La epidemia de Covid- 19 ha supuesto un rompimiento de todas nuestras rutinas. Muchas personas estamos destanteadas, en shock, en incertidumbre. Vemos espacios vacíos, leemos a diario las noticias de las miles de muertes. Lo que está causando el Covid- 19 nos resulta increíble en un mundo que estaba acostumbrado a saberlo casi todo y a dominarlo casi todo. Ahora es natural que tengamos estrés ante esta situación sin precedentes.
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El aislamiento y confinamiento, nos ha obligado a desarrollar una labor introspectiva y de autoconocimiento. ¿Quién soy?, ¿cómo me comporto?, ¿cuáles son mis miedos?. Un poco de neurociencia nos puede ayudar en este cometido. Los hallazgos sobre el funcionamiento del cerebro nos han hecho comprender que la gente en general odia perder, nuestro cerebro ardilla (cerebro límbico) nos hace tener “aversión a la pérdida”. Por tanto cuando escuchamos de un tal virus llamado Covid- 19 que arrebata miles de vidas, que nos roba la estabilidad, que pone pausa a las cosas que más disfrutamos de nuestra rutina, nuestro celebro manda una señal de alarma que dispara nuestro instinto de sobrevivencia. Esta crisis ha venido a significar la total perdida de control de nuestras rutinas y tiempos que “hacer compras compulsivamente” o bien “ limpiar obsesivamente” nuestros espacios puede ser el último reducto de esa sensación de control. Un cerebro amenazado, es una máquina de emociones sin control. Por tanto un potencial foco de conflicto en nuestro círculo.
Pesa que hay quienes, no sienten tan tangible la amenaza ante una virus microscópico, invisible y sin cuerpo. ¿Será cierto?, ¿será un juego político? No queremos caer en la trampa de la tragedia y sobre dimensionar lo que puede pasar. Esta epidemia nos está llevando a situaciones límites en donde hay muchos atajos mentales. Ha escrito la psicóloga Helena Matute que “El miedo y la ansiedad agudizan los sesgos, porque no nos dejan pensar con claridad. Pero hoy más que nunca debemos tratar de evitarlos” [1].
Por ejemplo, señala Javier Salas en el artículo aquí citado que las primeras descripciones de la enfermedad pudieron provocar el llamado efecto de anclaje: al decir que es como una gripe, e incluso al decir que no es como una gripe, nuestros pensamientos quedan anclados a esa referencia. Será difícil dejar de pensar que es una vulgar enfermedad común, por mucho que nos repitan el número de muertos y contagiados anuales por gripe común. Me tocó escuchar varios comentarios que hacían referencia a este sesgo. “No sé que tanto escándalo con el Covid- 19 si es como una gripa”.
En la actual situación, considerando una dinámica de pérdidas y recompensas desde la neurociencia, nos hace ver que la motivación individual y colectiva para trabajar juntos en una solución proviene de la sensación de actuar colectivamente porque la recompensa será mayor. El sistema de salud, el barrio, la comunidad y el país podrán estar mejor si cooperamos. Esto no es un discurso trillado ni puro bla bla político. Se trata de una promesa de bienestar colectiva postergada que se viene a poner a prueba con el Covid- 19. En su bendición Urbi et Orbi del pasado viernes, el papa Francisco en un momento de extraordinaria oración nos dice:
«¿Por qué tenéis miedo? ¿Aún no tenéis fe?». Señor, nos diriges una llamada, una llamada a la fe. Que no es tanto creer que Tú existes, sino ir hacia ti y confiar en ti.
Hoy más que nunca, la recompensa y la promesa del bien común debe anclarse no solamente en nuestro cerebro, sino también en nuestro corazón.
[1] Javier Salas, Los sesgos que engañan al cerebro durante la pandemia, publicado en El País.