Rafael Salomón
Comunicador católico

El amor de padres


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Hoy tengo el cabello como alguna vez lo llevaste, me he dado cuenta que mi forma de ser tiene tanto de ti que a veces pienso que te daría mucho gusto ver lo parecido que somos.



Estás en mis recuerdos de infancia siempre con esa sonrisa franca y esa manera de ser libre, un alma dispuesta a vivir. A tu lado, siempre me sentí protegido, amado y, sobre todo, sabía que siempre podía contar contigo PAPÁ.

Me fascinaba escuchar tus historias y la manera en que las narrabas, realmente eras un contador de historias único y tal vez, eso fue lo que me inspiro para que más adelante también me dedicara a contarlas.

Me enseñaste tantas cosas, para ser sincero, ahora se las voy contando también a mis hijos como tú lo hacías conmigo y entonces vienen a mí esas sensaciones que son tan difíciles de explicar, solo se pueden sentir.

Disfrutar las pequeñas cosas de la vida

Me apoyaste cuando pensé que no podía, me enseñaste a ver otros ángulos de la vida, me infundiste seguridad cuando parecía perdido y me forjaste con valores. Gracias a ti, supe lo que era disfrutar de las pequeñas cosas de la vida y dejar de preocuparme por aquello que no podía cambiar.

Una frase que me sigue haciendo eco: El paso transitorio, ese paso nos acompañó durante varias décadas, momentos difíciles que enfrentamos como familia, pero nunca, nunca perdiste la esperanza de que un día todo iba a estar mejor.

padre e hijo

De ti aprendí que disfrutar la vida era una forma de homenajearla, que al mal tiempo había que dejarlo pasar y que un día las cosas cambiarían. Esa sonrisa franca que recuerdo con cariño, esa con la que nos recibías después de tus largos viajes.

Siempre nos diste lo mejor, a tus posibilidades y eso lo valoro, lo entiendo, lo agradezco, ahora que también soy padre. Ya no estás, te adelantaste y dejaste muchas cosas pendientes, entre disfrutar más a tus nietos, ver nuestro matrimonio crecer y alegrándote por lo exitosa que es tu hija.

A manera de homenaje

Papá, esta carta no la leerás nunca, pero aun así quiero decirte ¡Gracias! Por todo lo que aprendí de ti, por el ser humano que fuiste y por la sensibilidad con la que viviste. Tuve al mejor padre del mundo y de eso no me cabe duda.

Levanto mi mirada al cielo porque sé que Dios tiene un lugar reservado para ti, un buen hombre, divertido y auténtico. Don Rafa, así te decía, siempre tuviste mi admiración, mi respeto y cariño.

Estoy recordando también que teníamos un diálogo en clave y se trataba de un silbido tan especial, lo hacías siempre al llegar a casa, para decirme que eras tú y que del otro lado de la puerta estaba yo (en este momento he vuelto a silbar de esa forma, después de cinco años de no hacerlo y siento que estás aquí conmigo).

Un día nos volveremos a ver, ese día nos darás un gran abrazo, como cuando éramos niños y escucharemos nuevamente tu voz, la cual apagó tu enfermedad y con esa enorme sonrisa, pronunciarás nuestros nombres. Mi hermana y yo volveremos a decirte una vez más ¡PAPÁ!

A todos los padres que ya no están, por tantos recuerdos que nos han dejado, por lo mucho que les extrañamos y a manera de homenaje, por todo lo que hicieron por nosotros, por el tiempo dedicado y por el amor que nos dieron, oremos por ellos y pidamos por sus almas que seguro estarán en el lugar reservado para las almas que descubrieron lo que significa el verdadero amor, el amor de padres.