Fernando Vidal, sociólogo, bloguero A su imagen
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Diario del coronavirus 39: la gran termofumigadora


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La hora propicia para tiranos

El mundo se va a convertir en una gran termofumigadora que va a tratar de desinfectarnos a todos. El riesgo es que se instale una cultura desinfectadora no solo germinicida, sino liberticida.



En este periodo, Grecia cerró durante un mes sus fronteras a cualquier posibilidad de petición de asilo. China ya está aprovechando el caos de la pandemia para detener a los jóvenes líderes del movimiento prodemocracia de Hong Kong. El presidente Rodrigo Duterte de Filipinas ha dado cobertura legal para que policía o ejército puedan matar en la calle o en su casa, sin justificación, a quien muestre signos de resistencia al confinamiento. Viktor Orbán, presidente de Hungría y miembro de la Unión Europea, se ha concedido poderes dictatoriales ilimitados en tiempo y alcance. Holanda ha justificado que el simple hecho de ser mayor de 80 años sea suficiente razón para que no te den la posibilidad de tener un respirador. El pesquero vasco Aita mari con 34 migrantes rescatados y el buque Alan Kurdi –de la ONG alemana Sea Eye con 147 rescatados, han estado durante días esperando un puerto donde desembarcar. Todo en nombre de la desinfección sanitaria, social, política.

El miedo de la gente puede justificarlo todo. Nunca en los últimos treinta años ha sido la comunidad internacional tan proclive a la tolerancia con los desvaríos totalitarios. Nunca en los últimos cuarenta años hemos estado tan desunidos y ha faltado tanto un proyecto de fortalecimiento de la unión. Nunca en cincuenta años han estado tan debilitadas las organizaciones mundiales como la OMS y el Consejo de Seguridad de la ONU tiene bloqueada la institución en su conjunto. Es la hora propicia para los tiranos en nombre de la desinfección. Se avecina una termoniebla oscura de totalitarismo. Si no reaccionamos democrática y masivamente con profundidad e inteligencia, ese será el camino que tome el mundo.

La justicia lo desinfecta todo

Uno de los iconos de esta pandemia han sido las armas termofumigadoras de China levantando grandes nieblas por las ciudades. En algunas partes del mundo, desinfectar significa, efectivamente, usarlas o disponer de robots sofisticados de limpieza, pero en una gran parte del mundo –la más vulnerable para ellos y para todos–, desinfectar significa construir viviendas dignas, urbanizar suburbios, humanizar zonas sin ley, desactivar mafias y organizaciones internacionales de tráfico –de sustancia, animales, personas…–, crear dotaciones de salud, seguridad, educación.

En las propias sociedades desarrolladas, desinfectar significa que no haya personas sin hogar, ni barriadas de chabolas, campamentos míseros de trabajadores temporeros, centros hacinados de concentración de migrantes, campos de refugiados o enclaves de pobreza extrema. Esa es la desinfección imprescindible para la seguridad mundial. Ahora ya sabemos que no es una metáfora. La pobreza impacta negativamente en la salud de las personas, los mata prematuramente y sus enfermedades forman parte de una enfermedad más global, porque también nosotros estamos enfermos, padecemos una enfermedad cultural con fuertes raíces psicológicas y espirituales que se muestran en clave de malestar, depresión, obsesiones, ansiedades, nihilismo, impotencia, abulia, pasividad, adormecimiento, violencia…

La política sanitaria más importante es la implementación de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, los ODS de la Agenda 2030. Fumigar y desinfectar el mundo es acabar con el hambre, la infravivienda, los suburbios de pobreza, la carencia de educación y hospitales…

La mejor política desinfectadora de China ha sido prohibir definitivamente el tráfico de animales salvajes, si es que se lleva a cabo dado el arraigo tradicional en algunos sectores populares, los extravagantes gustos de sus millonarios (recordemos que cuesta 80 euros el gramo de cuerno de rinoceronte) y el poder de las mafias que se hacen de oro con dicha lacra.

Termofumigadoras

A todos nos han impresionado los ejércitos chinos equipadas patrullando las calles y edificios de Wuhan con esa maquinaria fumigadora que parece armamento pesado. Son equipos termonebulizadores que lanzan una niebla caliente con gotas minúsculas, lo que llaman “termonieblas”. Las termofumigadoras se han convertido en el nuevo icono de protección de esta pandemia: 1,33 metros de largo, siete kilos, 120 euros el modelo básico. Es verdad que tiene una semejanza con las ametralladoras pesadas Browning M2 de la I Guerra Mundial, pero esta vez es para hacer el bien. Por cierto, una ametralladora M2 –1,7 metros de largo, 38 kilos, calibre 12,7 mm– se puede comprar por 77 euros. Las produce General Dynamics en Virginia, Estados Unidos, donde trabajan 100.000 empleados.

Emerge en apenas semanas una nueva línea industrial. Toda economía de guerra hiperdesarrolla un tipo de industria y esta vez será más la médica y la biotecnológica que la de matar cuerpos humanos, lo cual ya es un avance. Los chinos usaron los robots Roomba para desinfectar espacios cerrados, un invento de la compañía danesa UVD Robots, pionera en germicidio industrial móvil: robots conectados por WiFi, manejados a distancia, 360 grados de acción, 140 kilos de peso, 171 centímetros de alto, localización de virus y bacterias por rayos ultravioletas, avanza a 5,4 km por hora, mata en 10 minutos el 99,9% de las bacterias… El modelo normal se puede comprar por 400 euros. ¿Cuánto tardaremos en tener un modelo doméstico parecido a un robot aspirador, que también produce la misma empresa?

Fumigadora Wuhan China

Otros robots germicidas del nuevo mercado biotecnológico matan en un radio de 6 metros todos los ébolas en 3 minutos y en 5 minutos todos los estafilococos. Pueden reducir drásticamente las infecciones en los hospitales, las llamadas enfermedades que contraes en hospitales, ahorrar millones al sistema sanitario. Un modelo de bajo rango puede costar sobre 50.000 euros.

Un robot germicida doméstico cuesta unos 40.000 euros hoy, pero seguramente se fabriquen modelos más asequibles, hasta que las versiones más simplificadas se vendan por televenta de madrugada. Los nuevos robots más famosos no serán los de cocina, sino los germicidas. ¿Llegaremos a tener estos robots en nuestros espacios domésticos y laborales, o en los aviones, igual que tenemos programas antivirus en los teléfonos y computadoras? ¿Tendremos que actualizarlos cada año según salgan los Covid-20, 21, 22, etc.?

Biopasaportes

Vamos a asistir también a una explosión de medios de control germicida y biopersonal que mediante aplicaciones móviles, ropa autogermicida, pulseras inteligentes y Big data nos van a identificar como viajeros o migrantes saludables. Si ya nos incomodaban los registros de seguridad en los aeropuertos y los niveles de suspicacia y burocracia cuando viajamos a Estados Unidos, el nivel de control va a intensificarse mucho más. Esos arcos de control que tenemos que pasar cuando viajamos a algunos países, donde se forma una imagen tridimensional de tu cuerpo desnudo -que dicen que borran con el tiempo-, va a ser una broma. El modelo de seguridad vigente impone cierta violencia y, desde luego, cesión de derechos de ciudadanía cosmopolita a cambio de seguridad.

Hasta ahora, cuando viajábamos a países sanitariamente complicados, necesitábamos obtener el Certificado Internacional de Vacunación -la cartilla amarilla-, una especie de biopasaporte avalado por la Organización Mundial en el que constaban las vacunas que llevabas activas. Las nuevas tecnologías y la pandemia del Covid-19 cambiará ese sistema. China ha implementado el pasaporte sanitario digital para. Al menos, mil millones de sus ciudadanos. Las nuevas exigencias se hacen a través de aplicaciones de móvil que identifican al sujeto y toman medidas de salud como temperatura o tensión. Las pulseras inteligentes –un modelo básico ya se puede adquirir por 20 euros– y otros dispositivos acabarán siendo de obligado cumplimiento en muchas fronteras y en determinadas zonas que se consideren de riesgo. Tras la pandemia, ¿no se considerará toda ciudad como zona de riesgo?

Las aplicaciones informáticas conectarán tu identificación y datos biométricos, y los conectarán con grandes bases de datos que poseerán un logaritmo sobre ti. Dicho logaritmo mezclará muchos indicadores diferentes como lugar de origen, rasgos físicos, etnia o “raza” –biológicamente no hay razas humanas, pero en la práctica cultural y política siguen funcionando– y el historial médico conocido.

Dichos historiales están bajo protección de datos, pero ya ha habido muchos casos en los que dichas bases de datos se venden o transfieren para uso médico, estadístico, epidemiológico. Es decir, están en manos de los gobiernos y de grandes compañías a las que se conceda o venda su explotación. Se han tomado muchas medidas para la protección de datos, pero continuamente estamos aceptando en Internet el uso de nuestros datos de usuario.

En 2018 había ya más de 15.000 hospitales del mundo que recogían más de mil mediciones por segundo de millones de pacientes y la escala de agregación de información seguirá subiendo hasta previsiblemente los diez mil por segundo a corto plazo. La pandemia acelerará esa recolección. Aunque no estén personalizados, los Big Data construyen modelos algorítmicos que te adjudican según tu perfil basado en edad, nacionalidad, nacionalidad de tus padres, sexo, trabajo, renta, valor de tu vivienda –se puede saber por el lugar donde vives–, nivel educativo, estado civil, número de hijos, mortalidad de tus familiares –se puede cruzar tus datos con los de tus padres, tíos, tíos abuelos, hermanos, etc–. Aunque no sea exacto, se puede acercar bastante a tu perfil. Si se conectaran con tus datos de redes sociales, uso de Internet y compras digitales, ese patrón algorítmico se parece bastante a ti. Se puede suponer con bastante certeza tu religión, orientación política, gustos, estilo de vida, preocupaciones, estado de ánimo, deseos, etc. Si además se combina con los perfiles de quienes son tus amigos, familiares y contactos en redes o correos electrónicos, entonces tienes un avatar casi completo de quién eres.

Este es el verdadero carnet de identidad del futuro que ya está en marcha y que la globalización del Covid-19 no hará sino acelerar, pues ahora existe la legitimidad para exigir la transparencia de datos biopersonales si uno quiere viajar –sea por placer, negocios o estudios– o migrar. De repente, la migración ilegal ya no será un tema de control de flujo laboral, sino de seguridad nacional de salud. Todos los problemas serán representados de modo distinto por esta pandemia.

Avatar

Pero de repente ese avatar ya no te describe a ti, sino que eres tú quien está preso dentro e ese avatar. Cuando las plataformas te muestren las películas que tienen disponibles, se ajustarán a lo que ellos creen que te debe gustar. Cuando te quieran vender libros, desecharán aquellos que no creen que te interesen. Cuando busques personas o entidades en Internet, será improbable que te localicen aquellas que tienen menos probabilidades de ser elegidas. De ese modo, se recorta sustancialmente la libertad, se hace más difícil la aleatoriedad que daba lugar a combinaciones inesperadas y se hace mucho más improbable la diversidad.

Esa capacidad de predicción digital facilita muchas cosas, te ofrecen canciones y artistas que seguramente te gustarán. Tiene grandes beneficios en salud, educación, intercambio, etc. Los Big Data no son el problema, sino parte de la solución. Nos dan mayor capacidad e inteligencia colectiva, pero hay en su interior una semilla de tiranía también. Si queremos ser una sociedad de Big Data, tenemos que ser una sociedad democráticamente más profunda. Sin una gran alma cultural, los Grandes Datos ofrecen una potente herramienta de control.

La sociedad algoritmizada –en la que cada persona tiene un avatar en la esfera digital en relación al cual se determinan sus preferencias y se le da forma al mundo al que accede– es el mayor riesgo para la homogeneización, la división social y mata algo que ha sido crucial para la evolución humana y ese esencial a su naturaleza: la aventura, el asombro, la absoluta alteridad, la religación más radical entre seres humanos, la espiritualidad de la realidad profunda, la espiritualidad de lo indeterminado, lo inesperado, el misterio y lo inefable. ¿Totalitarismo o seguridad? ¿Totalitarismo o espiritualidad?

El mundo ya tiene una enorme cantidad de datos de cada individuo –como han demostrado las operaciones de manipulación electoral de la compañía de minería de datos Cambridge Analytica– y esa masa va a crecer, incluyendo biodatos que van a determinar nuestra libertad de movimientos. El único modo de que se pongan al servicio del bien común y respeten los derechos y libertades fundamentales es que se profundice cualitativamente en la democracia en cada país y en el conjunto de este mundo esponjoso lleno de galerías clandestinas por donde opera el mal.