Muchas veces, pareciera que el alma de cada uno fuese un pedazo de vidrio como el que trabajan los artesanos de la isla italiana de Murano, donde la vida, a punta de fuego vivo y frío intenso, a partir de duros golpes y de suaves caricias, a partir de colores insospechados y formas inciertas, va dando forma a un proyecto que solo intuye Dios Padre/Madre creadora y al que solo hay que entregarse con docilidad y confianza de que algo hermoso y bueno saldrá.
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Durante el proceso consciente de “soplado” y esculpido, no sabemos si vamos a ser copa, elefante, florero, lámpara de lágrimas o un pajarito precioso para regalar. Estamos en plena obra espiritual y solo nos queda confiar. Tener la certeza de que en un tiempo más podremos mostrar el alma con sus bellos colores y formas ya cuajadas y con más paz. Sin embargo, por mientras, duele mucho el ser zarandeado por la vida como masa informe y sin propósito claro, una vez que eres consciente de que eres “vidrio” y que estás llamado a amar y servir de verdad.
Sufrimiento consciente
A esta etapa vital podríamos llamarla sufrimiento consciente, pues suele suceder después de la mitad de la vida y es el momento en el que “despertamos” y tenemos la oportunidad de liberar todas las fuerzas tóxicas que nos dañan y renacer, como le dijo Jesús a Nicodemo. Es el canal de parto, no de sufrimiento sin sentido, sino en el que despliega nuestras capacidades, dones y recursos potenciales, por lo cual son dolores que “valen la pena”. Es un misterio maravilloso que debemos aceptar, transitar, soportar y, en cierto modo, ofrendar, como el mismo Señor lo hizo.
Quizás se están afinando los detallitos finales no más, y ya estamos casi listos para salir del fragüe y del horno del corazón de Dios como una obra única para amar y servir a los demás. Eso quiero creer y a eso me aferro para alegrarme el alma y entusiasmar a los demás. Cada cual requerirá su tiempo de acuerdo con su complejidad y misión espiritual, pero espero que mi “cacharro” de cristal ya esté por acabarse de trabajar.
De viaje
Quizás así siempre ha sido la vida, un contraste intenso entre la agonía y el éxtasis en la crudeza que hoy se me da con tanta claridad. Sin embargo, casi siempre el drama de la vida va anestesiado, oculto, camuflado en la rutina, en el trabajo, en la ocupación. Ahora, que estoy por unos días de vacaciones en Italia y tuve el privilegio de conocer Murano y su magia, pareciera que mi espíritu se insufló de lo importante versus lo urgente y aumentó, por lo tanto, su sensibilidad y percepción.
En este viaje voy con el alma en carne viva, disfrutando como si estuviese en el mismo cielo y sufriendo, a ratos, como si viviese en el mismo infierno de desolación y soledad. Siento el fuego y el frío atizando al espíritu con pinzas de un torturador. El mal espíritu acecha con rigor. Con razón, Dante se inspiró en estas tierras. Lo mismo Miguel Ángel y tanto artista que esta tierra ha parido como conejo, sin ninguna precaución.
Pasión derramada
Y es que siento que aquí la emoción se exacerba; la pasión se derrama por los canales con toda su confusión; la tristeza se pinta por los laberintos oscuros de las callecitas, la nostalgia se desdibuja en los frescos de los templos perdiendo su color; la fe se alza queriendo imitar con sus papeles de oro al mismo sol y la esperanza se revuelve entre el amor y el desamor en cada amanecer y puesta de sol.
Siento que me sintonizo con el entorno y que mi alma entró en un taller de Murano hace mucho rato y que estoy entre golpes de fuego y frío, para darle forma a algo que apenas vislumbro en su forma o color. Sé que mi artista es Dios mismo y que trabaja con amor y tesón, pero le pido que se apiade un poco de este vidrio ya cansado de tanto charchazo, contraste e incertidumbre de lo que soy.
Siempre he creído que compartir nuestra vulnerabilidad y miseria nos hace a todos más ricos y hermanos, y así lo hago confiada en el Señor de que este escrito les sirva como reflexión.