Al parecer, no podemos dormir. Al menos, no podemos dormir bien. Y somos muchos. Según los últimos datos de la Organización Mundial de la Salud (OMS), el 40% de la población mundial sufre algún tipo de dificultad para dormir y descansar. Si nos fijamos en España, más de 5,4 millones de personas dormimos mal y esta cifra va en progresivo aumento en los últimos años.
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Las razones de que durmamos mal son múltiples, lógicamente, pero a nadie se le escapa que, en gran medida, está asociado al estrés, la ansiedad o algún tipo de malestar: preocupaciones, excesivo cansancio… De hecho, la OMS reconoce hasta 88 tipos de trastornos del sueño y según un estudio del American College of Cardiology, hasta el 8% de las muertes por cualquier causa podrían atribuirse a “patrones de sueño deficientes”. Poca broma.
Parece que andamos inquietos. Desasosegados. Entre el enfado y la tristeza, dicen algunos expertos. Revueltos con el pasado que no acabamos de digerir. O preocupados por un futuro que nos desvela. Desconectados de nosotros mismos. ¿Será eso? En castellano hay un nombre para eso: duermevela, “un sueño fatigoso y frecuentemente interrumpido” (RAE). Así lo canta Jorge Drexler:
En la duermevela el corazón espera sin saber muy bien a qué
Busca en las rendijas, mueve las clavijas desafinándose.
Es otro modo de contarlo: quizá no dormimos bien cuando no andamos afinados del todo. Charles Péguy lo expresó con gran belleza. Dios nos mira desconcertado cuando no dormimos bien. Como quien conoce una salida que nosotros no vemos o quien intuye una melodía afinada en un instrumento que no sabe que puede afinarse:
“No me gusta el hombre que no duerme
y que arde en su cama de preocupación y de fiebre (…).
Porque yo no he negado nunca el pan de cada día
al que se abandona en mis manos
como el bastón en la mano del caminante (…)
Pero el que se pone a hacer cavilaciones
para el día de mañana,
ése trabaja como un mercenario,
trabaja terriblemente como un esclavo
que da vueltas a una rueda sin fin
y -eso entre nosotros- es un imbécil.
Y hasta me han dicho que hay hombres
que trabajan bien
y duermen mal,
que no duermen nada.
¡Qué falta de confianza en mí!
Eso es casi más grave que si trabajasen mal
y durmiesen bien,
porque la pereza
es un pecado más pequeño que la inquietud,
que la desesperación
y que la falta de confianza en mí (…)El que no duerme de preocupación
es infiel a la Esperanza,
y esta es la peor infidelidad”.
Ya sé que no será muy popular y poco científico, pero igual dormiríamos mejor si creciéramos en esperanza y nos fiáramos más, aunque trabajáramos menos, nos afanáramos menos, caviláramos menos. Quizá dormiríamos mejor si viviéramos con más calma; si diéramos a los asuntos que nos desvelan el peso justo; si nos tomáramos con más humor a nosotros mismos; si supiéramos distinguir que hay un tiempo para la esperanza y otro para la aceptación; si recordáramos que Alguien vela nuestras noches y nuestros días. Aunque a veces la vida nos lleve a vivir en duermevela.