JUEVES. Entristecido. Porque ha dejado en manos de los sacerdotes rebajarse el sueldo ante la crisis y unos cuantos hacen como que no han recibido la propuesta. Otros tantos se desmarcan porque dicen tener ajustado ya el cinturón.
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VIERNES. Compromiso episcopal de meter tijera a la superfluo para no recortar en los últimos. La Iglesia pobre y para los pobres se juega ahora. Sin caer en populismos facilones que no llevan a ningún sitio, pero sí revisando las cuentas a fondo de aquello que puede esperar. Se puede pulir. Si se dejan rascar.
DOMINGO. Acoso. El de un obispo al que le siguen lloviendo las cartas porque no les dejan comulgar en la boca. Un pastor que les recuerda que las manos que entregan y que reciben son las que se entregan y se dan. Las manos del Padre. Las manos de los hijos. De paso, les convoca cuando acabe la alarma para compartir el disenso sacramental mano a mano. Con la distancia social y de higiene espiritual pertinente.
MARTES. Por mucho menos, en cualquier empresa o administración pública se habría ejecutado su cese. No sé si inmediato o con una salida discreta, pero no se permitiría un liderazgo errado y con daños más que colaterales. Pero sigue con la mitra. Incluso en quinielas de futuro inmediato. Releo lo escrito. Descubro que, en lo aquí escrito, encaja algún que otro báculo más. Por distintos motivos, pero con igual penitencia para un pueblo que no merece cargar con la cruz de quien tenía que llevar a cuestas la de todos.
MIÉRCOLES. “En lugar de la nueva normalidad, estamos en la antigua conflictividad”. La sensatez de un político que no duda en llamar “obscenos” a los que, de uno y otro lado, se dedican a echarse encima los muertos del coronavirus. Una honestidad que se aleja de la disciplina de partido y que le coloca en la cuerda floja de los que se desvían del discurso único. Menos mal que no es el único.