Fernando Vidal
Director de la Cátedra Amoris Laetitia

El antiabortismo como encubrimiento


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Sería inconcebible que la comunidad católica apoyara la elección como presidente de un país a alguien que fuera un violador condenado, públicamente promiscuo y promotor de una cultura sexual pornográfica, defraudador fiscal, impulsor de un golpe de Estado y un durísimo explotador ultracapitalista como empresario.



Sin embargo, Donald Trump cuenta con el apoyo incondicional de la poderosa derecha del cristianismo estadounidense y de los católicos del país, que ha perdido su tradicional pluralidad política. Solo se entiende porque se ha inoculado en las iglesias un acérrimo odio político y se continúa con la programación que hizo del aborto el asunto político único. Trump lo dejó claro: podría asesinar a alguien en pleno Manhattan y no perdería ni un solo voto.

Todo comenzó cuando el ciclo restauracionista de la Iglesia católica convergió en los 80 con la plataforma que había formado un poderoso grupo de telepredicadores. Esa convergencia era extraña, porque tradicionalmente la comunidad católica era muy plural y daba soporte tanto al republicanismo como a los demócratas, muy influidos por el catolicismo. El restauracionismo eligió perfiles episcopales políticamente más posicionados y activamente partidarios, que convergieron con el programa provida, nacionalista y supremacista de la autodenominada Mayoría Moral del evangelismo fundamentalista.

Programa supremacista

La lucha contra el aborto no es solo una causa muy justa, sino que se ha usado de tal modo que eclipsa otras causas de igual gravedad moral e impide hacerse un juicio integral y ponderado. El uso del asunto único, la política sobre el aborto, como balanza de todo, se está usando para justificar un programa supremacista que subyace detrás. Manipuladoramente, el antiabortismo se usa como encubrimiento. Con ese único criterio, es posible que los católicos consientan que un violador, pornógrafo, misógino y totalitario sea emperador.

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