En el marco de la reflexión dominical en clave ecológica, las lecturas bíblicas nos invitan a redescubrir la profunda relación entre nuestra fe y el cuidado de la casa común. Cada texto, desde su riqueza espiritual y simbólica, ilumina aspectos esenciales para una conversión ecológica integral.
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Nos muestran que vivir en comunión con Dios implica también vivir en armonía con la creación. A través de estas reflexiones, queremos animar a las comunidades cristianas a gustar la bondad del Señor, reconciliarse con el mundo creado, valorar los dones de la tierra y adoptar actitudes concretas que restauren y protejan la vida en todas sus formas.
La tierra como don (Jo 4,19; 5,10-12)
Esta lectura nos invita a hacer una lectura ecológica del paso del desierto a la tierra prometida, donde el pueblo deja de depender del maná milagroso y empieza a alimentarse de los frutos que la tierra ofrece. Este cambio revela una clave fundamental para el cuidado de la Creación: reconocer la tierra como don de Dios que debe ser cultivado, respetado y compartido.
El pueblo aprende a vivir no solo del milagro, sino del trabajo, la responsabilidad y la gratitud por los bienes naturales. La celebración de la Pascua en esta nueva tierra subraya que la verdadera libertad no es solo ser liberados de la esclavitud, sino aprender a vivir en armonía con la tierra recibida.
Catequéticamente, esta lectura nos anima a formar comunidades que celebren la vida, valoren los frutos de la tierra y asuman un compromiso activo con el cuidado del ambiente como parte de su espiritualidad y fe.
Gusten y vean que bueno es el Señor (Sal 33, 2-7)
Este salmo es una profunda invitación a reconocer la bondad de Dios manifestada en toda la creación: “¡Gusten y vean que bueno es el Señor!”. Donde nos impulsa a abrir los ojos, el corazón y los sentidos para descubrir en la naturaleza un reflejo de la ternura divina.
Bendecir al Señor “en todo tiempo” implica vivir en constante gratitud por el don de la tierra, del agua, del aire y de cada ser viviente. La alabanza que brota de los labios se convierte en compromiso de cuidado.
Al buscar al Señor y experimentar su respuesta en medio de nuestras angustias, también aprendemos a escuchar el clamor de la tierra y de los pobres, quienes sufren las consecuencias del daño ambiental. Los “humildes” que se alegran al oír este canto representan a quienes viven en armonía con la creación, cuidándola como casa común.
Así, al mirar hacia Dios, nuestros rostros se iluminan con la responsabilidad de proteger su obra. Gustar y ver la bondad del Señor es aprender a saborear la vida en su plenitud, cultivando una espiritualidad ecológica que inspire estilos de vida sostenibles, solidarios y justos.
Reconciliación con Dios y con la Creación (2 Co 5,17-21)
Esta lectura nos ofrece una profunda clave ecológica al recordarnos que vivir en Cristo nos hace “nuevas criaturas” y nos confía el ministerio de la reconciliación. En un mundo herido por el pecado ecológico —por la explotación irresponsable de la naturaleza, la contaminación y el olvido de los más vulnerables— este llamado a la reconciliación se amplía hacia toda la creación.
Dios, que en Cristo reconcilió al mundo consigo, hoy nos invita a sanar nuestra relación con Él, con los demás y con la casa común. Ser “embajadores de Cristo” implica asumir la responsabilidad de restaurar lo dañado, proteger la vida y anunciar un estilo de vida nuevo, en armonía con la tierra.
La “nueva criatura” no es solo símbolo de conversión personal, sino también de una transformación comunitaria y ecológica: un modo de vivir más simple, justo y fraterno. Esta reconciliación nos impulsa a ser agentes de esperanza, cuidando la creación como don sagrado, y testimoniando que en Cristo todo puede ser renovado.
Volver a la casa del Padre, volver a cuidar la Creación (Lc 15,1-3.11-32)
Desde una mirada ecológica, la parábola del hijo pródigo nos invita a reflexionar sobre el mal uso de los bienes que Dios nos ha confiado, incluyendo los dones de la creación. El hijo menor, al exigir su herencia y malgastarla en una vida desordenada, representa la actitud humana que explota los recursos naturales sin pensar en las consecuencias, rompiendo la armonía con el Padre, con los demás y con la casa común.
Pero al experimentar el vacío, la miseria y la degradación —simbolizados en el hambre y en el deseo de comer lo que comen los cerdos— nace en él una conversión, una conciencia ecológica que lo lleva a “volver a la casa del Padre”.
Este retorno expresa un llamado a la conversión integral, que incluye reconciliarnos con la tierra y con quienes la habitan. El abrazo del Padre simboliza la misericordia de Dios que restaura nuestra dignidad y nos reintegra en la comunidad y en la responsabilidad compartida.
La fiesta por el reencuentro refleja la alegría de una nueva armonía entre Dios, la humanidad y la creación. Así, esta parábola se convierte en una inspiración para redescubrir la creación como herencia compartida, que debemos cuidar con amor, justicia y gratitud.
A modo de conclusión
Estas reflexiones dominicales en clave ecológica nos llaman a una conversión integral, que une la fe con el compromiso concreto por el cuidado de la creación. A través de los textos bíblicos, descubrimos que reconciliarnos con Dios implica también reconciliarnos con la tierra, con sus ritmos, sus frutos y su belleza.
Cada gesto de gratitud, cada decisión responsable y cada paso hacia una vida más austera y solidaria es una forma de alabanza y comunión con el Creador. Animados por la Palabra y por la esperanza de una nueva humanidad, renovemos nuestro compromiso de cuidar con amor nuestra casa común, sabiendo que “todo está conectado” (Laudato Si’, 91), y que la creación entera espera con nosotros la manifestación de un mundo más justo, fraterno y habitable para todos.
Por Marcial Riveros Tito. Teólogo y Contador Público
Foto: Pixabay