Desde hace algunos años me preguntan si Francisco de Roma convocará a un nuevo concilio. He respondido que no lo creo. Tanto el Papa argentino como muchos teólogos y pastoralistas consideran que el Vaticano II -acaba de cumplir 60 años de haber sido iniciado- es fecha que no ha sido suficientemente aplicado.
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En efecto. Convocado por San Juan XXIII desde el 25 de enero de 1959, fue hasta el 11 de octubre de 1962 que dio comienzo el acontecimiento más importante del Siglo XX, y no sólo desde la perspectiva eclesial. El aparentemente inofensivo Papa, el abuelito tierno y cariñoso de la Iglesia, sorprendía con su decisión. El mundo, y no sólo la institución eclesiástica, atravesaba por una profunda crisis económica, política y con la amenaza de una guerra atómica entre la entonces URSS y los EUA. Cualquier proyecto que buscara insertarse en ese ambiente conflictivo corría muchos riesgos.
La teología y pastoral católicas, por su parte, vivían en un inmovilismo que exigía cambios profundos y radicales, impulsados por especialistas, en particular alemanes y franceses, que abrían brecha en medio del dogmatismo imperante y que aparecerán como asesores de los obispos conciliares.
El ala conservadora de la Iglesia Católica, con gran poder en aquel entonces y todavía ahora, buscó -y lo sigue haciendo- impedir que el sueño renovador cristalizara, y aunque los documentos postconciliares trazaron una ruta de transformación, el inmediato postconcilio no continuó por esa vía. Una suerte de involución, de invierno eclesial, se dejó sentir hacia finales del siglo pasado.
Pero llegó el papa Francisco, y una de sus primeras directrices fue, precisamente… ¡aplicar el Concilio 50 años después de haber concluido! Y es que el aporte conciliar en la eclesiología, quizá el más importante inclusive sobre la misma renovación litúrgica, ha venido sufriendo ataques conservadores, muchas veces exitosos, que dejan la propuesta del Vaticano II como algo todavía no logrado.
Bergoglio ha intentado, a través de sus proyectos sinodales, recuperar esa propuesta, que tuvo en expresiones como “pueblo de Dios”, “signos de los tiempos”, “diálogo con el mundo”, “inculturación del mensaje evangélico”, etc., una nueva nomenclatura que quería manifestar unas renovadas teología y pastoral. Hoy hablamos de “camino sinodal!, “comunión”, “participación”, “misión”, etc.
Más que plantearnos, entonces, un nuevo Concilio, habría que saldar cuentas con el Vaticano II, que a 60 años de iniciado sigue todavía como un propósito inconcluso.
Pro-vocación
En Nicaragua no sólo se arresta a obispos como monseñor Rolando Álvarez, a sacerdotes, diáconos y seminaristas, y a infinidad de críticos al régimen de Daniel Ortega. Ahora resulta que las imágenes de San Miguel Arcángel y San Jerónimo, generadoras de profunda devoción popular, también han sido encarcelados en los templos en los que se les venera. La policía nica ha acordonado sus iglesias con tropas antimotines, y prohibido que los fieles los lleven en andas a lo largo de las procesiones. Al igual que a los presos políticos, se les acusa de subvertir el orden público y de terrorismo. “Santitos” peligrosos.