Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

Diego Benéitez, caminar horizontes


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La galería BAT de Alberto Cornejo en Madrid ofrece la exposición ‘La luz de tus ojos’, que muestra parte del trabajo del pintor zamorano Diego Benéitez (nacido en 1986) durante el año 2024. Cuenta en su haber distintos premios como el BMW, y su obra circula muy apreciada por diferentes países.



La serie que presenta en BAT se compone de paisajes de horizontes urbanos donde solo se materializa una fina hilada de ciudad, a veces unida por un largo puente claro y puro. Por encima y debajo del horizonte, el cuadrado de la pintura extiende grandes superficies abstractas que son cielo y a veces mar, campo, reflejo de cielo o simplemente un campo de reflexión, contemplación y paz.

Las obras respiran la gran mansedumbre de los albores y ocasos. En esas líneas de civilización, delgados alambres de funambulista, hay una minuciosa complejidad miniaturista en la que, al acercar la atención, se puede distinguir una fila de grúas, cúpulas, agujas de iglesias, torres, etc. Se deja sentir la calma palomar de los campanarios, pero también el centelleo industrial.

Entre las obras me atrapó una tabla de 80×80 cm. Titulada ‘El paseo que te conocí’. El paisaje urbano parece amanecer tras una noche vibrante. Enseguida uno entiende esa delgada línea edificada como un itinerario en el que la amistad, el amor o el asombro ha recorrido calles, plazas y muelles que aparecen alineados como si formasen una recta, una ciudad reordenada para refundar el horizonte.

Diego Beneitez

En ese cuadro me impresionaron las concentraciones de luz resplandeciente en algunos de los puntos de la línea maestra que testimonian el duro trabajo de los vulcanos en sus fraguas, obreros que siguen alimentando de noche o de madrugada la ciudad. La Luna se retira humilde entre ellas. Las neblinas se descorren y limpian a su paso el alba para abrir el telón de un nuevo día. La amistad entre nubles y tabla celeste es perfecta. Benéitez logra una sutileza en las calimas que toca la consolación. El mar refleja bien con lealtad y cercanía el sosiego de la alborada.

Amanecer

Los troncos que aparecen diminutamente clavados en las orillas se despiertan y las islas se embozan en sus sábanas ya que pueden permitirse dormir un poco más. El trabajo de los madrugadores y los que han velado la noche queda bendecido por la mañana que les entrega la claridad en sus manos. Muy ligeras lágrimas dan un casi imperceptible vaivén al mar y la bóveda. El destelleante brillo de los hornos de la urbe quieren ayudar al Sol.

Benéitez ahonda nuestra conciencia de que la vida es una cuerda de guitarra que cruza tiempo y cosmos, sobre la que uno camina malabarista entonando un canto, llevando en la balanza de la pértiga sus cosas y recuerdos. El horizonte de la vida no está lejos, sino que caminamos sobre él, es el universo concentrado en hilo de Ariadna bajo mis pies.

Toda esa ciudad que forma los horizontes de Benéitez es la vida de cada uno, la delgada línea de vida, inquebrantable y resplandeciente de gloria y dolor hasta que amanezca el final.