Hoy llegamos al día 40 de confinamiento, hemos cumplido ya la Cuarentena. ¿Quién nos iba a decir al comienzo de esta crisis que íbamos a estar cuarenta días juntos? No sé vosotros, pero me he convencido que contemplar con profundidad la realidad nos transforma y la contemplación cambia la realidad. La contemplación es capaz de cambiar hasta el clima. De hecho, ha sido nuestra no conciencia la que lo ha deteriorado. Esta pandemia nos ha hecho a todos más contemplactivos, la contemplacción nos cambia internamente y transforma el mundo. Todo el planeta pende en peso de un hilo: el de nuestra conciencia. Pasamos la raya de la Cuarentena y comenzamos la Cincuentena.
- LEE Y DESCARGA: ‘Un plan para resucitar’, la meditación del papa Francisco para Vida Nueva (PDF)
- Consulta la revista gratis durante la cuarentena: haz click aquí
- Toda la actualidad de la Iglesia sobre el coronavirus, al detalle
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Al ser hoy este simbólico día 40 quería pensar sobre algo grande, de época, pero al comenzar me estoy dando cuenta que precisamente quiero hablar de algo muy pequeño donde reside toda la grandeza. Hoy voy a hablar de la Abuela mascarillas y la Niña de las Estrellas.
No hay grandeza en los políticos
Las grandes crisis y emergencias hacen que se revele lo que de verdad importa y también la grandeza del ser humano. También sus miserias. Por ejemplo, la banda de 30 brutos que en La Línea apedreaba a las ambulancias con enfermos para que no entraran infectados en su zona. A poco que se pone a temblar la delgada capa de civilización con que hemos pintado la superficie de la Tierra, emergen crudamente el bien y el mal. Hay escenas –como esa del apedreamiento– que son propias de El Señor de las Moscas, pero, en general, ha predominado muchísimo más el bien.
La Sanidad, las Fuerzas de Seguridad, los profesionales de la limpieza, el transporte, los 200.000 trabajadores de la alimentación, etc. han estado a la altura. Las ONG, los sindicatos o la Iglesia –salvo algunos integristas– han estado a la altura. En general, los medios de comunicación han estado a la altura. Los vecinos y los ciudadanos lo han estado también. Solo la clase política ha seguido siendo una fuente permanente de irritación. Más del 90% de la población quiere un gran pacto de Reconstrucción, pero más del 75% cree que no va ser posible por los propios políticos. No están a la altura del sacrificio y servicio que ha hecho el pueblo. No lo están los políticos españoles ni tampoco existen políticos de talla mundial que hayan sido una referencia para todos nosotros.
Los políticos deben renacer del Espíritu de la Transición
No es posible hacer un gran pacto sin el espíritu de pacto. El cardenal Blázquez de Valladolid rogaba revivir el espíritu de la Transición. La Transición tuvo sus grandes defectos, pero la pérdida del espíritu de la Transición ha traído grandes males a nuestro país. Lo que nos ha demostrado esta pandemia es que ese espíritu está en la buena gente, en el ecumenismo de cuidar y curar.
¿Serán capaces nuestros políticos de deponer sus tacticismos, su ansia de poder, el electoralismo, la sed de ocupar pantalla y ponerse verdaderamente al servicio de la gente? Tres cuartos de la sociedad es escéptica y cree que no va a pasar, aunque nueve de cada diez lo ve necesario. ¿No ven que el partidismo lo castigamos cada vez más y que lo disimulan muy mal? Tienen que reinventarse, cambiar el canal de propaganda y ponerse en otro. Simplemente tienen que mirar a los más humildes servidores e inspirarse en ellos. Renacer de la gente.
¿No deberían aprovechar el confinamiento para una profunda conversión, liberarse de sus gurús electorales y actuar con grandeza? Esta crisis nos está dejando ver la pequeñez de la clase política, no están a la altura de la grandeza de la sociedad.
La Abuela Mascarillas
Deberían fijarse en quienes han dado ejemplo. Hace semanas que quiero buscar la oportunidad de hablar de esas fotos que mayor huella me han causado, la de tantas mujeres mayores que han sabido, como cientos de miles de ciudadanos, estar a la altura.
Todos hemos visto numerosas imágenes en las que mujeres muy ancianas estaba en sus casas fabricando las tan preciadas mascarillas en su máquina de coser en la que tantas horas habrán pasado sacando a sus familias adelante. Ahora cada una de ellas se entrega para sacar a este país adelante. No sé si finalmente están sobreviviendo a la pandemia siquiera, pero sí sé que ahí hay santidad, algo puro, limpio, intacto del ser humano que se podrá corromper, pero nunca del todo. Mientras haya entre nosotros una Abuela Mascarillas, no podemos dar nada por perdido. Así deberían estar los políticos: humildes, sirviendo, creando, cosiendo voluntades unas con otras para tejer comunidad.
Si nos sentimos desanimados, si nos sangran las heridas, si no sabemos bien qué hacer en este mundo que sufre o nos sentimos desbordados por tanto desastre, pongámonos como ella a coser mascarillas una tras otra, como la Niña de las Estrellas. ¿Sabéis ese pequeño cuento? Creo que era así:
La Niña de las Estrellas
Una pareja que paseaba por una playa vio a una niña que caminaba entre una enorme cantidad de estrellas marinas que habían quedado varadas en la playa, una gran catástrofe ecológica en la bahía. La pareja se sintió conmovida al ver que trataba de devolverlas todas al mar, lo cual era imposible pues eran millares. Les dio pena y se acercaron a consolar a aquella niña imparable.
–No te preocupes, pequeña, no vas a poder salvarlas todas –le quisieron tranquilizar–.
–A esta sí, ésta se salva, esta se salva, esta se salva y a esta también la puedo salvar –les dijo mientras continuaba devolviendo una a una, estrellas al mar–.
Pues así veo a la Abuela Mascarillas. Al ver la foto de la mujer esforzándose en hacer una mascarilla tras otra y al llegar a cien solo tendrá un paquete que hasta hace poco se venía por apenas 1 euro. Hay quien sentirá condescendencia o se podrá decir que lo que hace es inútil, que es una gota de agua en el océano. Que así no va a salvar a nadie, que eso no tapa los 45 millones de bocas de este país, que eso no nos salva del coronavirus. Y ella podría decir conforme va haciendo mascarilla tras mascarilla: esta sí, esta sí, esta sí y esta también. La Abuela Mascarillas fue en su infancia la Niña de las Estrellas.
Cuando tengamos dudas de qué hacer, pongámonos como ella a servir. Como dijo una vez el palentino Adolfo Nicolás, general de la Compañía de Jesús: nunca veo que haya mucha cola para servir a los más pobres. La Abuela Mascarillas nos dice cuál es el camino de la sabiduría: servir.
El Espíritu de la Transición
Quizás finalmente deberíamos recordarnos cuál es el Espíritu de la Transición. La Transición fue una verdadera conversión personal y colectiva. Urgidos por la necesidad de salir de la dictadura, superar la crisis económica del 73, reconstruir, sanar y pacificar este país, puso a dos generaciones en estado de transformación personal, grupal y del conjunto de la sociedad.
Hay un monumento en Madrid, junto al Museo de la Ciencia, en la castellana, que es un homenaje a la Constitución del 78. Es un cubo en el que el centro está vacío. Al interior se accede por escaleras que van haciéndonos subir a ese centro vacío. Aprovechando esa figura, diría que hay un decálogo de la Transición. Ocho puntos son cada una de las esquinas de ese cubo, otro punto es ese centro vacío y el último punto eres tú y soy yo.
Las ocho esquinas:
1. Respeto. El Espíritu de la Transición hace la mejor versión del otro, trata de comprender sus motivaciones, aprecia las diferencias que buscan el bien, no desprecia al otro por motivo de religión, ideas o estilo de vida. El respeto extrema el aprecio del otro, practica eso que decía Ignacio de Loyola: salvar siempre la propuesta del otro. No trata de demonizar la ideología del contrario, sabe que la realidad necesita de todas nuestras miradas. Trata de comprender los miedos del otro, porque eso explica mucho, y trata de sanarlos y pacificarlos.
2. Concordia. La fraternidad implica buen trato, no arrojar al otro a los caballos, no solo modos educados, sino la capacidad de no soltar la mano del otro, no ser incapaces de no comer juntos, de preguntarnos por nuestras familias. Supone más, requiere buscar y gustar el encuentro. Ya que estamos en el año Galdós, deberíamos aprender mucho de su capacidad de concordia con las gentes más distintas de su época.
3. Diálogo. Habría que comprar Cuadernos para el Diálogo para todo el estamento político. Que comenzaran a hacer ejercicios de conversación como si fueran los Cuadernos Rubio -que, por cierto, durante la pandemia ha puesto gratuitamente en la red todos sus recursos educativos-. El diálogo comienza por el diálogo de vida corazón a corazón, el diálogo personal: quién eres, qué sientes, qué te importa de verdad, qué temes, qué anhelas, cómo está tu familia, qué te gusta, de qué disfrutas. Luego hablaremos de lo que nos gusta juntos, luego viene la conversación sobre lo que tenemos que descubrir. El diálogo no es monólogos enfrentados ni defender cada uno su ego y partido, sino discernir juntos, buscar juntos la realidad. Los políticos necesitan el cuaderno Rubio del discernimiento. Menos gurús de ganar elecciones, y pongan un guía de discernimiento democrático entre ellos.
4. Cooperación. No solamente es respeto y concordia, sino capacidad de trabajo juntos. Decía el lema del gobierno en esta crisis que de esta salimos juntos, pero no se ha visto que los políticos de distintos partidos trabajaran juntos. Para este país hubiera sido muy consolador que se hubiera creado un gabinete de crisis donde los principales líderes deliberaran y fueran capaces de compartir juntos aquello en lo que todos están y estamos de acuerdo. ¿Cuánto hubiéramos ganado incorporando a la crisis a los demás? La clase política y el divisionismo que alimentamos muchas veces desde las bases políticas nos hacen incapaces de cooperar.
5. Reconciliación. Sin perdón, no hay democracia. Las dinámicas del poder, los conflictos y los distintos intereses de una sociedad política generan de por sí tales fuerzas de desencuentro, que los políticos deberían dedicar el 905 de su tiempo a re-unir, a reconciliar, no a extremar la disgregación. La asignatura de resolución pacífica de conflictos y la reconciliación debería ser obligatoria en la formación y reconversión de cualquier político. En nuestro país se llega demasiado joven al máximo poder político, el fervorín doctrinario está todavía demasiado subido, se necesita haber vivido mucho más o haber pasado por experiencias profundas para ser capaz de ser sabio en política.
6.Paz. “Sin ira, libertad”, fue el lema de la Transición. Aunque fuéramos niños, sabíamos que el país venía de tanta guerra, tanta tiranía y había tanto muerto bajo tierra y tanta bomba lapa bajo los vehículos, que todos sabíamos que era imprescindible serenarnos, pacificarnos interiormente, amansar las palabras, sanar al lobo que llevamos dentro, como San Francisco al Lobo de Gubio.
7. Democracia, pero no cualquier tipo de democracia, sino aquella que es capaz de dar voz a todos, que democratiza los bienes y servicios, que lleva los valores demócratas y equitativos al interior de todas las instituciones.
8. Universalismo. El Espíritu de la Transición fue europeísta y tenía como horizonte la plena integración en la civilización de los Derechos Humanos. El cosmopolitismo, la concertación internacional, la inclusión en la comunidad Latinoamericana, Mediterránea, Occidental, Europea y Atlántica eran pasos que queríamos dar y que nos integraban fraternal y cooperativamente en la comunidad mundial.
Y el vacío en medio.
9. Silencio. El centro vacío de ese monumento es el silencio, la humildad. La contención, el misterio de que no lo sabemos todo, la espera del otro sin apresurarnos, la palabra que nos callamos y la escucha al otro, la atención, la búsqueda de la voz ausente, de las víctimas, de quienes no pueden hablar, de lo que no sabemos decir. Un centro laico en el que ponemos lo mejor, pero nos retiramos para dejarlo a disposición de todos. Es como el centro de la mesa, donde nadie se sienta y todos comen.
Y el último punto eres tú y soy yo.
10. Conversión personal. Tú y yo, cada persona. Sin la conversión personal, sin ponernos cada uno en Transición, no es posible. No puede ser solo ideológico ni doctrinal, tiene que ser un compromiso profundamente espiritual.
Gran parte de ese espíritu de la Transición lo hemos podido contemplar en la lucha contra la pandemia del Covid-19. Está aquí, entre la gente. Lo tiene la Abuela Mascarillas, lo tiene la Niña de las Estrellas, acerquémonos a ella y cojamos del suelo esa estrella, salvémosla, salvémonos.