No fue el mejor dato de audiencia de Salvados. Casi dos millones de personas en prime time vieron el programa de La Sexta con el testimonio de la víctima de abusos en el Seminario Menor de La Bañeza. Un acercamiento profesional a un tema muy doloroso –empezando por la víctima– y que se presta al linchamiento inmediato de toda la institución eclesial.
De ese linchamiento se encargó el patíbulo portátil instalado en las redes sociales, en este caso Twitter, donde se superaron los cinco millones de comentarios, muchos de ellos tan lacerantes para la Iglesia que la llamada a boicotear la X en el IRPF es de los más llevaderos…
Pero sin ser su mejor dato de audiencia, el programa ya era lo suficientemente relevante en sí mismo –de los pocos que no maltrata del todo al periodismo– para que, desde la Iglesia, se le hubiese prestado un poco de atención. Ya no se trata de que escuchar el horror suponga un mal trago. Sé de sacerdotes que no quisieron verlo porque les resultaba doloroso. Se trata de que se le pudieron evitar nuevos males a la institución, dado que, ahora, la consigna es la de la tolerancia cero.
Se perdió una gran oportunidad para reforzar ese mensaje, que ha venido acompañado de protocolos nuevos, como el que propició reabrir este caso. Por eso es aún más incomprensible que el obispo que se topó con ese pastel nada más tomar posesión, y que en sus declaraciones condenó y pidió perdón por los abusos y expresó su apoyo y cercanía a las víctimas, aparezca en una imagen, fugaz y fugitiva, que deja ver sus pocas ganas de enfrentarse a las cámaras.
El obispo de Astorga solo tenía que haber repetido lo que muchos ya le oímos. Pero ese día, otros muchos se convencieron de que poco se ha cambiado ante esta lacra. Una ocasión perdida. Demasiado miedo. Y la falta de costumbre de tener que dar explicaciones quien reivindica, también para sí, su lugar en el espacio público.