La participación de un cura o una monja en un programa televisivo siempre suscita controversia, es azucarillo en las conversaciones de café y nos ofrece motivo de reflexión. No es un caso de laboratorio, porque ningún programa te muestra lo que la persona es en realidad, sino el personaje que construyen los editores. No obstante, hay una parte real que sí permite ver porque los productores moldean la materia que hay.
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Hemos conocido a Fray Marcos de Masterchef y al personaje basado en su realidad, pero ambos nos ayudan a pensar sobre la evangelización. ¿En qué mundo desembarcó la misión de este dominico? Masterchef es un género de ficción, igual que lo son los documentales y los telediarios (sobre todo, los telediarios).
Un programa precocinado
El concurso de Masterchef pretende ensalzar la cocina viva, pero es un programa precocinado. La cultura televisiva vigente no va sobre cultura, sino sobre audiencias —incluso en la televisión pública, salvo en TVE2, la Arte europea y algunas cadenas de pago—. No va de proyectos culturales, sino de dinero o poder político. Si seguimos sin querer que las televisiones públicas —incluso las privadas que tienen las concesiones— desplieguen la cultura televisiva de la BBC, la PBS o la televisión francesa, tendremos que continuar haciendo una televisión de mesa camilla.
Masterchef trata con un producto fresco, la gastronomía, y el programa debería cocinarlo con sumo respeto, pero todos somos conscientes de que tiene dos límites.
- Primero, es una telerrealidad en la que el protagonismo lo tienen los conflictos y pasiones alrededor de sus concursantes.
- Segundo, aunque nos lo ofrecen como una realidad continua, tiene un intenso precocinado que prepara, detiene, orienta y edita la realidad y su narración.
Los concursantes son favorecidos dependiendo del valor dramático de sus personajes: se ponen en el grupo que tiene menos oportunidades de perder en el cocinado, se les instruye desigualmente en los desafíos que tienen que enfrentar, y los espacios amplios que hay entre el cocinado y el juicio, permiten deliberaciones entre productores y jueces sobre el curso que debe tomar el relato.
El estudio que vemos habitado solo por jueces y concursantes, está repleto de cámaras, redactores y productores dándole forma a este género que mezcla drama y épica, comedia y una tragedia siempre esperanzada y redimida. Salvo ovejas negras como el joven León Comegamba –que se metió en un agujero donde esconderse–, y Patricia Conde –que se reveló contra el Mago de Oz que maneja todo ese mundo de color y sabor—, hasta el más vencido concursante volverá resucitado al concurso en alguna ocasión para visitar a la familia.
Tampoco hay mucho del o que asustarse porque Masterchef no es realidad, sino ficción. Los novelistas manufacturan masivamente todo lo que nos ofrecen y nadie protesta de que no sea periodismo —que también precocina y edita la realidad—.
Así todo, Masterchef ha logrado con éxito que la dosis de drama de telenovela, la tragicomedia del jurado y la fuerte manipulación narrativa no se coma el plato fuerte: la gastronomía. “Es televisión”, decía resignada una de las concursantes de Masterchef 2023. Efectivamente, es sobre todo televisión —según la cultura vigente— y eso tiene una fuerte servidumbre. Pero, pasada ya su década de existencia, es obvio que también ha sido capaz de transmitir nítidamente la vocación, profesionalidad y amor de los artesanos de la cocina.
Ha ayudado de forma sobresaliente a mejorar la formación culinaria de la población. Ha creado un equilibrio sensato entre tradición e innovación, profundidad y creatividad, y artesanía e industria gastronómica. No solamente ha ensalzado y honrado los valores gastronómicos de nuestro país, sino que nos ha ofrecido un sano equilibrio entre raíces y cosmopolitismo, patrimonio y diversidad, placer y salud, y economía y arte. Hay devoción, pero también sobriedad, con la justa tontería que excusa la amistad.
Masterchef es un alimento precocinado, congelado y recalentado, no estamos dentro de las cocinas de Pepe y Jordi, ni en el catering de Sam. Si se mostrara esa realidad tendríamos que experimentar televisivamente el trabajo duro y rutinario, las largas horas de esfuerzo y estudio, el diálogo profundo con cada producto, herramienta y el fuego, las conversaciones insustanciales, y la vida fresca, del día.
Un programa así de real solo se podría ver por una elite cultural en un Museo de Arte Contemporáneo. En realidad, mejor sería que simplemente viviéramos de verdad nuestra propia vida; se parecería bastante. Masterchef es una historia que sale de la hoguera de los televisores en la cueva de nuestras casas, así que lo que hay que hacer es disfrutar o criticar el arte de los narradores de esta telenovela.
Pepe, Jordi y Sam saben que están en una obra teatral, son buenos actores, pero nunca permitirán maltratar la gastronomía, sino que la honran, igual que un buen actor no toleraría que se maltratara a Lorca, Mayorga o Calderón.
Y a este mundo llega un fraile dominico, con la intención de predicar. Buff, complicado.
Primera frase: el orden de la predicación
Para quien no haya visto el programa –lo sigue un millón y medio de personas, más quienes lo veamos posteriormente–, Marcos García es un dominico venezolano de 45 años que desde 2020 reside en España, en el convento que habita la conmovedora arquitectura de Fisac en la llamada Cuesta de los Dominicos al Norte de Madrid. Conforme habla, se deja ver la mucha vida que tiene a sus espaldas latinas.
Una vida familiar de supervivencia que le ha hecho saber de primera mano el valor de la comida, fue seguida de una biografía en la que ha hecho un poco de todo: baile, canto, masajista, radio, pastoral juvenil, director académico, youtuber, etc. un todoterreno que ha sobrevivido a la dura vida venezolana y la dulce vida dominica. Así pues, quien llega a Masterchef no es un hombre afrailado, sino que podía perfectamente haber concursado con solvencia en la Isla de los Supervivientes
El inicio de Fray Marcos en el querido concurso fue docente: venía principalmente a predicar, a “predicocinar”, según denominó a su género, con vocación de ser el Arguiñano de 13TV. El modo de estar era extraño. Aprovechaba cualquier ocasión para sermonear viniera o no a cuento, y sus intervenciones eran meteoritos caídos. Se instituyó en defensor de la Fe y le molestaban las conversaciones que sus compañeros tuvieran sobre el cristianismo, tan alardeado en la persona del fraile y, por tanto, expuesto a opinión.
Fray Marcos se persignaba y pedía a Dios ganar cada prueba. Empuñó la bandera de la Fe para representar la milicia cristiana. Los otros concursantes cristianos también hacían su tarea sin tanto aspaviento y justamente sentirían por qué el cura monopolizaba lo cristiano en ese grupo.
La voluntad de Fray Marcos era hacer sonar la Palabra de Dios entre los resquicios del programa, pero él mismo reconoció al finalizar su participación, que no era fácil. El dominico, se encontraba descolocado en un ambiente tan diverso, en el que la productora ha formado una zarzuela en donde el público busca todos los tipos de personajes populares: chicos buenorros, la madre obrera, el seductor diabólico, el grupo LGBT+ con representación de lesbianismo, homosexualidad, trans y poliamor, el inmigrante, el ruralismo, la proletaria, las pijas, el moderno, etc.
Y un cura. La Verbena de Masterchef tiene sus figuras populares, gigantes y cabezudos, el tema popular de la cocina y el tribunal, los amores e insidias, pero todos esos ingredientes pueden quedar en nada si no se cocinan bien. La verdadera cocina de Masterchef es la de los directores y editores del tráiler que está tras todos los escenarios. Y son bastante buenos.
Obviamente, la intención de Fray Marcos no era que Dios le hiciera vencedor del concurso para anticipar las profecías del Apocalipsis. Simplemente estaba pidiendo a Dios como cualquiera pide ayuda a Dios para hacer las cosas de la vida, especialmente las difíciles e inciertas. Pero la primera fase del dominico en Masterchef –los tres primeros episodios– fue controvertida, sonaba a propaganda, soltaba enseñanzas.
Cocinaba la fe incómodo, se le notaba forzado y eso se transmitía en su forma de estar y decir. Incluso tuvo palabras muy desafortunadas sobre los traumas sufridos por un chico que sufrió abusos, o las críticas de los no creyentes a su proselitismo. Fray Marcos aparecía como uno de esos productos publicitarios que aparecen en las series puestos en la mesa de la película o la serie.
Había aceite Masterchef, vino Masterchef, productos de nuestro proveedor habitual (Supermercado El Corte Inglés) y Fray Marcos, que anunciaba catolicismo tradicional, como un viejo buen producto de nuestros campos y ermitas. Sus intervenciones parecían publicidad metida a presión entre los actos y escenas del programa.
Él mismo tuvo que sentirse muy incómodo cuando comenzó a crear un partido contrario a sus acciones. Su estrategia de concurso, sus actitudes y sus palabras se mezclaban con quien quería ejercer de pastor de ese rebaño o profeta en la Babilonia televisiva.
La impresión es que Fray Marcos crujió y dio un paso atrás. Se había puesto en contra al chico abusado, el chico trans y el grupo entero de chicas. Tuvo que preguntarse qué estaba haciendo mal, porque sin duda tenía buena intención.
También creo que vio la dificultad de importar el lenguaje religioso latinoamericano a Europa. América bendice con naturalidad, mientras que en Europa suena todavía a guerras de religión y Cristiandad constantina.
Fray Marcos fracasó en su primera misión como telepredicador. Quiso extender un orden de predicación sacerdotal que fuera aceptado por la gente y asumiendo un papel algo martirial ante las legítimas críticas de sus compañeros, incluidos los cristianos que compartían concurso con él. El orden televisivo, el orden de la secularidad y el orden de la realidad se resiste a que se imponga y fuerce, uno queda reducido a una caricatura. El buen dominico necesitaba aprender la lección histórica de la inculturación.
Segunda fase: el oasis de la amistad
La segunda fase de Fray Marcos fue un camino por desierto y se refugió en el oasis de la amistad. El perfil alto de minisermones y prédicas frenó, y el dominico apareció principalmente como el amigo de Francesc, aquel con quien menos probabilidades hubiera tenido de hacer amistad.
Francesc Repiso hace el tan hispano papel de Don Juan. Un empresario olímpico y semental leridano de 58 años que presume de haber copulado con centenares de mujeres de todas las razas, edades y naciones. Deportivamente se ha dedicado desde la adolescencia al tiro al plato y sexualmente también. Ha tenido relaciones sentimentales discontinuas de las que no se siente orgulloso, vendió relojes, tuvo varios hijos de los que no se muestra muy apegado, vendió gafas y finalmente vive desempleado en Andorra, pero contento de estar enamorado desde hace tres años. Un Don Juan de manual, teatral y dispuesto a interpretar su personaje televisivo con entrega y oficio, para satisfacción de productores, jurado y público.
Francesc era un pecador de manual, un concursante del sexto mandamiento, y fue emparejado naturalmente con quien era su polo opuesto, Fray Marcos. También había en ellos una afinidad de edad y madurez. Son los adultos del grupo, y pese a sus espaldas plateadas, periféricos sin liderazgo, algo pasados de tanta batalla que llevaban a la espalda. Francesc aparecía como alguien que sabía mucho de la vida, pero Fray Marcos sabe más: bien de la jungla de la pobreza y la supervivencia.
Tras el fracaso de su primera etapa de predicación, Fray Marcos se refugió en el discreto papel de ángel en esa pareja cómica con el diablillo de Francesc. Ambos asumían el juego. Los productores les concedían sus espacios cómicos como pareja artística, y hasta el final han actuado con gusto, previsibilidad y contención. Un clásico barroco de Lope de Vega. Es gente con estudios y mucha vida en el Teatro del Mundo.
Masterchef le había hecho un regalo: papeles fáciles, agradables, que contentan a unos y otros en esa amable dialéctica entre ángel bueno y diablo astuto. Pero el dominico era mucho más astuto delo que parecía y Francesc mucho más bueno de lo que creía.
Entre ambos fue trenzándose amistad. Eran los compañeros de dormitorio en la casa en que viven los concursantes, pasaban mucho tiempo juntos haciéndose compañía segura en un entorno de relaciones turbulentas y conflictos, mantenían largas conversaciones porque Francesc, como buen Don Juan, no podía resistir no intentar seducir a alguien consagrado en religión, aunque tenga barba, espaldas de carga y aproximadamente 90 kilos de peso pesado. No es doña Inés, pero Francesc sabe cómo debe actuar ante un hábito.
No se sabe qué es verdad y ficción en un programa de televisión, pero lo que los productores han querido narrar es la progresiva amistad entre el fraile y Don Juan. Y la verdad es que parece cierta. Francesc acogió a Fray Marcos en un momento complicado: lo vio zaherido por la mayoría de los compañeros, confundido sobre el papel que debía ejercer como pastor y fraile, y vulnerable como concursante porque cocina rico, pero está muy lejos de la sofisticación que a veces se exige en las cocinas de Masterchef.
Tampoco Francesc tenía las cosas fáciles. La ‘cheer-leader’ de las chicas le había denunciado ante las cámaras acusándole de masculinidad tóxica, su destreza en la cocina era limitada, y no acababa de encontrar su papel. Por necesidad, por afinidad de edad, por compasión también, comenzaron una amistad.
Lo que hemos sabido de su amistad por la televisión o redes sociales nos ha dado bastantes pistas. Han hablado de la vida y del amor. Fray Marcos cumplió lo previsible de él, pero intentó también comunicarle algunas cosas valiosas que lleva muy dentro y que Francesc escuchó generosamente. Los dos son adultos y han vivido mucho, Francesc sabe que no es vulnerable a un cura y Fray Marcos sabe que está ante un igual y una persona que no va a aceptar clericalismos. Ambos sentían libertad uno frente al otro. Fray Marcos le transmitía mensajes bíblicos con libertad a sabiendas de que Francesc era impenetrable al proselitismo y Francesc las acogía sabiendo que lo que Fray Marcos le decía tenía un núcleo de autenticidad.
También es cierto que Francesc asumía el papel de evangelizado como parte del argumento de la obra teatral: Don Juan se conmueve frente a la religión, aunque continúe su juego de seducción. En Don Juan la conversión viene de la contemplación de la muerte y el mal. Don Juan no es la épica del ‘Carpe Diem’, sino la desmedida fuerza dramática del ‘Momentum’, la hora decisiva ante el bien y el mal, la vida y la muerte.
La cosa es que pasamos de ver un Fray Marcos predicador a un Fray Marcos buen amigo. Le defiende en las pruebas de exteriores, intentan no separarse en el concurso, cuentan parte de sus conversaciones, Francesc s pone un rosario al cuello. Independientemente del caso que Francesc le haga a las prédicas y consejos de su compañero, y de la conveniencia de ser su pareja de juego en ese duro partido en el que hay tantos futbolistas como porterías, creo que la audiencia ha podido ver una historia de improbable amistad.
La inculturación dominica no consistía en adoptar el lenguaje televisivo ni aprender las técnicas de la telepredicación, sino que lo que hizo que Fray Marcos encontrara su lugar fue la amistad. Así entró en su tercera fase. Tras el fracaso del telepredicador y el desierto de la amistad, apareció un nuevo fraile, el hombre Marcos García.
Tercera fase: la bendición de la autenticidad
Cuando Fray Marcos ganó el pin de la inmunidad –una insignia del logo de Masterchef, que permite al concursante librarse de la prueba de eliminación– encontró una pieza con la que reaparecer. Al comienzo parecía un buen hijo de su madre que simplemente sabía replicar el gusto de la cocina venezolana de su infancia. Es cierto que no evolucionó más allá de ese talento familiar, pero tocó el cielo en una prueba en la que se jugaba el pin.
Eso le hizo soñar que podría llegar a la final con su candidato preferido, el joven Álex, un potro de raza, promesa de Masterchef Junior, en quien Fray Marcos, que ha sido animador pastoral de grupos juveniles, reconocía el carácter vocacional y la pasión de quien quiere construir su vida alrededor de las cocinas.
El programa había ido protegiendo a Fray Marcos para darle mayor recorrido, pero progresivamente se iba defendiendo de manera mucho más activa, incluso con una santa agresividad, en la cocina. Apareció un Fray Marcos mucho más sincero, que dejaba traslucir su legítima ambición de ganar el concurso, que bromeaba con la excelencia de sus modestos platos.
Lo que podía ser visto como arrogancia, era en realidad un género socarrón e irónico, mostraba pasión de jugador, incluso veía estratégicamente el concurso, se mostró comprensivo con las jugarretas legítimas que plantea el juego
–como cuando Jotha, el ‘Joker’ del grupo, mandó a todos sus compañeros de equipo a la eliminatoria con tal de conseguir inmunidad para él en el siguiente programa–.
Ahora que trasparentaba su pasión de jugador estaba siendo verdaderamente humilde y cuando intentaba hacer el papel de humilde fraile predicador, había arrogancia. En medio, la amistad con Francesc. Ese Fray Marcos más sincero atrajo la confianza de más gente y comenzó a extenderse una aceptación de su persona y también de su figura.
El concursante que hace el papel de Joker canalla, Jotha, enfatizó su sentido de la amistad, su buen humor y socarronería, su bondad de corazón. Dejó de intentar parecer un fraile angelical de porcelana y dejó ver a un hombre que ha emigrado de la Venezuela más difícil, que ha trabajado toda su vida buscándose la vida, que ha vivido la infancia del sufrido pueblo venezolano, que está muy preocupado por su madre que todavía vive allí.
Emergió el hombre de selva y humedal, hecho a todo, que ha trabajado en muchas cosas, que ha estado fuera de la orden un tiempo viviendo la vida, que reza sinceramente, que quiere compartir con la gente la Fe. Cuando dejó el poder, apareció la legitimidad para bendecir.
Aunque siguió metiendo alguna morcilla, todos eran compasivos con él. Así se convirtió en el pastor de casi todos. Algunos le reconocían llamándole “Padre”, todos “Fray”.
Si los dominicos me permiten el descaro, el jesuita Mateo Ricci —a quien les une una larga historia— dijo que «la amistad precede a la evangelización». Dominicos y Jesuitas tenían dos miradas muy distintas sobre la evangelización de las culturas durante la Modernidad, lo cual fraguó profundas diferencias en Cuzco, los ritos Malabares o la las misiones en China. El resultado final, contrario a la inculturación, tuvo como consecuencia que China no fuera hoy en día tan católica como Latinoamérica.
Fray Marcos ha experimentado una pequeña anécdota televisiva que dialoga con aquella antigua etapa ya muy superada. Su caso ejemplifica un principio que profundiza la inculturación y lo lleva más allá. Para Ricci la clave no sustituir el traje talar por el vestido mandarín, sino la amistad con la gente. Fray Marcos encontró su papel como un don que le dio la amistad con la gente. Lo que al principio quiso ganar imponiendo su papel predicador, se lo regaló luego la gente en virtud de la amistad y del encuentro con un hombre con sus virtudes y defectos, con sus pasiones y frustraciones.
Cuando fue finalmente eliminado —por no haber querido usar el pin que le daba la inmunidad y haber querido competir con sus compañeros en igualdad de condiciones—, dijo dos cosas. Una primera, reconoció que su actitud predicadora había sido equivocada porque se encontró con la gente real y plural de la sociedad. No cabía la propaganda, la publicidad ni una actitud desde el poder. La Fe no tiene forma de doctrina ni creencia, sino que es del orden de la vinculación, y solo el amor, la amistad, el compañerismo o la fraternidad es capaz de comunicar las cosas de la Fe. Solo las palabras pronunciadas por el amor llegan a la más profunda razón.
La segunda cosa que dijo fue que no dejaran de bendecir. Bendecir es decir bien y el mundo necesitaba que todos bendijéramos y nos bendijéramos.
Mientras que al comienzo muchos mostraron reticencias y hasta hostilidad por las bendiciones que Fray Marcos prodigaba, creo que al final comprendieron la naturaleza de la bendición. Es un gesto tan repetido, superficializado y caricaturizado, que es difícil llegar a que sea recibido como auténtico.
Pero Fray Marcos dijo esas palabras en un contexto en que el grupo de concursantes estaba viviendo un profundo conflicto, había juego sucio, se habían franqueado límites –como presuntamente violar el diario de una de las concursantes y arrancada y arrugada una de sus páginas–, el relato inducido por los productores de este programa de telerrealidad había dado carnaza a los consumidores de telebasura.
En medio de ese doble juego sucio —del programa con los televidentes y de los concursantes entre ellos—, Fray Marcos no usa su pin de inmunidad para igualarse con todos, pierde aquello que ambicionaba con legitimidad y buen humor, y pide a todos que se bendigan entre ellos y bendigan la vida.
Jordi Cruz le pidió que oficiara su matrimonio con su novia brasileña Rebecca Lima. Samantha Vallejo-Nájera y Pepe Rodríguez, rompieron a llorar. Ambos son cristianos comprometidos. Ella desciende de una conocida familia cristiana de la alta burguesía madrileña. Pepe ha sido catequista en su pueblo, fundó un proyecto social para sacar a jóvenes de la dura droga, participa en la vida eclesial con tanta normalidad que es profética.
No sé Samantha, pero Pepe Rodríguez, el Maestro del Bohío, que es alguien que me conmueve y fascina, creo que lloró porque se contempló a sí mismos en Fray Marcos. No solo porque ambos sean gente de extracción trabajadora, que ha estudiado y trabajado mucho, que saben lo que es sudar y luchar. No solo por hermandad generacional. Pepe, una persona de gran sensibilidad religiosa, sabía desde el comienzo la dificultad del papel de un cura en un programa como Masterchef —en el que el grado de telenovela es bastante bajo e inocente en comparación con cualquier otro programa de telerrealidad de la competencia—.
Creo que apreció el sincero intento predicador de la primera fase y, dado el talento natural que Pepe tiene para el teatro televisivo, sabía que aquello no iba a funcionar, sino que iba a crear incomodidad en la gente y controversia en gran parte de la audiencia. Creo que Pepe sintió compasión por aquel pez blanquinegro intentando nadar en la turbia pecera de la televisión. Por un lado era una oportunidad para intentar decir una palabra de sentido dentro de tanta palabrería televisiva. Por otro lado, Pepe sabía que también era una marioneta en manos de los guionistas de esa ficción que es Masterchef. Pero en Masterchef hay bastante verdad también y los productores y redactores se ven con frecuencia desbordados por la realidad.
Pepe tuvo que dolerse de ver al cura vencido y arrinconado. Mantuvo una postura sarcástica con Fray Marcos, le tranquilizó y ayudó a encontrar su papel, resaltando su amistad con Francesc, señalando su carácter más humano, bromeando sobre su papel como concursante ambicioso. Y finalmente en la tercera fase Fray Marcos vivió cuatro programas con bastante reconocimiento, querido y protegido por un buen grupo de compañeros, y que podía compartir con comodidad sus pensamientos e incluso hacer algún pequeño sermón sin que resultara un alienígena.
Creo que Pepe se vio a sí mismo porque a fin de cuentas, él es un fraile de la cocina, Pepe es una especie de Fray Tuck —el franciscano amante del buen comer en la leyenda de Robin Hood— que también intenta predicar la cultura gastronómica y los valores fundamentales de la vida, en un programa en el que él también asume que es un personaje de ese teatro televisivo.
Como Fray Marcos, habrá sentido muchas veces frustración ante las decisiones de producción y los límites de un formato televisivo de ficción. Como Fray Marcos, habrá tenido que —como dice el teólogo gallego Pedro Castelao— “pactar con la finitud”. Y como Fray Marcos ha encontrado un modo de transmitir lo cristiano a través del amar a sus concursantes, convivir lo mejor posible en ese juego que es Masterchef y el juego que es un Reality Show, y la verdad es que, para mí, casi siempre logra tocar el corazón y transmitir la sabiduría de la cocina.
De todos modos, ¿quién sabe? Puede que Pepe del Bohío no sea el Pepe de Masterchef, ni que Frany Marcos de Masterchef sea el verdadero Marcos García que vive en la iglesia de Fisac. Y puede que yo no sea yo cuando veo Masterchef, sino que sea parte indispensable del juego, lo que intentan suscitar los creadores del programa.
Fray Marcos se ha ido, pero la verdad es que, tras la frustración y el oasis de la amistad, tras el sacrificio de no usar su pin de la inmunidad y ofrecer su eliminación como un gesto para todos, la estela que deja a su espalda en su paso por Masterchef es una bendición.