Ya durante su vida la gente y los medios de comunicación hablaron de ella como “la madre de los pobres” y “el ángel bueno de Bahía”. También se hablaba de “la Madre Teresa de Calcuta de Brasil” (a la que trató y se sintió unida por el amor a los abandonados). Declarada en aquellos años “la mujer más influyente de Brasil en el siglo XX” por una famosa revista nacional, se trataba sin embargo de una sencilla religiosa que huía de cualquier publicidad y disfrutaba estando con la gente humilde. A los pobres dedicó su vida y por ellos fue intrépida -incluso hay que decir que saltándose alguna norma- en el buscar cómo ayudarlos.
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María Rita, que así se llamaba antes de ser religiosa, nació el 26 de mayo de 1914 en Salvador de Bahía en una familia acomodada -su padre era profesor en la universidad- aunque perdió a su madre a los 6 años y el padre enviudó con sólo 32 años. Como éste volvió a casarse, dos de sus hermanas ayudaron a criar a la pequeña. Sor Dulce contaba que sus tías eran muy católicas y una de ellas solía llevarla a visitar a los pobres. De niña le gustaba mucho jugar, sobre todo al fútbol y volar cometas, le gustaban más los juegos de niños que los de niñas y durante las vacaciones, cuando iba a casa de sus abuelos en el campo, lo que más hacía era trepar a los árboles.
Una fuerza irresistible
Muy joven se hizo terciaria franciscana, atraída por el deseo de ayudar a los pobres que había aprendido de sus tías y que se convertiría en una fuerza irresistible. Contaba que, de pequeña, se asomaba a la ventana y cuando pasaba un pobre corría a darle de comer. Se preocupaba por los pobres de su barrio, y por ejemplo entre los vecinos había una familia con una niña pequeña que estaba enferma y ella la visitaba todos los días y cuidaba de ella.
Cuando sólo tenía 15 años, pidió a su padre permiso para hacerse religiosa, pero él le dijo que no podía porque tenía que terminar sus estudios de magisterio, y ella los acabó. Cuando se graduó en magisterio, su padre le preguntó qué le gustaría recibir como regalo y Dulce respondió: “El regalo que quiero es poder entrar en el convento”. De todos modos, el padre le regaló el anillo de maestra. Un día estaba participando en la misa, en la iglesia de Santa Ana, cuando vio a dos religiosas de las Misioneras de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios y decidió que quería entrar en esa congregación.
Paz y pobreza
Hizo el noviciado en el convento do Carmo, en Sáo Cristóváo, fue un período fue para ella de gran paz, a pesar de la pobreza con que vivía (en su habitación sólo había una cama y una caja de verduras para guardar cosas). Contaba que el día de sus votos religiosos tuvo dos grandes alegrías: la presencia de su padre y el nuevo nombre que le dieron, Dulce, en homenaje a su madre, fallecida cuando ella era niña.
Al final del noviciado, en 1934, fue trasladada al Hospital Español de Salvador de Bahia, donde trabajó en el turno de noche y permaneció tres meses. Pero como era profesora, la trasladaron al Colegio Santa Bernadette, en la elegante avenida Bonfim, donde por un tiempo enseñó geografía. En estos años, apoyada por el franciscano Hildebrando Kruthaup y su director espiritual, sor Dulce inició el Sindicato de Trabajadores de San Francisco, que se presentó oficialmente el 31 de octubre de 1936: fue el primer movimiento obrero cristiano de Salvador, lo que le procuró alguna regañina de las superioras y hasta del obispo, que temían se pudiera meter en líos. Pero ella se dedicaba directamente a la gente, mientras el religioso seguía se encargó de vincular esa realidad a los Círculos Católicos de Obreros que estaban surgiendo. Así, el 12 de enero de 1937, cambió su nombre por el de Círculo Obrero de Bahía.
Gran educadora
Enseñaba y lo hacía bien, poniendo mucha pasión y cariño hacia las alumnas, y sin embargo no dejaba de pensar en los pobres. Las hermanas se acabaron dando cuenta de que era inútil dejarla en clase, lo hacía por obediencia, pero su corazón estaba en otro lugar. Hablaron con la superiora provincial y obtuvieron permiso para trabajar con los pobres de la calle, en este momento le cambió la vida a sor Dulce.
Un día caminaba por la calle en una favela y se encontró con un niño caído que le pidió ayuda. Cogió al niño y, como no sabía dónde llevarlo, le pidió a un hombre que pasaba por allí que derribara la puerta de una casa que estaba vacía. El hombre se negó, pero ella insistió y derribó la puerta. Dejó al niño dentro de la casa y fue a buscar ayuda. Consiguió medicinas y empezó a tratar al enfermo. Al día siguiente, muchas mujeres se acercaron a sor Dulce para decirle que había otros enfermos abandonados en la acera. Ella fue a verlos y pidió que los llevaran allí, y el número de enfermos iba en aumento. Sor Dulce fue entonces en busca de comida y medicinas y dejó a una señora para que cuidara de los enfermos en la casa ocupada. Así fue hasta el día en que llegó el casero y ella tuvo que buscar otro lugar. Se fue al mercado de pescado, en la parte baja de Bonfim, donde ocupó otra casa vacía, pero el alcalde de Salvador de Bahía le ordenó que se fuera porque era un lugar turístico, por ello volvió a cambiar de barrio.
En busca del gallinero
Sor Dulce llegó a ocupar cinco casas vacías. Un día vino un policía al convento a reclamar a la superiora que la joven religiosa no podía seguir ocupando casas para alojar a los pobres. Sor Dulce estaba en la puerta, oyó la queja y se echó a llorar. Entonces la superiora pensó como posible solución en el gallinero, que no estaba vacío sino lleno de gallinas, y preguntó a sor Dulce si aceptaría alojar allí a los enfermos.
Aunque a algún animalista le pueda no gustar, ella no se lo pensó, mató las gallinas, hizo sopa con ellas y se la dio a los enfermos, lo limpió todo y se llevó a los enfermos al gallinero. Y de este modo tan modesto nació lo que llegaría a ser el futuro gran hospital de San Antonio que aún existe y atiende gratuitamente a miles de personas al día. Pero no en aquel primer gallinero, pues en 1948 recibió el convento de San Antonio, construido por el padre Kruthaup con donaciones de la gente, y allí comenzó a atender a los pobres enfermos en mejores condiciones.
Los niños de la calle
En aquella época también recogía a los llamados «capitáes de areia», los niños de la calle, aunque no sabía dónde alojarlos, porque no podía ponerlos con los enfermos. Alojó a los niños de la calle en una chabola al otro lado de la calle donde estaba el hospital, donde hizo estanterías y puso colchones para que los niños durmieran. Les hizo trajes de saco y empezó a enseñarles los rudimentos de la vida y la fe.
Como si fuera una “florecilla” franciscana, leemos en su proceso de canonización que un día sor Dulce estaba llorando, sin saber qué hacer con los niños que molestaban a los enfermos y las religiosas se quejaban, cuando pasó un señor que la vio llorando y le ofreció un terreno que poseía en Simóes Filho. Comenzó a construir y trasladó a todos los niños a aquel lugar, que aún existe y alberga actualmente a unos 650 niños.
Misión desborada
Además de este trabajo con los pobres de la calle, había una multitud de personas, entre 500 y 600, que llamaban diariamente a la puerta del hospital pidiendo algún tipo de ayuda. Ella atendía personalmente a cada uno y les pedía a las hermanas que le dieran comida, o ropa, podían bañarse en la ducha que había construido, o les hacía esperar hasta que se solucionara el problema. Había familias que no sabían dónde vivir y Dulce les encontraba un sitio, y cada mes conseguía dinero para pagar el alquiler al casero. Quedaban atrás los tiempos de ocupar casas vacías, aunque fuera por fines buenos.
Su ritmo de trabajo contrastaba muchas veces con el horario comunitario y poco a poco fue aumentando el malestar entre las hermanas porque Dulce faltaba a los actos de comunidad prescritos por la regla. La situación la llevó a pedir la exclaustración en cuatro ocasiones (períodos de dos años) desde 1964 hasta 1975, y se le concedió pero fueron retiradas las religiosas que la ayudaban y en esos años vivió ella sola al frente del hospital, junto con dos voluntarias laicas; ella siguió vistiendo el hábito y manteniendo su vida de consagración. Por fin, en 1975 pidió volver al convento y fue aceptada unánimemente por el consejo de la madre provincial.
Comunidad restituida
Cuando terminó su período de exclaustración, sor Eufrasia, la provincial, fue al hospital, confirmó a sor Dulce como superiora y reconstituyó la comunidad, enviando a tres hermanas para ayudarla. Estas hermanas vivirían ya siempre con ella, y fueron ayudadas por otras hermanas que temporalmente le echaron una mano. También contó con la colaboración de voluntarios, como el administrador sr. Renato y su esposa, y algunos médicos, enfermeras, voluntarios de Salvador de Bahía y de otras ciudades de la zona, a los que organizó alojamiento, dio ropa, trabajo y les hizo estudiar. Hasta de Estados Unidos llegó el doctor Joice, que se quedó tres años.
Un día llegó una voluntaria, antigua novicia de una congregación, para trabajar en el hospital. Poco después, una señora, profesora, también deseosa de ayudar a sor Dulce, que en aquel momento no había podido conseguir más hermanas de su congregación para ayudar en el orfanato, envió a estas dos voluntarias para cuidar a los niños. Con el tiempo, además de voluntarias, quisieron hacerse religiosas. Habló con su provincial, entonces sor Querubina, que la animó a fundar un instituto porque su congregación, por falta de vocaciones, no podía ya colaborar con el hospital y el orfanato. Sor Dulce habló de ello con el cardenal Avelar Brandáo Vilela, que aprobó la iniciativa, nacía así la comunidad de las Hijas de María, Siervas de los Pobres.
Salud frágil
En 1988 fue candidata al premio Nobel de la Paz, que sin embargo aquel año le fue concedido a las fuerzas de paz de las Naciones Unidas. También, como dije al comienzo, fue incluida entre las mujeres más influyentes de Brasil de su tiempo. No creo que ni lo uno ni lo otro le importase mucho a sor Dulce, cuyo interés era el de ayudar a los más necesitados.
Sor Dulce tenía una salud muy frágil, sufría de problemas respiratorios porque llegó a tener solamente medio pulmón, así que cuando viajaba tenía que llevar consigo su tanque de oxígeno. Antes de su última enfermedad, estuvo ingresada en varios hospitales, pero fue en noviembre de 1990 cuando su estado empeoró hasta fallecer dieciséis meses después. Le practicaron una traqueotomía y sólo respiraba con la ayuda de un aparato, su situación empeoró y, como quería morir en el hospital de San Antonio, su habitación se convirtió en una unidad de cuidados intensivos. Permaneció allí un año y cuatro meses, sin poder hablar, pero entendía todo y se comunicaba con gestos. Recibía continuamente visitas de personas importantes, civiles y religiosas, así como de gente sencilla y muchos pobres, y algunos de sus familiares también permanecieron muy cerca tanto del hospital como de su habitación.
Con Juan Pablo II
El presidente de la República, José Sarney, la visitó muchas veces y solía besarle los pies. También la visitaron el gobernador de Bahía, el alcalde de Salvador y otras autoridades. El cardenal Moreira Neves y el obispo auxiliar Mons. Murphy la visitaban con frecuencia y hasta la madre General vino especialmente de los Estados Unidos para visitarla. Sin embargo, cuando le informaron de que iba a recibir la visita del Papa Juan Pablo II, en visita apostólica a Brasil, vieron que no cabía en sí de la alegría. Ella había estado el año anterior en Roma y recibida en audiencia privada por el Papa, y él ahora en Salvador de Bahía permaneció un buen rato con ella y, al final, le besó la mano. Era el 20 de octubre de 1991.
Aquel año, el día de la procesión del Senhor do Bonfim, las hermanas hicieron todo lo posible para que ella pudiera ver la procesión desde la ventana, al menos una vez más. En aquel momento, vio, en la acera de enfrente del hospital, a una mujer paralítica y pidió que alguien fuera a ver qué necesitaba. Un día, las enfermeras, que tenían que cambiar de posición a sor Dulce cada dos horas, la giraron mal y se fracturó el fémur. Sufrió dolores insoportables desde las dos de la tarde hasta medianoche, y los médicos no sabían qué hacer, finalmente la trasladaron al Hospital Geral, para ser operada. Tanto a la ida como a la vuelta hubo muchas dificultades con el transporte, porque había una multitud de personas, por no hablar de la televisión y los periodistas, que querían saber noticias y ver a sor Dulce.
Gotas de vino
Todos los días comulgaba, aunque un mes antes de su muerte, incapaz de tragar, en lugar de la hostia, el capellán comenzó a darle unas gotas de vino consagrado. El miércoles 11 de marzo se realizó la segunda hemodiálisis, pero el médico advirtió que difícilmente resistiría. De hecho, el jueves por la mañana comenzó a deteriorarse, con colapsos cardíacos, volviéndose cianótica y falleciendo a las 16.15 horas del 13 de marzo de 1992.
El 10 de diciembre de 2010 Benedicto XVI autorizó la promulgación del decreto por el que se reconocía el milagro obtenido por intercesión de Sor Dulce. Su beatificación tuvo lugar el 22 de mayo de 2011 en la sede de la Obra Social Sor Dulce, en Salvador de Bahía, presidida por el cardenal Geraldo Majella Agnelo, arzobispo de Salvador de Bahía, como enviado del Santo Padre. Solamente ocho años después, después de aprobar un nuevo milagro, el Papa Francisco la canonizó el 13 de octubre del 2019 en la vaticana Plaza de San Pedro.