Ianire Angulo Ordorika
Profesora de la Facultad de Teología de la Universidad Loyola

El brillo del poder


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Es muy probable que no fuera la mejor época del año, pero el otro día un grupo de profesores de la Facultad disfrutamos de una visita a la Alhambra. El frío siberiano que pasamos no impidió que unos nos enriqueciéramos de los conocimientos otros, especialmente de quienes están más avezados en arte, historia e Islam, confirmando, una vez más, que todos ganamos cuando cada uno pone lo propio al servicio de los demás. Aunque no fuera algo nuevo, una de las cuestiones que más me llamó la atención era el modo en que las luces y los espacios de los palacios nazaríes estaban pensados y organizados para generar ciertas sensaciones en quienes acudían a ellos.



Relación con los otros

Según parece, el trono estaba situado de tal manera que incluso el más mediocre rey nazarí, vasallo de Castilla, recibía a legados y súbditos investido de una presencia que resultaba deslumbrante y sobrecogedora. Por mucho que estos monarcas no ostentaran demasiado poder fáctico, la manera en que se presentaban convertía en inevitable que los demás se sintieran pequeñitos e insignificantes. Me da la sensación de que, con demasiada frecuencia, nos sucede algo parecido en nuestra relación con los otros y que podemos confundir el poder con generar inseguridad e impotencia en quienes tenemos delante, mientras pretendemos rodearnos de un halo de fuerza y capacidad que, con frecuencia, no se ajusta a la realidad.

2. Donde Se Expande La Luz

Ante el majestuoso espacio de la Alhambra y el imponente palacio Nazarí me resulta sencillo imaginar el desconcierto de Pilato en su pretorio acogiendo a un maltratado galileo que, atado ante él, no tiene reparo en reconocerse rey (cf. Mc 15,1-5). Quizá nosotros, que seguimos a Jesucristo y le confesamos como Rey del universo, tampoco hemos acabado de aprender que el verdadero poder, ese que busca lo mejor para todos, es mayor cuanto más se oculta y brilla con más fuerza cuando más escondido se encuentra. Nunca es mal momento para recordar que solo los mediocres necesitan artificios para deslumbrar, porque quienes tienen verdadero poder iluminan con discreción.