¡El papa Francisco ha escrito en Vida Nueva! todos los que, de una manera u otra, colaboramos para que esta querida publicación llegue a sus lectores estamos muy emocionados. Es un inmenso honor contarlo entre nosotros como un “colaborador más” y es también una responsabilidad y un desafío. Que nuestras palabras figuren junto a las suyas, que nuestros nombres figuren junto al suyo, (¡el nombre de Pedro!), es mucho más de lo que puede soñar un comunicador que quiere expresarse como cristiano.
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El ya largo camino recorrido por Vida Nueva al servicio de la Iglesia ha recibido este regalo con humildad, pero con inocultable alegría. Como todos los regalos se trata de algo inmerecido, pero es también a la vez fruto de un largo trabajo y de una trayectoria, de una manera de informar y reflexionar en la Iglesia y desde la Iglesia. Ahora es tiempo de seguir adelante, de descender de la alegría del monte Tabor hacia la vida cotidiana, pero ya nada será igual, en el resplandor del Tabor se adelanta el sabor de la Pascua.
Un plan
Un plan es un proyecto. Estamos más acostumbrados a ver la resurrección como un momento del pasado que como un proyecto hacia el futuro. Pero la resurrección del Maestro, además de ser un acontecimiento histórico, es un presente y un proyecto. Es pasado en cuanto hecho ocurrido en una fecha y un lugar, es presente en cuanto experiencia que se hace vida en cada creyente, y es futuro porque cada generación debe hacer realidad la misteriosa frase de Pablo: “completar lo que falta a los padecimientos de Cristo” (Col 1,24).
A partir de la expresión acuñada por el papa Francisco en el título de su inolvidable artículo, ‘Un plan para resucitar’, aparecieron una amplia gama de propuestas, o “planes”, para resucitar. Bienvenidos sean en la medida en que respondan tanto al concepto de “plan” como al de “resucitar” tal como están expresados en la reflexión papal. Porque fácilmente podemos caer en una trampa: confundir la vuelta a la vida de Lázaro con la resurrección de Jesús. Es decir, elaborar planes para volver a vivir como “antes” en lugar de atrevernos a imaginar una vida diferente, auténticamente nueva: “Nosotros anunciamos lo que nadie vio ni oyó y ni siquiera pudo pensar, aquello que Dios preparó para los que lo aman” (1 Co 2,9).
Una pascua
Si lo que pretendemos es resucitar como Jesús, si ese es el plan, habrá que recordar que para eso será necesario abrazar antes su cruz, asumir para nuestra vida la “lógica de la Pascua”. Asumir esa misteriosa lógica según la cual los últimos son los primeros, los pecadores son perdonados, los ciegos ven y los que ven se quedan ciegos, los paralíticos caminan y los pobres son bienaventurados. La cruz tampoco es un acontecimiento del pasado, es también presente y futuro. Pero eso no es algo que lamentar, gracias al Maestro de Galilea nuestra fragilidad no es una mala noticia.
La mala noticia era la anterior. La mala noticia era esa cultura de la omnipotencia que se había apoderado de nuestros corazones y nuestros pensamientos en los últimos tiempos. A pesar de todas las señales que nos advertían sobre lo contrario avanzábamos confiados como los superhéroes de ficción. Fue necesario un virus microscópico para despertarnos de ese espejismo. Pero es mejor así. Somos mejores así: frágiles, humanos y, por lo mismo, capaces y necesitados de compartir, de gestos de generosidad gratuita y de heroicidad verdadera. En otras palabras, gracias a nuestra fragilidad somos capaces de amar y de ser amados; gracias a nuestra fragilidad podemos resucitar. Es una muy buena noticia. Es un buen plan.