MIÉRCOLES 10. El cardenal Sarah regresa a Córdoba. Una vez más. Y Müller parece que le sigue los pasos con otra inmediata visita. Algunos obispos les llaman y ellos vienen. No hay más. Conferencia en la festividad de san Juan de Ávila para el prefecto para el Culto Divino. YouTube permite seguirlo prácticamente en directo. Me impacta su esfuerzo por expresarse en español y el testimonio sobre un monje de Lagrasse que le ha permitido ahondar en la fuerza del silencio. Pero me preocupa cómo desemboca su ponencia en una constante alerta: “La liturgia está enferma”. Y justifica a la par: “El síntoma más llamativo de esta enfermedad es la omnipresencia del micrófono”, dice precisamente haciendo uso de uno de ellos. Al paso, se dirige a los sacerdotes y les marca el camino del silencio orante: “La familiaridad no favorece la intimidad; al contrario, tomar una cierta distancia es una buena condición para la comunión profunda entre los seres humanos y con Dios”. A ese Dios, Jesús le llama Abba.
JUEVES 11. Instituto Teológico de Vida Religiosa. Homenaje a José Cristo Rey García Paredes y Bonifacio Fernández García. “La teología es como surfear en un mar inquieto, en un espacio líquido. La teología es mi pasión en las horas de silencio”, cuenta con el apasionamiento de un recién llegado el profesor jienense, cuando acumula horas de servicio profético en el momento de aterrizar el Vaticano II entre los consagrados. Por eso no me extraña que, entre las citas para enmarcar, dejara caer que “la teología es mi guerra y mi paz”.
SÁBADO 13. Termina Eurovisión. Con caballo, mono y gallo. Y una melodía ajena al compás festivalero. Millones de leds y una realización vertiginosa quedan en un segundo plano para que la voz frágil de un portugués peculiar arrase con votos de público y jurado. Regresa al escenario. De la mano de su hermana, compositora del tema ganador. La cantan juntos: el que ha dado la cara y la que le ha prestado su letra y su melodía. Ovación. Y un último verso fraterno. Compartido, como no podía ser de otra manera. “Mi corazón puede amar por los dos”. En portugués, suena todavía mejor.