Muchos de nosotros habremos tenido en casa peces de colores. En una pecera más o menos grande, en un acuario, pero sea como sea, aprendiendo el habitual ritual de limpiar el agua y darles de comer de manera adecuada. Muchos de nosotros, me temo, que también hemos vivido la pena de ver cómo esos pequeños peces se nos morían.
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Una de las cosas que más me han sorprendido saber es que, por buena voluntad que tengamos, si echamos comida en exceso, los peces comerán y esa sobrealimentación terminará intoxicándolos y, muchas veces, matándolos. Me contaban que esto se debe a que los peces no tienen capacidad de saciarse y siguen comiendo la comida que echemos. Por bueno que sea el alimento, acaba matándolos.
Si a esto añadimos que con frecuencia ponemos peces con distintas necesidades y características en el mismo acuario y brindamos a todos el mismo cuidado, es evidente el problema. No deja de ser curioso que queriendo cuidar algo o a alguien con verdadera intención y dando lo mejor de nosotros, podamos dañarlo. Podamos producir un hartazgo que nos agota.
Valerio Lazzeri, obispo de Lugano
En estos días nos ha sorprendido la renuncia de un obispo suizo con 59 años por “cansancio interior” y pérdida de “entusiasmo y serenidad”. Su nombre es Valerio Lazzeri, obispo de Lugano (Suiza). Y no he podido dejar de asociarlo a los peces de colores. No sé qué está viviendo por dentro este hombre ni cuáles serán los siguientes pasos que él considere que tiene que dar, en conciencia y delante de Dios. Sólo sé lo que él mismo ha expresado: “especialmente en los últimos dos años ha ido creciendo dentro de mí un cansancio interior que me ha quitado progresivamente el impulso y la serenidad necesaria” para realizar la tarea encomendada.
Y añade: “Siempre he hecho todo lo posible por no eludir mis responsabilidades como obispo, pero me di cuenta de que el esfuerzo y la presión continua que esto me impone me han llevado interiormente a estar cada vez más lejos de lo que soy y, en parte, también de lo que sigo creyendo que es mi verdadero deber como pastor y padre (…) Ya no veo una manera de interpretar y vivir la misión del obispo de Lugano que sea auténtica y sostenible para mí y, en consecuencia, verdaderamente provechosa para todos”.
Sólo puedo expresar mi respeto y admiración por este hombre, por este creyente, por este obispo. Me pregunto cuántas personas alrededor nuestro están viviendo también este “cansancio interior” en cualquiera de sus formas. Me pregunto cuántos siguen tomando el alimento que se le vierte “porque es bueno” y “toca” seguir adelante, y sin embargo les está debilitando en lugar de fortalecerles. Me pregunto cuántas veces parecemos peces de colores, brillantes y preciosos, pero sin capacidad de saciarnos, de decir: “basta, no puedo más, no quiero más”. Y no es -insisto- porque lo que nos dan sea malo ni mucho menos, sino porque no es lo que en este momento cada uno desea y necesita. Si además nos toca una “pecera” donde no se renueva el entorno adecuadamente o se trata a todos por igual siendo distintos, entonces la cosa empeora.
Experimentar este desánimo y cansancio interior nos hace sentir “cada vez más lejos de lo que somos”, en palabras del obispo. Buscar culpables y prejuzgar puede resultar hasta mezquino. ¿No sería más saludable y más evangélico buscar pistas que nos ayuden a todos a cuidarnos mejor, a facilitar que cada persona esté donde más y mejor pueda ser lo que está llamado a ser para ser feliz? ¿No sería ésta una oportunidad para que cada cual ponga nombre cual a su propia verdad interior, con libertad y lucidez y tomar las decisiones que considere?
Y ya que está tan cerca la celebración de Santa Teresa, me gusta recordarme a mí misma que cumplir un compromiso adquirido, querer ser fiel a quienes nos quieren e incluso mantener una “determinada determinación”, jamás podrá estrechar el primer deseo de Dios para nosotros: ¡que tengáis vida y vida en abundancia! (cf. Jn 10.10).