El dolor tiene diferentes formas de presentarse en nuestras vidas, a veces es emocional y muchas otras veces de forma física, en ambos casos tienen la capacidad de derrumbarnos, lo comento porque hace unos días experimenté un dolor tan fuerte y agudo, como nunca antes en mi vida lo había sentido. Sudé frío, sentí vertigo y llegó a colapsarme. Nada me reconfortaba, ni acostado, sentado o de pie hacía que disminuyera.
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Realmente me preocupó, en ese trance, fui por mi propio pie a visitar al doctor, una hazaña que deseo nunca experimenten en su vida. Caminaba y veía en perspectiva las calles, mi único deseo era no desmayar, ya que esto complicaría mi situación. Por fin logré llegar con el doctor quien me recibió con todos los protocolos de emergencia, recuerdo haberme acostado en la camilla de inspección y responder con monosílabos a sus cuestionamientos.
El dolor es libre en su aparición, no lo gobierna nadie, él decide cuándo y cómo aparece. Qué esfuerzo tan grande realicé, así lo sentí y es que el dolor aumenta nuestra percepción de la realidad. Estuve a punto de ser intervenido quirúrgicamente; sin embargo, con un tratamiento y cambio de alimentación se ha logrado corregir y estabilizar el problema.
Cuando el dolor es emocional, la solución no está en recibir medicamentos, se requiere acompañamiento y fuerza de voluntad para que las heridas logren sanar y en ocasiones esto tarda más tiempo de lo que nos gustaría. Ambos dolores, físicos y emocionales nos afectan de formas tan diversas, que somos capaces de dejarlo todo y es que el dolor humano tiene la capacidad de volverse devastador. El dolor es urgencia, premura, su aparecer es abrupto y disruptivo en nuestro vivir.
Encontrar el tan anhelado alivio
El dolor acontece en la vida de cada uno, no tiene tiempos, territorios ni límites. Cuando llega el momento, somos todo dolor, el dolor es mudo, sordo y silencioso. Y lo vamos a experimentar, toda la humanidad. Ante la aparición de este, es inevitable pedir auxilio, solicitar ayuda y es que deberíamos aceptar que vivir es exponerse al dolor, no hay vivir sin dolor.
En el mensaje de Jesús encontramos paz y restauración, permitiendo que los tiempos de angustia y dolor sean utilizados para nuestro bien, su consuelo reanima nuestro espíritu y nos da fuerzas para seguir adelante. El llanto puede durar una noche, pero la alegría, seguro vendrá por la mañana.
“Estas cosas les he hablado para que en mí tengan paz. En el mundo tendrán aflicción; pero confíen, yo he vencido al mundo“. Juan 16,33.
El dolor nos puede arrebatar la esperanza, pero debemos mantenernos firmes en las tormentas, nada sencillo cuando nos invade la incomodidad que el dolor es capaz de darnos.
Hay esperanza sin duda, pero requiere de un gran esfuerzo para enfrentarlo con serenidad y valor, para que, cuando llegue el momento más álgido de dolor, podamos soportarlo. Deseo sinceramente que en tu vida, siempre tengas a alguien cerca para afrontar la experiencia del dolor y así, encontrar el tan anhelado alivio.