Mientras en Argentina no logramos superar la perplejidad de ver laicas vestidas como monjas que en una casa de retiros espirituales ingresan bolsas con dólares a las tres de la mañana; desde Roma, afortunadamente llegan otros vientos, cargados de novedad y de gratas sorpresas. Los cambios generados por el papa Francisco en la sala de prensa del Vaticano son un paso adelante muy significativo.
En este número de Vida Nueva el padre Enrique Carriquiri nos ofrece un lúcido análisis de la expresión de la nueva vicedirectora de la Sala Stampa, Paloma García Ovejero, quien dijo para escándalo de algunos que “hay que meterle rock ‘n roll a la comunicación vaticana”. Más allá de esas palabras provocadoras, lo importante es la decisión de poner al frente de la comunicación a dos laicos, reconocidos periodistas profesionales. La referencia musical de García Ovejero muestra una libertad, una espontaneidad, de la que estamos muy necesitados.
El trabajo del padre Federico Lombardi al frente de la comunicación vaticana fue excelente y se ganó el respeto de todos los medios y de los periodistas, algo francamente difícil de lograr. Sin embargo, en términos comunicacionales, tienen mucho más eficacia la juventud y la frescura de los laicos que ahora comunicarán, que la sabiduría y la precisión de Lombardi. Nos guste o no, la comunicación funciona hoy de esa manera y el Papa lo ha sabido ver. Una vez más Francisco se muestra varios pasos por delante, abriendo caminos nuevos.
Muy diferente hubiera sido el bochornoso episodio de los nueve millones de dólares que llegaron a horarios impropios a una casa habitada por supuestas religiosas sí al día siguiente –porque unos días después ya no es lo mismo–, un periodista profesional, en nombre de las autoridades eclesiásticas competentes, hubiera dado explicaciones. Era necesario en ese momento decir con palabras comprensibles qué era ese lugar, quiénes eran esas personas y qué medidas iba a tomar la Iglesia para averiguar hasta el último detalle sobre lo ocurrido.
Los comunicados de prensa “ante hechos que son de público conocimiento”, redactados en lenguaje de derecho canónico son contraproducentes, generan la sensación de que detrás de esa manera de hablar, mejor dicho, de escribir, se está ocultando algo. Tampoco sirven las condenas genéricas a la corrupción ni decir que se está a disposición de la justicia, ¿acaso podría ser de otra forma? Todos los ciudadanos tenemos la obligación de colaborar con la justicia, no es una cuestión de buena voluntad.
Afortunadamente, el obispo del sitio en el que está ubicada la casa del escándalo, comprendió que el primer comunicado no era suficiente y visitó el lugar y habló con los periodistas. Un mes después de los hechos el presidente del episcopado recibió al periodista de un “prestigioso matutino” y dio correctas explicaciones para un público muy acotado. Decididamente falta rock ´n roll. Como dice el padre Carriquiri, “meterle rock a las comunicaciones significa que sean ágiles, simples, y contundentes”.
La imagen de la Iglesia
Por una parte, la comunicación es lenta y poco clara, y por otra, se manifiesta constantemente una preocupación por “la imagen de la Iglesia”. ¿No será que esa preocupación por la imagen de la Iglesia es justamente lo que hace la comunicación lenta y pobre? Al papa Francisco no se lo ve preocupado por su imagen, hace y dice lo que le parece, le guste o le disguste a quien sea. Los autores de los Evangelios no se preocupan por la imagen de la Iglesia, hablan con naturalidad de las debilidades y pecados de los mismos apóstoles. La preocupación de Jesús y sus discípulos es el anuncio del Reino, no lo que se dijera de ellos.
Cuando la preocupación es la imagen que se ofrece a la sociedad el tono de la comunicación es defensivo. Cuando lo que importa es anunciar el Evangelio no se pierden la libertad y la frescura y hasta los peores errores sirven como punto de partida para hablar de Jesús y su mensaje. Eso es lo que importa. Hay que aprender, una vez más, de lo que el pueblo fiel hace: mira con dolor los pecados de los hombres y mujeres de la Iglesia, pero sigue su camino de fe en el Señor y en María Santísima. No tiene puesta su esperanza en la virtud de los hombres sino en el hijo del carpintero. Quizás la preocupación por la imagen de la institución, que en ocasiones parece más una defensa corporativa, nos esté quitando esa libertad y alegría indispensables para anunciar con valentía el Evangelio.