Esta mañana he salido a la ventana a las ocho y me han dado ganas de gritar preguntando a todos: ¿¡Estáis todos bien!? Parece que estuviera justificado, que los días que llevamos encerrados nos han hecho a todos cómplices de un proyecto común. Veo la gente que sale a las ventanas y mira con detalle si están en las ventanas y balcones la gente con la que compartió ayer el aplauso a quienes nos cuidan. Si hay alguien asomado le saludas, como si nos conociéramos de toda la vida.
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¡Pero es que nos conocemos de toda la vida! ¿Cuántos años llevamos a pocos metros de distancia? ¿5, 10, 20, 30, 40, 50? El problema es que esta sociedad ha perdido tanto espíritu de comunidad, que, aunque pasamos décadas viviendo al lado de otros, no nos saludamos, ni conocemos realmente. No sabemos cómo se llama ni sabemos quién necesita una plaza de aparcamiento para discapacidades. Coexistimos, pero no formamos una comunidad. Hasta ahora. No sé después del coronavirus cómo será, pero en esta crisis sí estamos sintiéndonos de otra manera los unos a los otros.
Durante la andanada de aplausos que ayer dimos a las ocho de la noche, había docenas de ventanas encendidas con personas o familias asomadas, que rendían su tributo a quienes nos cuidan y abastecen. Me quedé fijándome en una ventana del edificio más lejano, en la que había una sola persona, cuyo contorno se distinguía perfectamente mientras aplaudía.
Disciplina social
¿Quién será ese vecino? Nunca me había fijado en esa ventana. Antes veíamos gente, pero no personas o no del todo. Ahora nos quedamos un rato en la ventana y pensamos que nos gustaría saber quién esa persona que vemos. ¿Quién será aquel vecino lejano, pequeño, solidario, de aquel edificio alejado? ¿A qué se dedicará, cómo estará viviendo esta crisis, qué pensará de la vida?
Siento que hasta ese último vecino al que alcanza mi vista forma parte de la comunión en que nos hemos convertido en este barrio y en cada barrio. Nunca antes habíamos estado tan distanciados de los nuestros y nunca como hasta ahora habíamos sentido tan cercanos a los extraños. Es una profundización en el significado y nuestra experiencia de la comunidad y la comunión.
Seguramente hemos sentido a nuestros vecinos intensamente cuando hemos ganado el mundial de fútbol o cuando nos hemos manifestado con banderas a favor de una u otra postura. Ahora es distinto. Estamos unidos como quien se abraza frente a un golpe, como los que se unen codo con codo para hacer un descomunal escudo. Sabemos que se cierne sobre nosotros un tsunami que va a dejar muchos muertos a su paso. Tratamos de frenarlo con nuestra contención, con obediencia y disciplina social.
Adiós al individualismo
De repente, la contención, la obediencia y la disciplina social vuelven a ser valoradas como virtudes públicas de primera magnitud. Tras décadas denostadas, en las que hemos alimentado una épica del individualismo, la insumisión y el libertarismo, ahora necesitamos pegar un giro y tener comportamientos cívicos para los que no hemos entrenado a un par de generaciones.
Nos hemos indignado al ver a gente que sigue saliendo a la calle o a la playa despreciando cualquier contención. Personas que incluso salen a la calle para grabar un video en el que cuentan que no hay nadie en la calle. Hay quien desafía a la policía diciendo que a él no le manda nadie, que nadie le pone límites a su derecho a hacer lo que le dé la gana. Nos entristece esa inconsciencia, ese egoísmo, esa distorsión tan superficial de la sagrada libertad. Hay veces que la obediencia es la mayor expresión de la solidaridad, generosidad y compasión. Ahora lo aprendemos todos con dureza como sociedad. Ahora, hacemos un elogio de la obediencia social.
Hay una obediencia que es fiel a su etimología: “oír a”, “audiencia a”. Prestar oídos a, escuchar con el corazón, parar a oír lo que se nos dice, pide, aconseja. Es una obediencia lejos del autoritarismo, la sumisión acrítica, la ignorancia, el comportamiento gregario. Es una obediencia inteligente, solidaria, tan libre como amorosa.
Por eso, querido vecino de la última ventana del último edificio que vea desde la mía: sí, soy obediente a ti y somos obedientes a la solidaridad con los más vulnerables. No sé quién eres, pero sé que eres otro constructor de humanidad como yo quiero ser. La obediencia más sublime es aquella que escucha y colabora no con quien conocemos, sino con quien no conocemos.
El Tsunami avanza y lo hace despacio, día a día, elevando la cresta de su ola. En Italia, en un solo día, ya casi 400 muertos. Lo vemos venir del Sol naciente hacia nosotros. Pone a prueba nuestra confianza en que la decisión de quedarnos en casa y no acelerar el contagio ha sido la decisión correcta. Pone a prueba nuestra alegría, nuestra esperanza, nuestra resistencia. Ese Tsunami solo lo frenaremos y superaremos a fuerza de ser profundamente humanos.
Es difícil procesar tantas experiencias impactantes que se agolpan en nosotros durante estos primeros días de coronavirus. Al menos, tenemos tiempo para dejarnos asombrar, emocionar, meditar, activar.