Estoy escribiendo estas líneas en el día que agradezco a Dios 70 años de vida y 43 de sacerdote (¡por eso digo que celebro 113 años!). Y ustedes, queridos lectores, estarán leyéndolas cerca de mi aniversario de bautismo, que es el 25 de mayo.
- ¿Quieres recibir gratis por WhatsApp las mejores noticias de Vida Nueva? Pincha aquí
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
Aprendí de un gran sacerdote-periodista, José Luis Martín Descalzo, a celebrar el aniversario de bautismo. Contaba él que el mejor regalo de cumpleaños que le habían hecho consistía en una copia de su inscripción en el libro de bautismos, bien enmarcada y acristalada, y que la había puesto en su despacho, porque le recordaba su dignidad de hijo de Dios y su pertenencia a la Iglesia.
Me gustó la idea y solicité al joven hijo de un primo (ahora sacerdote en la diócesis de Almería) que me consiguiera una fotocopia de mi inscripción bautismal; no un certificado de bautismo, sino directamente una fotocopia del libro. Lo hizo. La enmarqué y le puse su vidrio protector. Y me ha acompañado en los despachos de provincial salesiano y ahora en el de arzobispo de Rabat.
Otros ponen diplomas académicos de doctorados y licenciaturas, o fotografías con personalidades importantes. Yo quiero que esa fotocopia, amarillenta y pajiza, presida mi despacho. Está repleta de notas marginales que atestan mi confirmación y mi ordenación diaconal, así como que recibí el orden del presbiterado; no sé si habrán añadido posteriormente también el del episcopado… No importa; lo que interesa es lo central: que fui bautizado, y de ello deriva mi dignidad personal y mi identidad cristiana. Lo demás (diaconado, presbiterado, episcopado) son notas… marginales; al margen, es decir, secundarias.
Hermano universal
Para mí, esa fotocopia, de mala calidad por el paso del tiempo y de difícil legibilidad por la mala letra, es mi diploma de “Hijo de Dios” y mi certificado de pertenencia al Cuerpo de Cristo, a la Iglesia. Ese papel me declara “Hermano de Jesucristo” (y, por tanto, comprometido a ser “hermano universal”) y “Templo del Espíritu Santo”. ¿Se puede pedir más? ¿Se puede ascender o ser promovido después de haber sido declarado hijo de Dios?
Luego vino Juan Pablo II y nos dijo que el cristiano debería celebrar más el aniversario de bautismo que el propio cumpleaños. Y me alegré. Y lo hice. Y lo sigo haciendo. ¿Por qué no lo haces tú también? Recuperemos la raíz y el manantial de nuestra más alta dignidad cristiana: el bautismo.