Llevamos varias semanas de cuarentena y, no sé a vosotros, pero siento que esto empieza a afectarnos en el estado anímico. Yo últimamente me acuerdo mucho del relato de los discípulos de Emaús. Cuando, tristes y defraudados, le cuentan a Jesús lo que han vivido en Jerusalén. Empiezan diciendo “nosotros esperábamos… pero…”. Y se me ocurren mil modos de completar esa frase: “Nosotros esperábamos… que fuera una gripe un poco fuerte, que solo afectara a los más ancianos, que en un par de semanas volveríamos a nuestras rutinas, que a nosotros no podía pasarnos lo que sucedía en China… pero ya vamos por la sexta semana de confinamiento, con más de veinte mil fallecidos y sin visos de que la situación cambie pronto”.
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Hablar al corazón
Igual que esos discípulos que regresaban decepcionados, también necesitamos que el Señor nos hable al corazón, con esa paciencia que Él tiene con nosotros. Conviene que le dejemos recordarnos cómo la historia está en sus Buenas Manos y señalarnos esos gestos de calidad humana que podrían pasar desapercibidos, pero que vale la pena rescatar. Necesitamos que el Resucitado nos vaya desvelando el sentido profundo de tanto sufrimiento y nos recuerde que la Vida vence a la muerte en todas sus formas y expresiones.
Cuando las semanas en casa empiezan a pesar, se nos endurece el oído y tenemos que prestar más atención para acoger esas palabras capaces de hacernos arder el corazón y reconocer a Jesucristo compartiendo confinamiento con nosotros.