Llamo duelo a ese tiempo en que la vida nos dobla de dolor y está punto de quebrarnos sacando nuestra alma hecha astillas y jirones de lágrimas y desesperación, hasta el momento en que volvemos a respirar la esperanza y la consolación. Es ese lapso vital que varía en extensión e intensidad, en el cual, poco a poco, y con la ayuda del tiempo, de la propia resiliencia y de la compañía de los demás, vamos enderezándonos y volviendo a recuperar la alegría y la paz.
Experimentamos duelos con la partida de un ser querido, después de un divorcio, con un fracaso laboral, al enfrentar una enfermedad, al tener que emigrar, al perder una amistad o un proyecto vital… Un sinfín de pequeñas o grandes muertes que nos muestran nuestra fragilidad, impotencia y angustia existencial.
Nadie se libra
Nadie se libra de sufrir duelos a lo largo de su vida; sin embargo, de un año y medio hasta ahora, probablemente, no hay ningún ser humano en el planeta que no haya experimentado el duelo de la muerte del mundo que conocíamos y todas sus consecuencias. Por primera vez en la historia, enfrentamos todos juntos la muerte de un modo de vivir que aún no podemos superar. Pero es muy importante para nuestra salud mental, familiar y social tener conciencia que no todos lo vivimos igual. De lo contrario, a las consecuencias ya conocidas de la pandemia, podríamos agregar conflictos relacionales, enfermedades psíquicas y espirituales y un agotamiento emocional que nos puede llegar a matar.
El propósito de este artículo no es ahondar en las pérdidas que estamos viviendo –ya que hay bastante en las noticias y en la realidad–, sino hacer evidente una gran verdad: si bien el duelo es compartido, cada uno lo está viviendo en forma diferente, y reconocer eso y hablarlo nos puede aliviar la convivencia y ayudar a reconfortarnos mientras nos logramos “parar”.
Distancia o cercanía
Cuando dos o más personas experimentan una perdida y un duelo, hay solo dos opciones: se unen y se fortalecen en su vínculo, o la incapacidad de compartir su pena, la sensación de soledad y el peso del dolor los terminan por separar. Si esto sucede con las parejas, cuánto más nos urge a todos ser conscientes de este proceso y compartir sensaciones, emociones, pensamientos y mociones de lo que estamos viviendo para no agregar aún más distancia a la distancia social. El estrés de lo que estamos viviendo es inédito y su acumulación inconsciente puede ser una bomba si no la logramos detonar.
Hay diferentes modos de vivir el duelo. Algunos los viven obligándose a continuar haciendo mil cosas sin parar; hay otros que se encierran a llorar, quienes se ponen irritables y rabiosos y quienes evaden la realidad; hay otros que se deprimen y otros que no paran de crear para estar disponible para los demás. Hay quienes se levantan solos y otros que necesitan a alguien más; hay quienes crecen en su espíritu y otros que se alejan de toda religiosidad… En fin, cada persona es un mundo muy complejo e indescifrable, pero debemos hacer un esfuerzo –al menos personal– para ver cómo vamos con nuestro duelo y cómo lo podemos mejorar.
Mi duelo personal
El 19 de octubre del 2019 –día en que cumplí 50 años– comenzó el estallido social en Chile y lloré sin parar. El país, que parecía estable y seguro, desapareció y se puso turbio e incierto, develando toda su oscuridad. A los tres meses, había un acuerdo político para crear una nueva Constitución, pero aún no sabemos qué saldrá. La economía se fue a pique y mi mamá agonizaba de un cáncer terminal. Comenzó en marzo la pandemia y hubo que adaptarse al trabajo ‘online’. Mis seis hijos, de 27 a 12 años, comenzaron a compartir las 24 horas del día, los siete días de la semana, haciendo magia con la comida, el orden y el ‘wifi’.
Mi marido, tratando de recuperar su trabajo, se vistió de “astronauta” para tratar a sus pacientes y el colegio que fundé y del que tengo la responsabilidad se sacaba los sesos aprendiendo a ser virtual, con todo el estrés de las familias, los docentes y los niños que ya no daban más. Mi mamá murió en septiembre y apenas la pudimos enterrar. Yo, empecinada en inspirar aliento, me fui de lleno a escribir y a acompañar con conferencias, programas, ollas comunes en las poblaciones y a hacer andar mi propia pensión y “tribu” sin explotar. Podría continuar con miles de pérdidas y aprendizajes que me dio el coronavirus, pero estoy segura de que mi historia es la de muchos; solo cambia en matices, anécdotas e intensidad. Todos vamos en el mismo barco, pero cada uno en distinto lugar.
Covid emocional
El tema es que la convivencia familiar de mi ‘tribu’, que siempre fue alegre dentro de un caos genial que nos hacía sentir en hogar, después de tantos meses, sin darnos cuenta, se comenzó a deteriorar con la variante del ‘Covid emocional’. Así le llamo a la acumulación de los efectos de este duelo y que debemos reconocer para contrarrestar: C, de Cansancio de la psiquis, que añora certezas y seguridad; O, de orgullo, creyéndonos fuertes, sin reconocer públicamente nuestros miedos y angustias; V, de Virulencia, al hablar aumentando el sarcasmo, la ironía y hasta la violencia verbal; I de Irritabilidad, ya que todos reaccionábamos sin paciencia ni amorosidad; y, por último, la D de Desolación espiritual, ya que, al sumar tantos meses de aislamiento, mascarillas, temor, falta de libertad, alcohol, gel y todo lo demás, se fue disminuyendo la fe, la esperanza, la alegría y la paz, haciendo denso el ambiente y fluyendo con dificultad.
Aunque pareciera obvio, recién al tener vacaciones juntos, nos dimos cuenta de cómo el duelo nos tenía tomados de diferentes formas y no nos podíamos coordinar. Queriéndonos y respetándonos mucho, no lográbamos congeniar. Uno a uno, fuimos compartiendo el sentir y el pensar, expresando las rabias, frustraciones y penas que teníamos guardadas para no preocupar o molestar. El tema es que adentro todo eso nos estaba matando y, al sacarlo afuera y reconocer nuestra diversidad, fue un alivio y una catarsis maravillosa que vale la pena probar.
Sacarlo fuera
No sabemos cuánto más va a durar la incertidumbre o si llegó para quedarse en la eternidad; lo único que recomiendo es no dar por obvio lo mucho que nos puede afectar y lo distintos que somos para reaccionar. Esto es válido para nuestras familias, trabajos, comunidades, países y todos en realidad, ya que este duelo -sólo al compartirlo con amor y buen humor- nos podrá unir y no separar.
Después de lo vivido, por primera vez después de muchos meses, soy consciente al menos de mi propio duelo, de cómo lo he vivido y de cómo lo puedo compartir para ser más feliz en el camino y, de paso, acompañar los duelos de los demás.
Trinidad Ried es presidenta de la Fundación Vínculo