Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

Disfrutar de lo pequeño


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Los medios de transporte, en general, producen en mí un fuerte efecto somnífero. Basta entrar en un avión y, entre el hilo musical y el ruidito de los motores, no es difícil que acabe en los brazos de Morfeo antes incluso de despegar. Confieso que me encanta esa capacidad mía de dormirme hasta en el palo de un gallinero, aunque sí lamento, cuando viajo en avión, perderme el espectáculo de ver cómo nos vamos alejando del suelo, haciendo que todo cuanto hay alrededor se convierta en minúsculos puntos. Esa escena, que no siempre alcanzo a contemplar despierta, me parece la más gráfica imagen de lo que sucede con muchas de las realidades que pueblan nuestra existencia cuando adquirimos la distancia adecuada. Desde la perspectiva adecuada, percibimos las dimensiones correctas de muchas cosas que, de otro modo, nos parecen enormes y no nos permiten contemplar lo que les rodea.

Dolor y desconcierto

No es que haya viajado últimamente, pero esta imagen me viene a la cabeza en una semana en la que, por una parte, he recibido la impactante noticia de la muerte prematura de la hija de un amigo y, por otra parte, un compañero de la facultad celebraba con nosotros la vida en su primer aniversario tras haber sufrido un ataque al corazón. La tristeza y el impacto de lo primero se me conectaba por dentro con esa experiencia vital que se nos compartía de manera implícita y a la que fuimos invitados a unirnos a golpe de unos dulces. Quizá esta sea una de tantas paradojas de la experiencia cristiana, que sin reducir ni difuminar ni un ápice del dolor, el sinsentido y el desconcierto que genera siempre la muerte cuando se acerca a nosotros, también esconde esa misteriosa capacidad de recordarnos qué dimensiones reales tiene todo aquello que nos ocupa y nos preocupa en el día a día y qué es lo que vale la pena y lo que no.

Aeropuerto_embarque

Ya lo decía el sabio en el libro de Eclesiastés, pues la consciencia de que todos caminamos irremediablemente hacia la misma meta nos debería impulsar a disfrutar de lo cotidiano y gozar de lo que se nos regala (cf. Ecl 3,20-22). El inevitable horizonte de la muerte, que nos amenaza siempre pero nos alcanza cuando menos lo esperamos, nos hace tomar la altura necesaria para ver todo desde una perspectiva distinta, como el avión cuando despega. Y, con estas vistas, podemos apostar por disfrutar de lo pequeño, por dedicar tiempo a quienes queremos, por cuidarnos y cuidar más y mejor a quienes nos rodean, por renunciar a luchar batallas inútiles que solo dejan damnificados, por restringir el acceso a nuestra existencia de quienes nos hacen daño y por no privarnos de aquello que nos oxigena por dentro y nos lanza a amar la vida y al Dios de la Vida. Por eso, aunque duela, mejor no “dormirnos” en este despegue ¿no?