El pacifismo no es una vieja causa, sino que es más necesaria que nunca para huir de la polarización y construir una democracia más profunda. Nos enfrentamos no solo a una pandemia vírica, sino al mal enraizado en nuestro mundo, que sale a la vez que el bien. Quizás en menor cantidad, pero su ruido es enorme.
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Cuando William Golding escribió su novela ‘El Señor de las Mosca’s (1954), se refería al poder de Belcebú, que es uno de los siete príncipes del infierno y su título principal es Señor del Abismo. El pueblo hebreo lo representó como uno de los animales llenos de moscas sacrificados ante Baal. Golding representa a ese demonio como una cabeza de cerdo en una pica. Golding criticaba lo cerca que está la humanidad de abismarse al mal si no defiende el respeto, la convivencia y a los más débiles. Las tentaciones de la brutalidad y la desconsideración están muy cerca, bajo una muy delgada capa de civilización.
Tras haber superado la fase más letal de la pandemia, Europa se abre paulatinamente de nuevo a la movilidad y la convivencia. Hay un punto en el que se encuentra la curva descendente de la probabilidad de contagio y la curva ascendente de destrucción económica. Decidir cuál es ese óptimo posible siempre es una opción de riesgo. En distintos lugares está desatando tensiones.
¿Acostumbrarnos de nuevo a respirar veneno?
Quizás estos dos meses han bastado para acostumbrarnos al aire limpio y nos cuesta volver a respirar el humo de los motores. También nos hemos acostumbrado a cierta paz social y cuesta volver a la bronca y polarización en que nos habíamos instalado políticamente. Salvo alguna excepción, no ha habido gestos para compartir la gobernanza en este tiempo excepcional de estado de alarma. Hubiera sido una buena oportunidad para crear confianza y compartir las grandes medidas sanitarias. No se ha hecho y es una pena. Los pocos políticos que han integrado a los demás partidos están siendo premiados por el electorado con un gran reconocimiento. Los que no lo han hecho, han contribuido a la división y la degradación de la cultura política. Divide y perecerás. Cuesta volver a este veneno político en los medios y las calles. ¿Tendremos que resignarnos a volver a la contaminación o cabe alguna alternativa?
Otra vez escraches contra familias de políticos
Ayer, una veintena de exaltados hizo un escrache de acoso con gritos, insultos, banderas de España y cacerolada contra la vivienda donde vive, con su esposa e hija, José Luis Ábalos, ministro de Transporte, Movilidad y Agenda Urbana. Otro grupo también fue a la famosa vivienda familiar de Pablo Iglesias en Galapagar. Ya se han visto también pintadas de “Pedro Asesino” en la calle. El Señor de las Moscas sale enseguida en cuanto degradamos la convivencia.
Hay quien lo justifica recordando los escraches que hubo contra miembros del Partido Popular en los años de la crisis. “Los escraches son el jarabe democrático de los de abajo”, definió el vicepresidente Pablo Iglesias esas acciones cuando los escraches se hicieron contra políticos del Partido Popular. Por ejemplo, en los domicilios familiares de Soraya Sáenz de Santamaría: 300 personas gritando e insultando ante su puerta el 5 de abril de 2013. Otro caso fue el de Esteban González Pons. El 20 de marzo de 2013 un gran grupo de exaltados rodearon el domicilio familiar de Esteban, colgaron carteles de la fachada, advirtieron a los vecinos que era un peligro vivir cerca de él, entraron en el portal y subieron a coaccionarle a la misma puerta de su piso, con su mujer y sus hijos, menores de edad, dentro. Lorena Ruiz Huertas –portavoz de Podemos en la Asamblea de Madrid– defendió los escraches contra domicilios familiares de policías y guardias civiles en Cataluña diciendo que era “una forma de manifestar la libertad de expresión” y “un ejercicio de participación democrática”. El caso es que en 2014 la Audiencia Provincial de Madrid archivó la denuncia de Soraya contra la Plataforma de Afectados por las Hipotecas (PAH) porque consideró que el escrache es “un mecanismo ordinario de participación democrática de la sociedad civil y expresión del pluralismo de los ciudadanos”. A mí me parece un acto de violencia insoportable y hay que criticarlo haga quien lo haga. Se sufrió demasiado escrache por ETA y sus cómplices durante décadas como para que nos permitamos esos modos execrables que denigran a quienes lo hacen e inyectan una violencia política de la que este país todavía no se ha olvidado tantas décadas después de la Guerra Civil.
Catálogo del brutalismo
Muchos nos damos cuenta ya de que no hemos cambiado suficientemente. El problema es más profundo. Necesitamos ser conscientes de esas erupciones de malas acciones para luchar contra sus causas. Hoy toca recordar, para no olvidarnos, que el Señor de las Moscas se ha hecho presente durante la crisis. Somos un país de aplausos solidarios y redes del bien, pero también permitimos con demasiada facilidad la agresividad. No la dejemos pasar ni nos resignemos. Para no olvidarnos en el futuro del brutalismo durante la pandemia, vamos a hacer una selección del catálogo de brutalidades que sucedieron mientras estábamos confinados en nuestra isla del coronavirus.
Pinchar ruedas
Ha habido barbaridades de distintas intensidades. Muy pronto, el 18 de marzo, en la primera semana de confinamiento, comenzaron los actos de exclusión y acoso a sospechosos de coronavirus y sus familiares. Manuel Jabois contó en El País que en un pueblo de Salamanca –Candelario– la familia de un vecino de 72 años que falleció de coronavirus fue señalada por el alcalde y se sintieron acosados para abandonar el pueblo. Ese fin de semana en que comenzó el confinamiento, en el mismo pueblo, ya habían amanecido pinchadas las ruedas de once coches de familias que se habían refugiado en las segundas viviendas que tienen en él para pasar la cuarentena.
Atravesar coches ante un avión de salvamento
Otro momento de salvajismo político sucedió el 19 de marzo cuando el vuelo IB6453 de Iberia iba a aterrizar en el aeropuerto ecuatoriano de Guayaquil, para recoger a ciudadanos españoles que habían quedado aislados en dicho país. La Razón contó que la alcaldesa de la ciudad, Cynthia Viteri, ordenó que se impidiera ese vuelo atravesando vehículos en la pista. Una medida peligrosa, motivada por el miedo al coronavirus que no hizo sino poner en riesgo vidas, no poder repatriar a españoles, provocar la xenofobia y sembrar el pánico en su población. Esos españoles serían repatriados de cualquier modo. Una medida populista que pasa a formar parte del catálogo del salvajismo en tiempos de coronavirus. España ha acogido a 430.000 ecuatorianos durante el siglo XXI, a partir de la dura crisis económica que sufrió aquel país en 1999. Comparar esa hospitalidad con esa medida xenófoba fue un duro contraste. Días después, Guayaquil asistió a los episodios más dantescos de esta epidemia, con cuerpos tirados por las calles y enterrados de noche por los descampados.
Orgía en Barcelona
Algunas noticias te descolocan por lo que hay en ellas de paroxismo del absurdo y cómo ponen al desnudo el egoísmo del ser humano. La Vanguardia, El País, Público, ABC y otros periódicos informaron que el 21 de marzo la policía catalana había detenido a ocho jóvenes que, en el momento de mayor peligro pandémico, participaban en una bacanal con éxtasis y cocaína en un piso de Barcelona. Fue uno de los invitados que no acudió quien los denunció a la policía. Eran jóvenes entre 23 y 34 años y cuando la policía llegó a las 22:30 de la noche, la policía localizó una gran cantidad de pastillas y más droga. Los jóvenes se habían convocado para una chemsex, “una suerte de orgía donde los participantes se inflan principalmente de metanfetamina con el objetivo de mantener relaciones sexuales durante varios días, cuanto más tiempo mejor. La metanfetamina proporciona una falsa ilusión de resistencia y, sobre todo, un estado de ansiedad que te promete todo el rato que la satisfacción está a la vuelta de la esquina, pero luego nunca está (la satisfacción), y así se pasan las horas y las noches”. Estaban esperando para comenzar, en los precalentamientos, pero habían convocado a treinta personas. Al ser detenidos, uno de los ocho detenidos tenía síntomas de coronavirus con tos y fiebre alta, así que fue trasladado urgentemente a un centro médico, donde dio negativo de Covid-19. La orgía se había convocado como una forma comercial para presentar una página web, tras cuya presentación tendría lugar la chemsex. Están a disposición judicial.
Se mezcla todo aquí. Por un lado, una presentación comercial que usa sexo grupal para vender. Por otra parte, un sexo histérico metanfetamínico que lleva a una búsqueda ansiosa de algo que nunca llegará. Por otro lado, un deseo que solo se mira a sí mismo y que ignora cualquier tipo de solidaridad, derecho o consideración mínimamente humana. En nuestra sociedad tenemos un problema acerca del derecho del deseo. La sola presentación de un deseo es apreciada como un derecho. Quiero comer pangolín, luego tengo derecho a pangolín.
Pequeña gran avaricia
Una expresión del hipercapitalismo a pequeña escala: Onda Cero informó el 25 de marzo que había sido detenido en La Coruña un hombre que alquilaba su perro para saltarse el confinamiento. Lo anunciaba en redes sociales. Tras ser detenido y sancionado, el hombre siguió con ese impulso “emprendedor”. Cuenta la guardia Civil que “después de la actuación policial, esta misma persona volvió a publicar dos anuncios similares el mismo día de su detención, por lo que se volvió a interponer acta de denuncia”. En el anuncio ponía una foto de un perro con un letrero a su cuello donde se podía leer: “Me ofrezco para pasear humanos estos 15 días”.
También forman parte del Señor de las Moscas la hiperexplotación de la gente. Para evitar que las cosechas se pudran en el campo, el gobierno reclutó trabajadores extranjeros que vinieran a hacer la recolección. Pero el 1 de mayo celebramos el día del trabajo teniendo a miles de recolectores inmigrantes sin comida, sin agua, sin mascarillas ni guantes y en viviendas deplorables, mientras recogen cosechas esenciales para el país.
¿Qué avaricia hemos hecho anidar en el corazón humano de modo que cualquiera quiere hacerse rico, aunque sea dañando a los demás? ¿Qué modelo de vida y éxito hemos difundido por todo el planeta de modo que quien no es rico y vive discretamente casi vive una vida que no merece la pena? ¿Qué tipo de cultura hemos construido en la que solo merece la pena la vida si eres César? De nuevo, la cabeza de cerdo clavada en una pica en medio del parque.
Apedrear ambulancias de enfermos contagiados
El 26 de marzo de 2020, un grupo de cincuenta jóvenes de La Línea de la Concepción apedrearon ambulancias con enfermos de coronavirus. Incluso se interpuso a un vehículo para que las ambulancias no pudieran pasar. Llevaban en su interior a ancianos de una residencia. ABC contó que la intención era que no se moviera a enfermos por la localidad y pudieran ser un foco de infección. Tuvo que intervenir la policía y dos personas de 25 y 32 años fueron detenidas, dice Europa Press. El 8 de abril, la policía detuvo a tres jóvenes de 18, 24 y 30 años que organizaban por WhatsApp emboscadas para agredir a la policía de Algeciras en su labor de vigilar el estado de confinamiento. El chat contaba con numerosos participantes que esperaban las consignas para asaltar a la policía a modo de guerrilla urbana y se habían hecho incluso con armas de fuego.
La violencia contra la policía sucedió en distintos lugares del mundo, como en Colombia, para impedir el paso de unidades militares a los narcobarrios para repartir comida. El 20 de abril también se desataron revueltas en los suburbios de París. A los usuales incendios de mobiliario urbano y automóviles, han sumado el uso de fuegos de artificio como armas lanzadas a la calle contra la policía. El desencadenante fue un accidente de un motorista de 30 años contra la puerta de una patrulla policial. Las bandas denunciaron que era un caso de abuso policial y eso fue empujando una sucesiva escalada que incluso acabó con el uso de morteros caseros contra la policía.
La maté porque se acercó demasiado
El Diario de Nueva York informó el 30 de marzo que, en Brooklyn, una anciana de 86 años murió al ser empujada violentamente por una mujer en la calle. La homicida justifica que la empujó porque “se acercó demasiado” y le podía contagiar el coronavirus. El miedo combinado con el desprecio por la vida humana puede llevar a reacciones brutales y hasta a la muerte como en este caso de Brooklyn. La violencia está a flor de piel en algunas personas e inyectar miedo en la sociedad hace que aflore.
Escupir virus para atracar
Leímos también en El Diario de Nueva York del 19 de abril que en las prisiones neoyorquinas, los presos amenazan a sus guardas con escupirles para transmitirles virus. En otro incidente, tres adolescentes judíos escupieron a un bombero musulmán en el Borough Park de Brooklyn. Este bombero era hijo de un musulmán condenado por delitos de odio y conspiración para asesinar judíos. En otro caso en Brooklyn, un detenido por el FBI tosió sobre los agentes para contagiarles también el Covid-19. Sanitarios también han recibido amenazas de personas que se niegan a seguir las indicaciones de confinamiento.
Ataques a quienes nos curan y cuidan
Algunas de las violencias que más nos han dolido e indignado son las que van contra quienes están arriesgando y entregando la vida por sanarnos. El 30 marzo, la prensa mexicana ya recogía que en Jalisco, taxistas y conductores del transporte público se negaban a llevar a enfermeras por no ser contagiados por el coronavirus. El 12 de abril en México un joven enfermero mexicano fue expulsado por vecinos de su apartamento en Sonora por miedo al contagio. A mitad de abril ya se habían registrado 43 agresiones físicas contra personal sanitario en México, especialmente contra mujeres.
El caso más conocido en España fue el de la médica ginecóloga de Barcelona que se encontró un brutal mensaje pintado en su coche cuando bajó al garaje comunitario de su urbanización para ir a trabajar a su hospital. Con un aerosol negro habían pintado a todo lo largo del coche “RATA CONTAGIOSA”. Causó una amplia conmoción en la sociedad y se multiplicaron los mensajes de apoyo y la condena de un acto tan execrable. La doctora Silvana Bonino, la víctima, denunció el hecho ante la policía. “Al principio, no me lo podía creer, no entendía nada. Sentí sorpresa y tristeza por recibir este ataque. Me parece miserable y me da pena la gente así”, declaró a la prensa. Tras sacar unas fotos al coche, subió de nuevo a casa a contárselo a su marido, de nacionalidad china y residente en España hace años. El 17 de abril, la policía identificó a la persona que pintó el coche de la doctora Bonino en Barcelona. Se trataba de un hombre de nacionalidad española y fue denunciado por daños con el agravante de delito de odio.
Hay más casos. Un vecino pegó en la puerta del domicilio de un médico de Alcázar de San Juan una hoja con un mensaje anónimo impreso: “Sabemos de tu buena labor en el hospital y se agradece, pero debes pensar también en tus vecinos. Aquí hay niños y ancianos. Hay lugares como el Barataria, donde están alojando a profesionales” (todo con mayúscula, sin puntuación ni tildes). El destinatario del mensaje era el doctor Jesús Monllor, quien también recibió una multitud de apoyos. En su respuesta, escribió un agradecimiento de corazón a todos, que este hecho tan solo es “un pequeño punto negro dentro de una sociedad española que de largo ha demostrado saber estar”, como lo demuestra el aplauso masivo a las ocho de la tarde.
Otra persona, una empleada de supermercado que vive en Cartagena se encontró en el portal u cartel escrito a mano que también le exigían que se fuera del edificio: “Somos tus vecinos y queremos pedirte por el bien de todos que te busques otra vivienda mientras dura esto ya que hemos visto que trabajas en un supermercado y aquí vivimos muchas personas. No queremos más riesgos” (Todo con mayúsculas, sin puntuación ni tildes).
A otra cajera que se llama Miriam Armero, le dejaron otro mensaje que le metieron por debajo de su puerta y se encontró su hijo. El contenido era el mismo que el de esas notas difundidas las últimas horas. Ella respondió a tal vecino con una grabación en video que difundió en redes sociales y en el que decía:
“Trabajo en un supermercado. Estoy muy orgullosa de decirlo porque estamos ayudando a muchas personas y aun poniéndonos nosotras mismas en riesgo. Estábamos en casa y mi hijo, cuando ha pasado por el pasillo que da a la puerta de la calle se ha encontrado una nota. Me parece un poco cobarde dejarla debajo de la puerta de mi casa, que la coja mi hijo, sobre todo, que tiene diez años, que la lea y que mi hijo se eche a llorar porque cera que nos van a echar de porque su madre es cajera en un supermercado. No sé ni qué decir porque tengo a mi hijo en el sofá llorando… [se emociona] y me voy a contener mucho porque no, porque no porque no hay derecho a esto. Ya tenemos bastante nosotros con lo que tenemos que pasar todos los días…” .
La mafia avanza tras el coronavirus
La mafia es una de las grandes personificaciones del Señor de las Moscas. Me impresionó la noticia que dieron a conocer el 19 de abril en El País: “Los clanes mafiosos del sur de Italia aprovechan la crisis para ganar apoyos repartiendo comida y dinero, pero algunos vecinos se organizan para prevenirlo”. La mafia es inmune al virus y crece con él: apadrina la sociedad enferma penetrando más hondo en su dominio. Es un principio general: donde no hay sociedad civil, surge mafia.
El gobierno italiano no ha hecho llegar todavía las ayudas prometidas a los barrios populares y la mafia aprovecha el vacío para proporcionar bolsas de ayuda alimentaria a los vecinos, haciendo profundizar y extenderse las redes clientelares sobre las que se asienta su dominio. También usan su capital sumergido para hacer préstamos a pequeños negocios y empresarios que se encuentran colapsados por la hibernación económica. Lo que buscan los prestamistas mafiosos no es ganar el dinero de esos intereses, sino que es más absorbente: integrar esos negocios dentro de la cadena extractiva y de poder de la que se nutre. El tiempo que la burocracia italiana tarda en hacer llegar las ayudas a las familias y la liquidez a los negocios, es tiempo regalado a las mafias.
La sociedad civil y la Iglesia han reaccionado y han redoblado los esfuerzos para hacer llegar comida a las familias en necesidad. El artículo recoge la voz de Davide Marotta, voluntario de un grupo que reparte 350 cheques y paquetes de alimento cada semana: “Quien recibe ayuda, muchas veces, no piensa si es de alguien que mata o vende droga. El hambre es hambre. Nápoles ya estaba llena de problemas antes del coronavirus. El Estado está ausente en estas zonas, y la Camorra a menudo lo sustituye. El único mercado que no para es el ilegal. Y utilizan el viejo método del clientelismo político. Lo que hacemos nosotros es ocupar ese espacio”.
Leoluca Orlando, alcalde de Palermo expone su conclusión sobre esta doble crisis de pandemia y mafia: “Cuando uno está enfermo y el médico no llega, termina acudiendo al curandero. Debemos evitar que llamen a la puerta estos falsos médicos. Los mafiosos están alimentando el malestar social para transformar a los nuevos pobres en correos de droga, esclavos. Solo el dinero público es la alternativa al dinero mafioso. Y esto vale en todo Italia, también en el norte”.
Barbarie o Salud
Junto con estas historias, hay otras terribles que nos hablan de lo adentro que están arraigadas las malas hierbas del mal en nuestros corazones. El siguiente caso sucedió el 30 de abril, en una pequeña localidad argentina de mil habitantes llamada Villa Mailín. El implicado violó el confinamiento y salió de su casa con un rifle para cazar a unos montes de la zona. Ese día se celebraba precisamente el Día Mundial de los Animales. En el monte encontró a la puma con sus dos crías y no dudó en matar a los tres. Sacó fotografías y las exhibió por WathsApp entre sus conocidos y por Facebook. Han sido los propios vecinos de Villa Mailín quienes supieron de los hechos, identificaron al cazador y han pedido a las autoridades que intervengan para sancionar el delito, ya que es una especie protegida. En la fotografía los tres animales aparecen estirados y paralelos. La madre tiene sus manos en el cuello y frente de una de las crías, como si la estuviera protegiendo o consolando.
El cazador fue el joven Cristian Ledesma, quien fue detenido por la policía en su domicilio. Interrogado por las autoridades, reconoció haber violado la ley de protección de fauna silvestre y el confinamiento obligatorio dispuesto por el Gobierno. Según su relato, salió con sus dos perros a cazar a una zona donde su padre cría ganado, a unos cuatro kilómetros de su domicilio. En pleno monte, los perros localizaron al puma con sus crías. El acusado reconoce que el felino no había atacado al ganado ni a ellos. Los perros acosaron al puma, quien se defendió. Entonces, Ledesma mató a la madre puma de un disparo en el pecho. Luego localizó a los dos cachorros, de unos tres meses de edad, y los mató a golpes sobre sus cabezas. Es esta barbarie contra los animales lo que está en el origen de la pandemia que ahora mata a seis mil personas diarias por el mundo. Como el viejo lema, Barbarie o Salud.
Parar al Señor de las Moscas
Todo esto forma algo muy antiguo y violento, inconcebible en nuestro siglo, pero ahí está. Se vivió en el siglo XX con mayor virulencia que nunca antes. El siglo XXI no está en condiciones de garantizar que no se vayan a repetir los peores males del siglo XX. No hemos hecho nada que haga la paz o la democracia irreversibles. Por el contrario, el mundo se nos ha ido de las manos, los riesgos se han extremado y necesitamos un enorme esfuerzo por poner a la humanidad en la dirección de los Derechos Humanos y el Desarrollo Humano Integral.
Se podrían hacer muchas cosas, pero hay algo ahora que es urgente: avanzar en la democracia de discernimiento, tal como contamos un día. Para eso, en nuestro pequeño ambiente tratemos de equilibrar los razonamientos, moderar los ánimos, comprometernos de modo que no se provoque la ira. Si aparece en un lado, poco tardará en dispararse en el otro y en todos. Hace poco asistimos con el corazón encogido a la “Rosa de fuego” que hizo arder las calles de Barcelona. Tenemos que desaprender la vira y la violencia en todas sus manifestaciones. Tenemos que continuar con el gran mensaje de paz y concordia que creímos comprender durante la pandemia. Cada uno de nosotros debemos ser un creador de puentes y pacificador.
Cada generación tiene que volver a comprometerse con el bien y no es algo formal ni protocolario. Nada se puede dar por conquistado ni sabido. Es una lucha agónica que cada generación tiene que enfrentar, una encrucijada en la que tiene que elegir. En cuanto la civilización retrocede –como en el caso actual de tanto cese de actividad y excepcionalidad–, salta la violencia que no ha sido pacificada en el corazón de la gente, la sociedad y las instituciones. Debemos enterrar al Señor de las Moscas y unirnos al Príncipe de la Paz.