El sábado por la mañana pasé junto al nuevo mural de Alcalá de Henares, homenaje a la mujer, con tonos reivindicativos. Celebro la iniciativa y que pueda tener un espacio público de memoria, reconocimiento y aliento. Queda mucho por hacer. Si me lo tomo en serio, primero por mí mismo. En mí no se han borrado muchas herencias sociales ni en este, ni en otros asuntos.
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Lamentablemente, al verlas terminadas pensé que iban a durar poco. Había policía, que luego descubrí que era porque a la inauguración venían políticos relevantes de la esfera nacional. Mucha expectación y personas alrededor comentaban los bustos. Otros, seguramente, buscaban quiénes eran. De las ocho mujeres (a saber: Clara Campoamor, María Zambrano, María Isidra de Guzmán, Ana María Matute, Margarita Salas, Blanca Fernández Ochoa, Catalina de Aragón, Dolors Aleu, Francisca de Pedraza y Gata Cattana) pintadas por diez artistas alcalaínas tres han sido vandalizadas: Campoamor, Zambrano y De Guzmán. Pensar que han sido elegidas por algo concreto me parece ofrecer demasiada razón a la barbarie.
Lo más triste, para mí, es haber tenido razón y constatar algo que llevo pensando mucho tiempo. El espacio público va siendo destruido y tomado por el enfrentamiento más que por el diálogo. Ya no sirve de lugar de respeto y encuentro. La calle, a la que se lanza a la masa y que desea ser tomada por ciertos discursos políticos incitando al odio, es hoy una especie de ámbito más propio de la barbarie que de una verdadera civilización, y se va quebrando su fundamento hasta hacerlo peligroso por hablar o por callar.
Otro aspecto que me llama la atención es la limitación histórica de ciertos análisis, que toman un acto aisladamente sin hacer claro el conjunto. Es más, en cuanto se intenta una lectura más profunda de la realidad, lo que habitualmente sucede es incluso la descalificación y el insulto, porque parece que comprender es justificar y alinearse con la barbarie. Pero esta reacción, que esconde el debate y no se pregunta por qué suceden estas cosas, es, a mi modo de ver, una muestra más del enfrentamiento y de la misma barbarie. Ya no podemos hablar de unos bárbaros que atacan una cultura y civilización, sino de barbaries en plural, que se han convocado mutuamente, y que pisotean el desarrollo de occidente.
Reconocer un problema social no es resolverlo. Tomar conciencia de algo no soluciona nada, ni impone a los demás automáticamente el propio pensamiento. Es decir, por mucho que se considere que hay un gran asunto al que dar salida, la salida queda todavía por construir y con muchos pasos que dar. El tiempo apremia, sin duda. Respecto de la pobreza en el mundo, el final de siglo tomó conciencia como nunca en la historia se había conocido, sin embargo, se vivía realmente de espaldas al problema y, por tanto, no había implicación (salvo puntual) en su solución. De igual modo, me temo, estamos hoy con el asunto ecológico. Se pone de manifiesto, pero el largo camino que hay que transitar va dejando a unos y otros en las cunetas y, al final, un resto empuja como al principio para que todo siga adelante.
El esquema que se usa para resolver un problema resulta decisivo. Resumiendo mucho, se pueden buscar amigos o enemigos, crear grupos de resistencia o abrir espacios de encuentro, situarse en la lucha frente al otro o en la responsabilidad personal y comunitaria. En la comprensión de la situación actual me parece imprescindible tomar conciencia del método que se emplea, porque le dará mayor o menor alcance, porque será tomado como causa común o de reductos, porque afirmará o negará determinadas cosas que luego pesarán sobre la resolución o no. Insisto en que no será algo que, pese a las ganas, los titulares, los eslóganes, será alcanzado de la noche a la mañana. Y que, tomado como lucha, dejará personas heridas por el camino en todos los bandos, sin lugar a duda.
El imperio de lo -anti
El saqueo de lo público no solo afecta a la gravísima corrupción económica y al abuso de poder frente al servicio por el que se supone que se eligen a los representantes. El saqueo de lo público afecta hoy a la racionalidad de sus ciudadanos, privados de las condiciones propicias para el respeto y el diálogo, para el encuentro y la seriedad. Hay una intención denostadamente reiterada de obligar a todos a posicionarse en bandos sin matices, en partidos con paquetes de ideas que o tomas o dejas en conjunto, en actitudes estéticas, éticas y opciones que reflejen enfrentamiento, malestar y desafección por otros. Estamos ante el imperio de lo -anti, cuya violencia no es tan desconocida en la historia y tiene mayores márgenes de expresión.
Ojalá los ciudadanos de Europa no se dejen engañar por las ilusiones fáciles, por el trilerismo político, por el discurso vacío que vacía a quien lo escucha. Ojalá existieran esas comunidades fuertes de pensamiento que sirvieran para exigir racionalidad política en lugar de manierismos totalitarios.
La noche del viernes, justo antes de ver el mural que es más noticia por su destrucción que por su elaboración, hablaba con un amigo sobre la Doctrina Social de la Iglesia. Lo desconocida que es para los cristianos. Si la conociésemos más, tendríamos en ella un escudo importantísimo para que el cristianismo no se confunda jamás con una posición radical de ningún tipo, ni se dejara usar. Si la viviéramos, seríamos el motor más favorable a la humanidad que se ha conocido en la historia. Ojalá despertemos y cuidemos al otro para que la persona sea siempre lo primero.