El dinero es uno de los inventos más prácticos de la humanidad. Crear fichas de denominación consistente que son aceptadas por todos nos permitió avanzar del trueque puntual de mercancías a las redes comerciales a gran escala, multiplicando la variedad y disponibilidad de productos a los que tenemos acceso. Podemos incluso decir que la invención de la moneda permitió el surgimiento de los servicios, el trabajo intelectual y las funciones de gobierno, pues en ellos no hay intercambio de mercancías, sino de tiempo, talento, capital relacional o facultad para ordenar.
El dinero es tan habitual en nuestras vidas que para la gran mayoría de nosotros resulta inconcebible poner su uso en pausa, aunque fuera por un momento. Tiene además esa capacidad expansiva para escalar prioridades y aparentar ser sinónimo de recurso, riqueza o valor. Además, parece que estamos mentalmente atrincherados y en alerta frente a cualquier conversación al respecto, pues nos hemos acostumbrado a que detrás de algunas exhortaciones para desapegarnos de la avaricia vendrá en cualquier momento un sablazo que dice “mejor dámelo a mí”.
Así, hoy te invito a reflexionar si el dinero es una inercia inconsciente más que nos esclaviza o distorsiona nuestras prioridades, aunque su cualidad original sea la de potenciar nuestra libertad.
Medio de intercambio
Nuestras sociedades modernas son un mundo mediado por el dinero. El planeta se urbaniza y hoy en día más de la mitad de la población vive en ciudades. Esta cifra es 80% para México y España y del 82% para Estados Unidos. Muy pocos disponemos de un huerto o un árbol frutal en casa, y tener un gallinero es inconcebible, pues en entornos urbanos es inviable -o incluso ilegal- practicar la agricultura o la ganadería. Así que la subsistencia económica está directamente asociada a contar con dinero para intercambiarlo por comida en la tienda o el supermercado, así como realizar un sinnúmero de otras transacciones.
Esta abrumadora dependencia facilita que el dinero transite de ser un instrumento con valor de intercambio para adquirir bienes, para convertirse en un objeto con valor intrínseco por sí mismo. Dejamos de apreciar su significado como trabajo acumulado y lo consideramos como el propósito mismo de nuestro esfuerzo. Si nos descuidamos, el dinero usurpa escalones en nuestras prioridades, desplazando a la armonía, la convivencia, la salud y hasta el bien común. Trabajamos no para nuestro bienestar, sino para ganar dinero.
Fin, solo en apariencia
Este desorden en prioridades es la fuente misma del robo y avaricia. El dinero suele ser fuente de distanciamientos y pleitos entre amigos y familiares. También puede originar envidia y discriminación, cuando lo utilizamos para compararnos con otros o tenerle lástima a los menos adinerados.
Nuestros sesgos pueden expandirse a distorsionar nuestra percepción de las virtudes, cuando equiparamos pobreza y humildad, o al decir que somos pobres pero honrados, como si la prosperidad financiera implicara necesariamente corrupción.
En casos extremos, podríamos sorprendernos a nosotros mismos depositando nuestro corazón y felicidad en el saldo creciente de nuestras cuentas bancarias, como una actualizada versión del becerrito de oro (Ex 20,4).
Lo sorprendente del asunto es que más allá de cubrir satisfactoriamente nuestras necesidades, el dinero entra en un patrón de rendimientos decrecientes para contribuir a nuestra felicidad personal y desarrollo social, según lo reportan diversas instituciones de las Naciones Unidas (PNUD, 2018).
Te reto
El dinero es naturalmente positivo y claramente el medio por el que transita el intercambio en la vida moderna. Pero eso no significa que reunir fichas sea el propósito central de nuestras vidas.
Así que mañana viernes te invito a centrar tu reflexión de desapego en el lugar que el dinero ocupa en tu vida, analizando su aportación real y prioridad.
Calibra su aportación real visualizando dos escenarios. Primero imagínate con 10 veces más dinero y pregúntate que cosas comenzarías a hacer y que otras cosas dejarías de hacer. Y entonces cuestiónate si verdaderamente necesitas dinero para realizar esos cambios. Después imagina que cuentas solo con una décima parte del dinero que posees actualmente, para así visualizar qué gastos reducirías. Observa cuáles de ellos eran realmente necesarios y cuáles eran triviales.
Observa la prioridad del dinero al notar la atención y el tiempo que le dedicas, comparándolo con otras cosas relevantes para ti, como fomentar tu vida de oración, cultivar tus amistades o disfrutar de la naturaleza. Ve más allá de lo razonable para la subsistencia y observa si ha logrado inmiscuirse en la calidad de tus vínculos con otros, en tu paz interior o en el fin último de tu actuar. Mañana puede ser un gran día para validar qué cosas atesoras en tu corazón (Mt 6, 19-21).
Referencia: PNUD (2018). Índices e Indicadores de Desarrollo Humano. Actualización Estadística de 2018. Nueva York: Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo.