Muchos de nosotros hemos sido educados para ser buenos. Durante la infancia, los buenos niños obtienen la aprobación de los padres, el agrado de otros adultos y más regalos en Navidad. Sin embargo, conforme la esfera de relaciones se desarrolla, ser-bueno empieza a parecerse cada vez más a ser-tonto. Algunos descubrimos con dolor que “nos falta malicia” para los negocios, que los corruptos y los delincuentes se salen con la suya, que el mundo no es justo. Entonces empieza este arduo caminar que oscila entre tratar de seguir nuestros valores y salir adelante en un entorno corrompido donde el que no transa, no avanza. Para compensar hay veces que, al descubrir un fragmento particular del bien, nos emocionamos y pensamos que es suficiente para resolver cualquier problema, solo para después acabar decepcionados porque nuestro ideal no funcionó.
La experiencia es tan dolorosa que a veces se traduce a plegarias privadas que albergan cierto espíritu de venganza. Necesitamos observar que el ciclo del bien humano va mucho más allá de la realidad interior y las relaciones interpersonales. Es también un interactuar organizado y colectivo que nos sostiene, del somos beneficiarios y también nos toca enriquecer.. Así que someto a tu reflexión el ciclo del bien humano, basado originalmente en el pensamiento de Lonergan (1998) y Harlpern (2004), para trabajar por él con mejores resultados, en los diversos aspectos de nuestra vida.
Bien, con cuádruple causa
Comencemos observando que la realidad social es multivariante, es decir, las relaciones entre causa y efecto no son simples, sino muchas cosas se afectan entre sí. Y dentro de esa gran madeja de relaciones, hay cuatro elementos que destacan: un individuo, una interacción directa, un conjunto de relaciones organizadas y un espacio social. Estos elementos operan recurrentemente entre sí, generando resultados progresivos y acumulativos.
Individuos e interacciones
El individuo, a partir de valores y convicciones que suceden en su interior, se dispone a interactuar de cierta manera con otros. Esto no se inventó en el siglo XXI, es tan antiguo como la humanidad. Por ejemplo, quien cultiva integridad y respeto tenderá a relacionarse de esa manera y así favorecer relaciones de paz y armonía (Gen 1,27).
En el otro extremo, el rencor y la envidia albergados en el corazón, pueden destruir cualquier relación al punto de asesinar a su hermano, hacerse el inocente y negar toda responsabilidad en ello (Gen 4,9). Así el bien y el mal, trigo y cizaña, siempre son específicos, presentes y concretos en la realidad de los individuos y sus relaciones. No hay tal cosa como bienes abstractos para otro momento y otro lugar, que no aterricen en mejorar la vida de las personas.
Interacciones y organizaciones
Una interacción exitosa tiende a repetirse. Así que cuando dos o más individuos encuentran benéfico cooperar entre ellos, suelen procurar que esa cooperación perdure. El bien interactuante adquiere rápidamente forma de amor y llamamos misericordia al bien de asistencia a otros, quienes están caídos o no pueden ayudarse a sí mismos.
Por su parte, en la realidad productiva se da el intercambio de bienes, servicios y experiencias. De la cooperación recurrente surge la sistematización y el bien avanza. De ser particular e interpersonal, comienza a volverse grupal. Además, las operaciones realizadas no solo se repiten de igual manera, sino que ganan precisión, recurrencia, altura y significado. Por ejemplo, pasamos del bien particular que obtenemos al saciarnos comiendo una manzana, a sucesivos bienes relacionales y grupales en coordinar la recolecta de frutos, a la agricultura, a la cadena de valor alimentario, al sistema nacional de salud.
Nota como en esta fase del bien la coordinación, cooperación y confianza juegan un papel clave para que esta realidad se sostenga.
Organizaciones y espacios sociales
El bien organizado, conformado habitualmente en empresas e instituciones, transita al espacio social al concurrir y complementar otros bienes fruto de la cooperación entre individuos relaciones e instituciones, a los cuales llamamos bienes de orden o bienes públicos. Por ejemplo, un sistema de salud, se complementa con bienes públicos de transporte, educación, paz y seguridad públicas, y energía, por citar unos cuantos.
Así, los agricultores y empresarios de alimentos interactúan en un balance dinámico de bien social, en el que no únicamente serán más productivos si sus manzanos producen. Prosperarán si la red de carreteras funciona, aprenderán a ganar eficiencia formándose en una academia y también se beneficiarán si las carreteras son seguras, y si cuentan con el abasto asegurado de combustible para mantenerse enfocados en sus propias tareas y no en resolver asuntos que corresponderían a otro bien público. Por ello también, la afectación a uno de ellos daña a toda nuestra realidad colectiva.
Espacios sociales e individuos
Finalmente, el bien social retroalimenta a la naturaleza del individuo y el impacto es mayor cuando el individuo que recibe retroalimentación se encuentra en formación. Por ejemplo, un padre o madre que regresa del trabajo manda un mensaje de bien social muy poderoso a sus hijos, especialmente cuando el fruto del trabajo permite ir más allá de la subsistencia y avanzar hacia el bienestar familiar. Del mismo modo, lo que retroalimentamos a los medios sociales, genera un efecto recurrente, no solo sobre nuestro modo de ver el mundo, sino también en el significado colectivo que forjamos para nuestro entender social.
Así, el bien humano no cuenta solo con una causa eficiente, sino con cuatro: nuestra integridad personal, amor a los demás, liderazgo efectivo y responsabilidad social. Todas ellas residen en el interior las personas, no en actas constitutivas ni en abstracciones organizacionales. Por ejemplo, son los directivos de una empresa -y no los muebles de oficina ni los documentos- los que cuentan con responsabilidad social para hacerse cargo de actuar acorde al impacto ambiental que genera su industria. Si bien cada causa es cierta y válida por sí misma, requerimos acciones coordinadas para mantener y acrecentar el sistema de bien del que disfrutamos cada día. Esto no es poca cosa, pues en aprender a sostenerlo dependen el progreso o decadencia de nuestras personas, familias, empresas, sociedades y civilizaciones enteras.
Por otro lado, el bien humano cuenta con momentos claves que activan su desarrollo y a la vez también puede verse parasitado por la corrupción, o mutilado y destruido por otros males sistémicos. También quizá cuestiones si hay una causa última para el bien, de antemano sabes que mi respuesta es sí. Pero de ello hablaremos en otra ocasión. Por ahora, te deseo mucho éxito en tu cruzada por hacer el bien, revestido de cuatro motores de progreso y te mando un abrazo hasta la trinchera en que te encuentres.
Referencias: Halpern, D. (2004). Social Capital. Polity
Lonergan, B (1998). Método en teología. Salamanca: Sigueme.