No se puede reconstruir integralmente sin modificar el modo de producción capitalista. Quizás nos habíamos resignado a ser hipercapitalistas. Nos habían convencido de que no podíamos cambiar el sistema. Ahora se abre una ventana histórica. Tenemos que evitar la tentación del estatalismo y fortalecernos como actores activos de la economía, formarnos más y cambiar nuestro entorno económico. El mundo necesita que cada uno de nosotros sea un constructor de Economía Sostenible.
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La Nueva Normalidad
Junto con la sanación de la herida existencial y vital que nos ha causado la pandemia, está la gran cuestión de la reconstrucción. Ha quedado claro que la Nueva Normalidad no solo implica cambios de hábitos para hacer posible la prevención sanitaria. La Nueva Normalidad supone una transformación que haga posible que la gente pueda vivir con normalidad. La Nueva Normalidad es la Sana Normalidad, que implica una normalidad más sencilla, sostenible, sabia y comunitaria. Debemos ser más normales y rechazar las arrogancias de la dominación y la superficialidad.
Reconstrucción no es regresar a lo de antes. No queremos reconstruir la aceleración, el crecimiento hiperbólico, la especulación ni el vaciamiento de la cultura. La reconstrucción necesaria no consiste en ir a un tiempo pasado, sino en regenerar desde las raíces de la condición humana. Reconstruir desde el anhelo de paz, de justicia y equidad, de solidaridad, desde la vida de las familias, de la curiosidad de saber, desde la diversidad y el deseo de fraternidad universal. Reconstruyamos desde el hecho de ser una única Humanidad y un único planeta Tierra.
Reconstrucción supone depuración, sanación de las raíces enfermas que nos trajeron a esto. Necesitamos recobrar tasas de empleo y producción, pero no por el camino sin salida por el que íbamos antes, sino por un nuevo camino. Quizás haya que hacer más esfuerzo y transformarnos más en profundidad, pero al menos no nos llevará al mismo punto: crecer de tal forma que volvemos a derrumbarnos. Salir de verdad de la crisis significa tomar otra salida que no nos lleve a otra crisis mayor. El rumbo que seguíamos era el de la destrucción de la dimensión comunitaria, la desigualdad extrema, la banalización y mercantilización de toda la cultura, el supremacismo populista, la sexta extinción y la insostenibilidad medioambiental. Ya antes de la pandemia, el mundo se nos había ido de las manos. Todavía no hemos retomado el timón del mundo del todo. Estamos más en la antigua vía que en la nueva, pero esta pandemia ha sacudido nuestras conciencias y tenemos una mayor oportunidad de cambiar de historia y la historia.
La Reconstrucción es integral
La Reconstrucción es integral y ya hemos reflexionado sobre algunas de sus bases como la reconstrucción personal y la vecinal, así como otros aspectos como la Democracia de Discernimiento o el capital existencial y moral de la sociedad. Este diario ya se acerca a su final, terminaremos en el número setenta, al cumplirse las diez semanas desde que comenzamos. Luego seguiremos la reflexión, pero de otros modos. La Reconstrucción solo es posible si es integral y eso requiere una Gran Reforma, la que no supimos ni quisimos hacer en la crisis del 2008. Ahora estamos en peores condiciones porque la recesión es más profunda, los flujos internacionales están muy cerrado y la población ha sufrido -y sigue impactándole- un gran trauma de muerte. La balanza también tiene algunos aspectos positivos en el otro plato: ha habido una mayor transformación personal y colectiva de la conciencia, existen grandes reservas de capital que esperan para ser gastados e invertidos y hay una mayor defensa de las personas y familias que se quedan sin medios de vida. Posiblemente, los puntos más débiles de toda la Reconstrucción son el estamento político (tacticista, polarizado, doctrinario y poco cualificado), una Administración Pública arrogante, ineficiente y no cooperativa, y la muy debilitada sociedad civil. En la Reconstrucción económica hay varios puntos que son clave.
Una clave que no voy a desarrollar aquí es todo lo relativo a la ciencia. La carrera colectiva por encontrar una vacuna constituye el mayor proyecto científico de la historia y debe ser un ejemplo que nos ilumine. Ese proyecto ha sido montado gracias a la cooperación de redes científicas, empresas, fundaciones, universidades y Administraciones Públicas. Es importante resaltar que la sociedad civil mundial se ha visto muy dinamizada por la sociedad científica: una tupida trama de redes, asociaciones y organismos autorreguladores. Especialmente importante ha sido el espacio de ciencia libre, no determinada por el mercado de las revistas y las políticas de control gubernamental, sino autorregulada por la propia sociedad civil científica. Es uno de los pilares para la reconstrucción de la sociedad civil mundial.
El apoyo a la ciencia ha subido en todas nuestras sociedades. Sabemos que todo el capital destinado de verdad a ciencia -y no a burocracia de política que condiciona la ciencia- es inversión. Aunque cada sociedad tiene su estrategia industrial, hay que fortalecer el conjunto de la ciencia, porque va a mejorar no solo la producción de nuevos materiales de alta tecnología difíciles de imitar, sino el conjunto de la sociedad: por ejemplo, el diseño y medición de mejores programas de inserción laboral de desempleados.
Voy a señalar tres elementos clave a corto plazo: el Pacto ODS con el Empresariado, un nuevo modelo de ayuda a los desempleados y la simplificación de la Administración Pública.
1. Los empresarios son ahora los sanitarios
Una encuesta de Deloitte a 167 empresas, publicada el 17 de mayo, daba datos significativos sobre el clima empresarial. El 67% espera una contracción de su facturación y el 26% una expansión. Creen que a lo largo de 2020 no habrá recuperación y retardan la senda de crecimiento al próximo año y el 69% juzga la acción del gobierno durante la crisis del Covid-19 como mala (45%) o muy mala (24%). Más del 75% de las compañías encuestadas han realizado acciones solidarias durante la pandemia en forma de donaciones, servicios, política laboral o alivios a sus clientes.
Solo los sanitarios nos podían sacar de la pandemia y solo los empresarios nos van a sacar de la crisis económica. Habría que aplaudirlos cada día a las ocho de la tarde por cada empleo que contraten. Igual que estamos pendientes de cuánta gente muere –por miles, centenares, decenas–, debíamos seguir la cuenta de cuántas personas encuentran empleo.
Nuestros sanitarios hubieran salvado más vidas –entre otras, las suyas– si hubieran tenido más medios de autoprotección, más recursos hospitalarios y una mejor organización de la Administración. Del mismo modo, los empresarios necesitan las condiciones necesarias para crear el tipo de economía y sociedad sostenible que todos necesitamos, aquella en la que pueden crear la buena riqueza sostenible. Es imprescindible una nueva alianza con el mundo empresarial y la clave es qué tipo de corporaciones necesitamos.
Poco antes de la pandemia, el Foro Económico Mundial de Davos realizó un nuevo Manifiesto en enero de 2020 –el anterior era de 1971– que supone un giro clave en la cultura económica y empresarial. Su fundador y presidente ejecutivo, Klaus Schwab, apuesta por un capitalismo que tenga una concepción más compleja de los grupos de interés a los que tiene que servir, no solo unidireccionalmente obsesionado por “añadir valor a sus accionistas”. No se trata de un capitalismo compasivo, sino de corporaciones que tengan una idea integral de su ecosistema social. Se busca compañías que se dirijan a la sostenibilidad y el desarrollo sostenible con sus clientes y las sociedades donde operan, en toda su “cadena de valor” -desde los lugares donde sus proveedores extraen materias primas hasta el reciclaje tras el consumo por parte de sus clientes últimos. “El capitalismo de accionistas descuidó el hecho de que una empresa es un organismo social… y el cortoplacismo especulativo le llevó a estar desconectado de la economía real… Esta forma de capitalismo ya no es sostenible”, concluye Schwab.
Se debe avanzar, tal como señala Europa, en la valoración de la sostenibilidad social y medioambiental de cada corporación para elegir las compañías a las que vamos a comprar. ¿Qué calidad tiene el empleo de sus trabajadores? ¿Qué impacto medioambiental tiene? ¿Cómo contribuye a la equidad e inclusión social? ¿Cuál es su retorno social y cuál es su impacto social? Esto debe formar un índice que permita saber a qué tipo de empresa estamos apoyando con nuestra compra. No votamos solo cada cuatro años, sino que cada día votamos a través de nuestras compras, elegimos el tipo de compañías que queremos lideren la economía de nuestra sociedad. Cada empresa debe tener su valoración de impacto en los Objetivos de Desarrollo Sostenible y ese índice debe ser voluntario, objetivo, transparente y público.
El Manifesto Davos 2020 –concretado en el índice del impacto ODS de las corporaciones– es el marco en el que hacer una alianza a largo plazo entre las patronales y la sociedad, mediado por los gobiernos. Es necesario un gran Pacto ODS de Reconstrucción que dé confianza y condiciones para el desarrollo del empresariado sostenible. En ese Pacto es imprescindible que esté representada la sociedad civil, muy especialmente la economía social, las asociaciones d consumidores, la sociedad científica y las ONG de inclusión social. Los sindicatos no representan al conjunto de la sociedad civil.
También el marco económico ha cambiado y necesitamos reformar nuestra estructura económica, lo cual nos llevará como poco una década, pero hay que poner una clara dirección hacia ese lugar. La transición a la nueva economía verde es irreversible. El 6 de mayo, Credit Suisse hizo público su informe Supertrends 2020, en el que señala cuáles son los objetivos más convenientes de inversión. Las infraestructuras, logística y tecnológicas siguen manteniéndose como una apuesta segura. Junto con ellas destaca la sostenibilidad. Supertrends ve un gran potencial de inversión en energías renovables -que requerirán una reconversión de las infraestructuras y medios de transporte- y empresas de alimentos sostenibles -tanto en producción como distribución. El mundo alrededor de las ciudades sostenibles va a crear muchas oportunidades de rentabilidad, así como todo el soporte al envejecimiento. El giro del mundo hacia la sostenibilidad está suponiendo un cambio sistémico que la pandemia no ha hecho sino acelerar. Las limitaciones de movilidad y las precauciones globales en sanidad van, contra nuestra voluntad, en esa dirección.
El sábado 16 de mayo fue ejecutada la demolición de las enormes chimeneas de refrigeración de la central nuclear de Philippsburg y eso, en el contexto de la pandemia, marca una nueva época en materia de energía en Europa. Tras la catástrofe de Fukushima de 2011 se cerró y nueve años después asistimos a su derrumbe definitivo. A finales de 2022 todas las centrales alemanas habrán sido clausuradas y sustituidas por energía alternativa. La decisión de Alemania por la economía sostenible lidera la nueva revolución verde y la reindustrialización. Esto forma parte de ese Pacto de Reconstrucción. Nos marca dos cuestiones que son también claves.
2. Desempleados
El mayor sufrimiento de la crisis cae sobre los desempleados, tanto los que han perdido su empleo, como los jóvenes que no van a lograr incorporarse. El empleo lo crean sobre todo las empresas, pero en el sostenimiento y optimización de la empleabilidad de los desempleados el papel corresponde a la Administración y la sociedad civil. Un primer problema procede de las condiciones en las que se encuentran las personas desempleadas: están solas. Cuando estudiamos soledad no deseada y aislamiento, son el colectivo que más la sufre y muy especialmente afecta a los jóvenes. Es imprescindible crear un nuevo entorno comunitario y cualificador donde sus ánimos no decaigan. Para ello se pueden crear grupos de autoapoyo, mentoring y crear proyectos donde puedan aportar valor a la sociedad, y no caer en la pasivización. Gran parte del impacto viene de la quiebra de la autoestima y una progresiva depresión en la que la persona cree que pierde valor a sus propios ojos y los de los suyos.
Además, el sistema de formación y orientación de las personas en desempleo es un desastre, tal como ha dejado de manifiesto la Comisión Europea. España tiene un nivel de formación bajo y desajustado en su masa laboral. Muy especialmente destaca el alto porcentaje de jóvenes que abandonan el sistema educativo y la baja cualificación de los migrantes. En este terreno es urgente una reforma radical con cuatro vías: (a) reforzar con métodos innovadores (como Primera Experiencia Profesional, de la Fundación Boscosocial) el sistema educativo básico, en estrecha cooperación con las empresas (b) establecer grandes Bonos Sociales (proyectos de financiación pública que solo se pagan si una entidad cumple determinados objetivos prestablecidos, como que la persona encuentre empleo) centrados en el éxito de la inserción laboral, (c) articular modos de formación online compatibles con el trabajo (por ejemplo, la formación a distancia de la Fundación ECCA) y (d) crear grupos de empleo en donde unos se apoyen a otros y mejoren sus ánimos y habilidades básicas (sociales, emprendimiento, ética del trabajo, etc.). La sociedad civil y las redes vecinales tienen un gran papel que jugar en este campo.
3. Reforma de la Administración Pública: La curvatura de los plátanos
Se necesita aprovechar la crisis para acelerar la reforma de la Administración. Su lenta y aplastante burocracia ha perjudicado mucho a la respuesta a la pandemia. España ya no puede soportar más esta Administración Pública que, en general –hay algunas partes de la misma que funcionan suficientemente bien– desmotiva a sus funcionarios, es inmune a los cambios y es arrogante con los ciudadanos. Ha habido mejoras importantes, pero es urgente la reforma que hasta ahora no se ha querido hacer.
Hay varios aspectos importantes en esa reforma. Uno relativo a la cooperación con la sociedad civil y empresas, para formar híbridos organizativos que hagan mejor las tareas públicas, para avanzar en la toma de decisiones participativas, para que haya transparencia. Otro aspecto es relativo a la reforma de los Servicios Sociales, en línea con el paradigma Recovery. Un tercero es la necesidad de una descentralización mancomunada o cooperativa: que se garantice que existen proyectos de país, que hay estrategias que vinculan necesariamente a todas las regiones y no lancemos a unas autonomías a competir con otras en una dinámica que nos separa. El cuarto sería el avance hacia la cualificación de los mandos políticos: no puede ser que al frente de un organismo o departamento esté alguien que carece de la formación en esa materia. Es inasumible: lo carga de ideologismo, clientelismo y arbitrariedad. Es un insulto para los profesionales y funcionarios que llevan en esa rama del saber y la técnica toda su vida. Solo tenemos espacio para insistir en el quinto proceso que genere las condiciones para crear empleo y ahorrar dinero: la simplificación de la Administración.
Según la Unión Europea, el coste de gestión burocrática que exigen las Administraciones supone el 4,7% del PIB en España. Centenares de procesos pueden ser simplificados o eliminados. Tenemos un marco normativo y regulador excesivamente denso, desproporcionado y complejo que provoca una excesiva carga de papeleo que reduce la productividad, la calidad del trabajo y desincentiva. El BOE publica casi un millón de páginas al año (960.000, que este año se verán sobradamente superadas) y 900 leyes. Hay normativa hasta para establecer el grado de curvatura que deben tener los plátanos. Por ejemplo, habilitar un almacén supone 15 procedimientos distintos en la Administración.
Un ejemplo claro es el mundo educativo, donde los colegios, universidades y profesores se han visto sometidos a una burocracia de la calidad que ha provocado un enorme malestar, ha ocupado gran parte del trabajo de los trabajadores, directivos e instituciones, y distorsiona el servicio porque se trabaja para satisfacer a la burocracia y no a las necesidades educativas reales. Hay varias vías para elevar la calidad y la Administración española ha escogido una vía burocrática extremada que es perniciosa.
La regulación hiperburocrática no garantiza la seguridad jurídica, no evita la corrupción ni aumenta el bien común. España es el cuarto país en el que más se roba a las arcas públicas. Cada año en España se pierden 90.000 millones de euros en corrupción. La burocracia durante la pandemia no ha hecho más eficaz ni más segura la importación de material sanitario, sino que hemos sido estafados y hemos tardado excesivamente en las adquisiciones. No aumenta la seguridad ni la calidad.
España es segundo país del mundo que más tiempo exige para trámites burocráticos, solo por detrás de Francia. Los empresarios españoles emplean cada semana el doble de tiempo en tramitaciones burocráticas que los holandeses o británicos: 4 horas y 35 minutos semanales para cada organización –pequeña o grande– y autónomo en España, frente a las 2:40 de Holanda o 2:35 de Reino Unido (Informe Hiscox 2017).
Los tres niveles municipal, autonómico y central generan tal masa burocrática que convierten los trámites administrativos en el segundo obstáculo para las organizaciones de este país –sean del Tercer Sector o empresariales–. Sin restar descentralización, es imprescindible la ventana única que unifique procedimientos. Cada día las organizaciones deben consultar distintas webs para conocer si son destinatarios de algún procedimiento. Según CEOE, si hubiera obligación de notificárselo a las organizaciones o existiera una única ventana de notificaciones electrónicas, se podrían ahorrar 1.100 millones de euros cada año.
En estos momentos en que se quiere gravar más a los grandes patrimonios, la Administración debería comenzar por dar ejemplo y ahorrar en lo inútil, reformarse a sí misma antes de obligar más a pagar a los demás. Lo único que puede llevar a esa simplificación y ahorro es que la Administración se comprometa a sacar sus ampliaciones presupuestarias de sí misma: simplificación, lucha contra el fraude fiscal y eliminación de la corrupción, que ya hemos visto que se lleva cada año decenas de miles de millones de la economía europea.
El cambio no va a venir de la propia Administración ni de los políticos, sino que es preciso que en los puntos de contacto que tenemos con la Administración –educativo, sanitario, servicios sociales, etc.– presionemos mediante organizaciones por el cambio. Solamente la presión del electorado va a lograr cambios en una Administración que no quiere transformarse a sí misma.
Hay muchos aspectos implicados en la Reconstrucción Económica, como la reforma laboral, la industrialización 5.0 o la activación de la sociedad civil y las familias como actores económicos, en el contexto de la Sociedad de los Cuidados. Habrá que desarrollarlos. En este diario, solamente destaco los anteriores aspectos porque son elementos en los que todos podemos participar como sujetos, consumidores y sociedad civil.