Hoy he intentado vivir como un árbol. Me he sentado ante mi ciprés y le he preguntado qué me podía enseñar. No ha dicho nada y he aprendido un montón. Al comienzo solamente miraba atento el movimiento de sus hojas. Los árboles cambian más que la cara humana, están continuamente en movimiento, tienen decenas de matices en cada hoja que el viento hace temblar. El cuerpo de un árbol está cambiando continuamente sus luces y sombras, el tono de sus verdes. Hay un continuo movimiento de criaturas por su madera. Se inclinan, hacen ruido, crujen, el viento los hace bailar.
Luego me he dado cuenta de que solamente estaba escuchando la parte visible del árbol. Por debajo, están las raíces. Las imaginé moviéndose. Supuse todo el entramado de raíces que se multiplican y expanden para beber. Y pensé en la raíz principal y en la cofia que está en su punta conquistando lo más profundo. La cofia apenas me hacía caso, está inmersa en su misión de siempre llevar al conjunto de raíces a la fuente más profunda de agua. Es una radical. Para lograr conectar con ella tenía que imaginar que mis pies tenían también raíces que salían de la planta hacia abajo buscando también agua. Conecté con ella y miré su búsqueda. La cofia siempre está buscando el camino más directo al acuífero más profundo, donde está el agua más pura, donde hay bolsas de agua intactas que nadie en siglos ha tocado. Bebe de ellos con humildad, sin agotarlos, como el buen huésped agradece la hospitalidad.
Y pienso que todos en la vida tenemos raíces por las que bebemos. De todo nuestro cuerpo salen raíces invisibles con las que buscamos sentido, relación, belleza, conocimiento, percepciones, amor…
Conforme vamos creciendo en edad, te das cuenta de que no puedes hacer de todo. Nuestra vida y deseos se expanden en todas direcciones, y es la raíz principal de nuestra vida la que nos lleva a buscar en todo lo más profundo, lo más decisivo, donde mayor bien vamos a hacer.
Hay veces que nos dispersamos. Parecemos un perro al que tiran diez pelotas de tenis a la vez. No sabemos cuál seguir y vamos a por todas. La cofia de la raíz está continuamente buscando el camino más directo al agua más profunda. Pienso que también en nuestra vida necesitamos el tipo de discernimiento que hace la cofia: buscar el camino más directo a lo más profundo, no quedarnos atascados ni distraídos en carreteras secundarias. La cofia de mi árbol encuentra el camino más corto, directo y profundo.
Creo que hoy mi árbol me ha enseñado que mi vida tiene que tener esa cofia. Puede que la cofia sea el examen de conciencia cotidiano, o revisar mi vida e identificar qué es lo esencial. En todo caso, discernir cuál es el camino que me lleva más directamente a la mayor profundidad en cada cosa de la vida, a vivir conectado con el centro más esencial de cada cosa. ¿Cuál es la vía más directa a lo más profundo de la vida? El discernimiento espiritual es la cofia de nuestras raíces.
Todos tenemos cofia, todos tenemos esa raíz guía que nos abre camino. Algunas veces la tenemos encharcada, no dejamos que tire de nuestra vida, está partida, dormida, olvidada, nos hemos desanimado porque ha encontrado una piedra o quizás nos hemos olvidado de que tenemos raíces. Puede que hayamos dejado de buscar o haga tiempo que no bebemos de la profundidad. No pasa nada, la cofia del discernimiento siempre se puede reactivar. Basta que dejemos que nuestras raíces sigan su naturaleza, la condición humana que lleva a que seamos siempre seres en búsqueda.
Le doy las gracias a mi árbol. Y todo esto sin que me haya dicho nada. Quizás esos son los mejores maestros: los que te enseñan cosas sin necesidad siquiera de decirte nada.