José Luis Pinilla
Migraciones. Fundación San Juan del Castillo. Grupos Loyola

Dios humanizado en la tienda de lona del patio de mi casa


Compartir

En medio de un patio de mi casa, en una esquina, se ha colocado una tienda de lona como portal de Belén. Como presencia y empuje para la necesaria acogida al Misterio que contiene.



Viéndola desde la ventana, recuerdo y actualizo palabras, textos y encuentros de estos días. Y me vienen muchas añoranzas familiares o amicales. Pero también de los que buscan la tienda, y el amparo, en el tránsito y en el correspondiente duelo migratorio de los forzados a escapar de sus tierras. Palabras y emociones al compartir impresiones sobre este tiempo de preparación a la Navidad que ya colorea la ciudad. Y comentaba con otros, tras el desmadre consumista de estos días, la necesidad de la austeridad tan demandada.

Desempolvando experiencias me resonaban, voces, emociones, y recuerdos de ausencias que el emigrante vive con intensidad estos días. Vidas que ejemplifican perdidas como las de Mario Benedetti, cuando escribía: “Creo que mi ciudad ya no tiene consuelo/entre otras cosas porque me ha perdido”. Y en estos días por la calle me cruzo con muchas miradas de migrantes como ausentes y perdidos en medio de escaparates deslumbrantes y luces desbordantes.

Imagino y revivo el recuerdo y el duelo de muchos fuera del hogar apurando a sorbos y pasando por el corazón intermitentemente personas, paisajes, desiertos, aldeas o ciudades como marcos de  contraste, de quienes ahora transitan por otros lugares (con colores y matices bien distintos a la suyos).

Distintas “acogidas”

Uno me hablaba con emoción de la casa que está construyendo a golpe de sudor y remesas por su trabajo aquí. Sueña con el hogar, que sustituya el adobe actual de allí, mientras malvive en otros destartalados de aquí. Pero que en estos días del recomienzo de la esperanza (mi interlocutor último siempre añadía un “quizás” a sus esperanzas) pueda albergar y hacer fructificar ese sueño mientras pasa por distintas “acogidas”.

Y hay una pancarta, encima del misterio que contemplo en el patio. Lienzo para no olvidar las palabras que contiene, colgado por ángeles invisibles. Del cielo al suelo (y del  suelo al Cielo) sus letras proclaman: Y puso su tienda ante nosotros.

Me pareció que la tienda saltaba los muros del patio, estirada por muchas manos, y  recordaba el  paradigma bíblico que amparaba mi imaginación: “Ensancha el espacio de tu tienda, despliega tus toldos sin reparo: ‘Alarga tus cuerdas, refuerza tus estacas’” (Isaías 54, 2).

Ensanchar el espacio

Manos a la obra. Quizás tu corazón pueda ser individual o colectivamente, como esa tienda (pero con más diástole que sístole). Para que se puedan reunir todos (no solo los nuestros), especialmente los que se acerquen heridos también del corazón y del sufrimiento. Los olvidados del mundo.

Y quizás colabores y estires la tienda, ensanches el espacio, y despliegues las lonas, alargando cuerdas, clavando hechos en tierra firme (también tierra de acogida), atando y reforzando las  estacas.

Me traen al despacho del Centro Padre Rubio propuestas de diferentes campañas navideñas con retratos que miran cara a cara. De frente. De emigrantes y también de voluntarios de acogida. Para que cada uno como pueda y donde pueda (y no será porque no haya imaginación para hacerlo) se anime a afirmar esas estacas que sujeten la ampliación de la tienda. En todos los ámbitos (sociales, administrativos, eclesiales…). Por ejemplo, un gesto precioso de este mes podría ser habilitar la esperanza que lleve a cerrar los CIE de una vez. Que esta si que es una tienda de esas para cerrar.

Acción y eficacia

Y a los retratos, carteles y otros medios para mover corazones le suceden estos días el encuentro presencial posible con la palabra cálida, el testimonio vital de migrantes y voluntarios que ya han vivido de cerca la posibilidad de la acogida temporal esperando la definitiva, donde caben y viven sin riesgos. Añoro y pido que puedan y deban hacerlo muchos más. Porque nos hablan con crudeza y con verdad de expectativas y sueños, de racismos y exclusión, y desde los pasos hechos o deseados hacia la integración. Que no olvidemos que es un viaje de reconocimiento mutuo, de enriquecimiento en la ida y vuelta entre acogedores y acogidos (porque todos somos algo de ambos).

Sueño con ampliar la tienda de mi casa. Si agrandas la tienda que en los nacimientos de estos días ocupan un lugar central, si lo haces con otros quizás también en la noche –como en el desierto– podrás encender una hoguera a la puerta como hacen los beduinos del desierto. Y la luz disputará su chisporroteo brillante a las estrellas y otros muchos la verán. Y se apuntarán (¡ya lo sabes!) a ensanchar el espacio de tu misma tienda, a desplegar tus toldos sin reparo,  para oír otras músicas, para alargar tus cuerdas (que pueden ser tus brazos/abrazos), y para reforzar tus estacas para que en la tierra más fértil, que es la de la acogida, queden más estables y firmes, sorteando valientemente esos duros y mortales vientos, tempestades, engaños y exclusiones individuales y colectivos que son vientos de hostilidad. Para un cambio, para la firme… hospitalidad, ¡que ya es hora de cambiar la “t” por la “p”. Nunca fue tan provechoso el cambio de una simple letra  Acompañándolo de la acción y la eficacia.

Que son días para que las tiendas y lonas ampliadas de la acogida no vuelen por los aires ante tempestades y vientos impetuosos hechos de odios inhumanos. Y nos ayudarán a anclar muy bien los sueños (también los del Espíritu que aletea sobre las aguas para ir a salvar a los hijos de las pateras). Sueños de hospitalidad encarnada para seguir aprendiendo a ser humanos y para volver al camino ancho. A mejores caminos que lleven a la protección y el descanso en la tienda ampliada, que sabe a hogar, pan tierno y compañía aunque sea de personas muy diversas.

Belén tienda de campaña

Viendo también las muchas coronas de adviento en las ventanas del patio recordaba velas, canciones y palabras, de estos días, ayudando a mi corazón para vivir como morada para Quien iba a nacer. Pronto el tiempo ya estará cumplido, y ya se terminará el Adviento. Para gritar pronto que Dios esta noche ha nacido: ¡Gritadlo a los cuatro vientos! Pero no olvidéis otros gritos. Los otros llantos. De cerca y de lejos.

¡Ay, largos llantos en tantos muros de ladrillo, concertinas e historias!

Y también, tantas otras semillas de bien en estos tiempos de dolores y advientos.

Tantos llantos.

Como diría mi admirado José Luis Blanco Vega, descubriendo lo pequeño escondido en envoltorios que se reparten en exceso en estos días:

“… tantos mitos, presagios astrales…

hasta saber que tu gloria

iba a ser solo la historia de un niño envuelto en pañales”.

Y me vino el silencio en un encuentro de estos días. Delante de una madre emigrante con su bebé en brazos.

No resistí la tentación de acercarlos al Belén de mi patio.

Servir como esclavito digno

Nos hicimos una fotografía con el fondo de una estatua de san Ignacio en el centro del patio donde está la tienda de lona. Y al reproducirla me recuerda la invitación que nos hace el de Loyola para servir a Cristo como esclavito indigno. Con los pies en la tierra pero también apuntando al cielo como indica el emblema en alto del monograma de Jesús Hombre Salvador,  portado en su mano. Cristo: Dios humanizado.

Vuelvo la mirada abajo. Para no despistarme.

“¡Tan solo un niño!, y que creciendo hoy estaría muy cercano a uno de tantos “menas”, afectado también por experiencias de migrante o de sentirse “perdido “ en medio de la ciudad. Y que buscándolo sus padres, tal vez lo encuentren –podría ser en el templo o en tu tienda–. Pero que, en la espera que vivimos en estos días, está desnudo y con los brazos abiertos. Porque nos necesita.

En la tienda de lona hay… ¡Un niño de tantos! Dios humanizado.