo la iluminan los faros de nuestro automóvil. Nos canta con tal ternura que, aunque estamos en la Noche, hay una fuente de esperanza. Conforme avanza la canción, la luz del lugar va cambiando. Ya no estamos solo en la plaza de las tapias del cementerio, sino en nuestro propio interior y se van manifestando los colores de nuestros más hondos sentimientos rojos, azules, violetas.
Se pone en pie, se superponen dibujos de animación en el que líneas blancas –con el blanco de los huesos y también, paradójicamente, el blanco de la Resurrección– van dibujando llamas del Espíritu en sus manos, sobre su cabeza, por su cuerpo, rayos con los que eleva el volumen de su voz, alza los brazos al cielo, clama a la oscuridad. Las palabras “aunque es de noche” se escriben rayadas contra la negrura y de los ojos de Rosalía bajan gruesas lágrimas, sale fuego de su pecho.
Ve al automóvil, en cuyo parabrisas parpadea rayada la palabra “Redentor”. Con ambigüedad, es posible que el coche no solo sea nuestra alma que peregrina a la Noche, sino que para Rosalía sea una epifanía. Es posible también interpretarlo como la voz que sale del alma y llama al redentor, pide salvación.
El tango intensifica ritmo y clamor y Rosalía es rodeada ya no por llamas, sino por un viento blanco en una hora en la que, al fondo, se intuye el alba. Sobre la pantalla, los animadores dibujan un corazón que arde y signos de la pasión de Cristo. Todo se sucede a sacudidas, espasmódicamente, es una sucesión de relámpagos y movimientos desencadenados. Dibujan los contornos del rostro y cuerpo de Rosalía y en su interior se ve su mismo esqueleto, habla de la noche de la muerte también, claro. Cruces azules vibran como estrellas y una gran mano blanca protege a la mensajera en su palma, la envuelve como abrazo y hace que de ella salgan rayos de colores, pájaros, estrellas que apenas da tiempo a captar.
Finalmente culmina el arrebato místico y Rosalía está en el lugar de la mirada de Dios, dentro del triángulo y entonces se desata una sucesión de imágenes agolpadas y abigarradas: una gran ave sale de su interior, aprieta las flechas de los siete dolores de María, la espada que atraviesa el corazón entenebrado por la crucifixión, ojos estremecidos, calaveras al pie de la cruz, un mano negro de Dolorosa alrededor de Rosalía, ataúdes –y ella misma dentro señalando nuestro propio morir–, figuras geométricas esenciales que tiemblan como si los propios fundamentos de las rocas lo hicieran y se partieran, cadenas que atrapan su garganta, muñecas y cintura y se descerrajan, la cruz colgando de su cuello, hecho una guitarra que vibra y finalmente violentas rayas que cubren a fogonazos toda la pantalla dando sus tonos más altos y compulsivos de la canción.
Solo examinando fotograma a fotograma logramos ir identificando los distintos elementos. Los dibujos nos presentan la dolorosa pasión de la madre y amigas de Cristo, imprime sobre el cuerpo de la cantante los signos del Vanitas que nos recuerda que moriremos y, desde el inicio al final, lo envuelve todo en un volcánico Pentecostés en que las llamas y el viento muestran la fuerza del Espíritu.
Finalmente, Rosalía nos sonríe y nos invita a atravesar la Noche de la muerte –el cementerio– por un camino de luz –marcado por velas– hacia la capilla del altar donde estaba al comienzo del vídeo, cuando nos escuchó llegar.
Atravesar juntos la Noche Oscura
Esa visión simultánea de Pasión y Pentecostés, plasma de forma impactante el espíritu del poema. Juan de Yepes, en el dolor de su prisión, es consolado por la claridad de la fuente divina, la caudalosa corriente del Espíritu de Dios omnipotente que abre cárceles y disipa oscuridades. Es la fuente de la que bebe todo el cosmos y sus criaturas, que sacia estrellas, cuerpos, almas y tiempos, que mana eterna desde el misterio, nada puede cegar y de ella todo procede. Aunque está escondida en la humildad de la ternura, tú puedes saber bien dónde tiene su “manida”. La manida es el lugar donde animal u hombre se recoge y hace morada. Uno sabe dónde encontrarse con Dios, dónde, como la cierva, hallar el manantial en el claro de la hondura del bosque.
También medio de la Noche tenemos que hacer nuestro viaje, que mezcla la pasión por la muerte y destrucción desatadas por el ser humano y el virus, con todo el trabajo que el Espíritu ha multiplicado desde el corazón de los hombres y mujeres que entregan su vida, investigan una cura, sirven, ayudan a sus vecinos, sienten compasión y esperanza, resisten, crean, cantan, escriben, esperan, confían. Y todo ese amor y creación tiene una fuente, un manantial en lo profundo y misterioso de donde brota todo, de donde nació el cosmos, la vida y la existencia, que sigue trabajando y amando en la Historia, que está con y como nosotros. Solo lograremos abrazarlo si no huimos de lucha y la esperanza que aclara esta desgracia, si vivimos con el corazón en la mano, aunque sea de noche.
Cada uno está ante el desafío, la aventura y la esperanza de atravesar esta Noche Oscura. No podemos mirar para otra parte ni quedarnos detenidos, no debemos volvernos estatuas de sal. Es dolor y es aventura, es desafío y, ¿sabéis?, en el fondo es la vida misma. ¿Acaso no ha sido siempre así? Ahora, la conciencia es mucho más fuerte, y sabemos una cosa más: que tenemos que hacerlo como un Pueblo todos juntos. Nadie la atraviesa solo o no tanto como para que siempre sea una historia de amor. Con el corazón en llamas nos asombraremos de que, a un lado y otro, se abren las aguas.
Qué bien sé yo la fuente que mana y corre
Aunque es de noche
Aquella eterna fuente está escondida
Qué bien sé yo donde tiene su manida
Aunque es de noche
En esta noche oscura de esta vida
Qué bien sé yo por Fe la fuente fría
Aunque es de noche…
Su origen no lo sé, pues no lo tiene
Mas sé que todo origen de ella viene
Aunque es de noche
Sé que no puede haber cosa tan bella
Y que cielos y tierra beben de ella
Aunque es de noche…
Bien sé que suelo en ella no se halla
Y que ninguno puede vadearla
Aunque es de noche
Su claridad nunca es oscurecida
Y toda luz de ella es venida
Aunque es de noche
Y son tan caudalosas sus corrientes
Que cielos, infiernos riegan y la gente
Aunque es de noche
Aunque es de noche
La corriente que nace de esta fuente
Bien sé que es tan capaz y omnipotente
Aunque es de noche
La corriente que de estas dos procede
Sé que ninguna de ellas le precede
Aunque es de noche
Aquí se están llamando a las criaturas
Y de esta agua se hartan, aunque a oscuras
Aunque es de noche
En esta viva fuente de deseo
En este pan de vida, yo la veo
Aunque es de noche
En esta eterna fuente está escondida
En este vivo pan por darme vida
Aunque es de noche…
Aunque es de noche
Aunque es de noche
Aunque es de noche…
No podemos dejar de citar que el vídeo fue dirigido por el artista Ignasi Monreal y las animaciones son del estudio londinense The Line (con dos dibujantes españoles: Iría López y Dani Negrín). Pink Salt, la agencia milanesa Collateral Films y la barcelonesa CANADA (productora de los demás videoclips de Rosalía) son los otros tres grupos creativos que hicieron posible esta maravilla.