Cardenal Cristóbal López Romero
Cardenal arzobispo de Rabat

‘Dignidad infinita’


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Ardo en deseos de leer tranquila y pausadamente la introducción y los 66 parágrafos de que consta la declaración del Dicasterio para la Doctrina de la Fe ‘Dignitas infinita’ sobre la dignidad humana, publicada con fecha del pasado 2 de abril, en el 19º aniversario de la muerte de san Juan Pablo II.



No entraré, pues, en el contenido, pero me permito saludar la publicación de un documento así porque considero que el mundo, que había dado pasos de gigante en el siglo XX con la publicación –y la adopción por parte de casi todos los países– de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, está entrando en este siglo XXI en un retroceso en este campo. Que la Iglesia haya querido festejar con este documento el 75º aniversario de dicha Declaración, es ya un hecho remarcable.

Compromiso humano

Otro motivo de gozo para mí procede de la visión integral de la dignidad humana. Siempre me ha hecho sufrir el constatar que muchos de quienes se declaran católicos y ponen su fe como fundamento de su compromiso en favor de la vida se limitaban (¿y se limitan?) a defenderla solo en su tramo inicial y final, luchando contra el aborto, la maternidad subrogada, la eutanasia y el suicidio asistido, por ejemplo; pero dejando en el olvido las guerras, las desigualdades económicas flagrantes, la miseria, la trata de personas, la pena de muerte y otras muchas violaciones de la dignidad humana que ahora vienen citadas y tratadas en la declaración vaticana junto con aquellas primeras.

DIGNIDAD_1

Mientras que quienes se autoproclaman progresistas y combaten estos últimos atentados contra la dignidad humana, al mismo tiempo se obstinan en proclamar como un derecho el acabar con la vida del no nacido o con la de la persona que ya no es productiva; no caen en la cuenta de que en ello no hay ningún progreso, sino un retroceso flagrante a civilizaciones y épocas antiguas, en las que ya se practicaba el aborto, e incluso el infanticidio.

Es el cristianismo el que, paso a paso y no sin errores y retrocesos, ha ido ensanchando el concepto de dignidad humana, que ahora se vuelve a proclamar, concretándolo en una lista de conductas que, sin pretender ser exhaustiva, acoge la amplia gama de las mismas que sonrojarán a nuestros descendientes de aquí a unas cuantas décadas, cuando escriban y analicen la historia que estamos viviendo.

¡Bienvenida, ‘Dignidad infinita’!

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