En este tiempo en que la tierra clama por atención y sanación, la Palabra de Dios nos invita a abrir los ojos del corazón para reconocer que la Creación es un don sagrado, lugar de encuentro con Dios y espacio de responsabilidad humana.
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A través de la Liturgia de la Palabra, el Señor nos llama a una conversión ecológica profunda, que nace del asombro ante su presencia en la zarza que no se consume, del reconocimiento agradecido de su bondad y ternura, del compromiso con los dones compartidos en el camino de la vida, y del deseo de dar frutos en una tierra que aún espera.
Esta reflexión dominical en clave ecológica quiere animar a todos los creyentes a cuidar la Casa Común con fe activa, ternura concreta y responsabilidad transformadora.
Contemplar y cuidar la Creación (Ex 3, 1-8a.13-15)
La lectura del Éxodo nos ofrece una poderosa clave ecológica para el cuidado de la Creación: todo lugar donde Dios se manifiesta es tierra santa, digna de reverencia y cuidado.
El gesto de Moisés al quitarse las sandalias ante la zarza ardiente que no se consume, nos enseña a acercarnos con humildad, asombro y respeto a la naturaleza, reconociendo que Dios se hace presente en ella.
La zarza que arde sin consumirse simboliza una creación que puede estar viva, llena de fuego divino, pero no destruida. Esto interpela nuestro modo de relacionarnos con la tierra, invitándonos a no explotarla hasta el agotamiento, sino a contemplarla, escucharla y protegerla, sabiendo que es espacio sagrado donde Dios habla.
El Señor es bondadoso y compasivo (Sal 102, 1-4. 6-8. 11)
El Salmo nos invita a una profunda actitud de alabanza y gratitud, recordándonos que “El Señor es bondadoso y compasivo”. Esta proclamación es el corazón de una espiritualidad ecológica que inspira el cuidado de la Casa Común. Reconocer la bondad y la compasión de Dios en su actuar, nos anima a imitar esos mismos sentimientos en nuestra relación con la Creación.
Dios perdona, sana, rescata y corona con amor y ternura; así también nosotros estamos llamados a sanar las heridas de la tierra, rescatarla de la explotación y revestirla de cuidado y ternura. La justicia que Dios obra a favor de los oprimidos nos interpela a asumir una responsabilidad activa frente al clamor de los pobres y de la tierra, que sufren las consecuencias del deterioro ambiental.
Cuidar los dones de la creación (1 Co 10, 1-6.10-12)
San Pablo recuerda cómo el pueblo fue acompañado por la nube, cruzó el mar, recibió alimento y bebida espiritual —dones que también son expresión del cuidado de Dios a través de la creación—, pero muchos no fueron agradecidos ni responsables, y terminaron alejándose de Dios.
En clave ecológica, esto nos enseña que la Tierra y sus recursos no son solo utilidades pasajeras, sino signos de la presencia de Dios que nos acompañan en el camino. El agua, el alimento, el aire limpio, la tierra fértil… son “rocas espirituales” que sostienen la vida y revelan a Cristo como fuente que nos acompaña.
La catequesis, entonces, debe enseñar a vivir con gratitud, a no dejarnos arrastrar por deseos egoístas que destruyen el entorno, y a cuidar con responsabilidad lo que Dios nos confía.
Frutos para la vida (Lc 13, 1-9)
El Evangelio nos interpela a una urgente conversión personal y comunitaria en relación con el cuidado de la creación. Jesús, al referirse a los galileos y a los que murieron por el derrumbe de la torre, nos recuerda que las tragedias no siempre son castigos, pero sí pueden ser signos que invitan a revisar nuestro modo de vivir.
La parábola de la higuera nos sitúa ante una creación que espera frutos, y que no debe ser explotada inútilmente. La paciencia del viñador, que pide más tiempo para cuidar la tierra, removerla y abonarla, es un modelo de cómo debemos actuar hoy: cuidar, restaurar, proteger.
Elementos como la tierra fértil, el tiempo de espera, la esperanza en el fruto, y el trabajo paciente y responsable, son claves para una catequesis ecológica que anime a ver el mundo como una viña confiada por Dios.
Si no damos frutos de justicia, solidaridad y sostenibilidad, corremos el riesgo de malgastar la tierra. Así, cuidar la creación es fruto de la conversión ecológica a la que Jesús nos llama: un cambio de mentalidad que nos compromete a vivir de manera más fraterna con el entorno y con las generaciones futuras.
A modo de conclusión
Concluimos esta reflexión dominical en clave ecológica con el llamado urgente a cuidar la creación como expresión de nuestra fe viva y comprometida. Dios sigue manifestándose en la tierra que pisamos, en la naturaleza que sostiene la vida, y en los clamores de los que sufren las consecuencias del deterioro ambiental.
Nuestra respuesta debe ser una conversión que nos lleve a vivir con gratitud, justicia y ternura hacia toda criatura. Como el viñador paciente, estamos llamados a trabajar la tierra con esperanza, conscientes de que aún podemos dar frutos si cultivamos el amor y el respeto por la Casa Común.
Como nos recuerda el Papa Francisco: “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social, sino una sola y compleja crisis socioambiental” (Laudato Si’, 139).
Que esta conciencia nos impulse a actuar con decisión y esperanza por el bien de la creación y de toda la humanidad.
Por Marcial Riveros Tito. Teólogo y Contador Público
Foto: Pixabay