La mamá y el niño de 6 años visitaban una catedral gótica. En uno de sus hermosos vitrales, el niño repara en la imagen de una persona. “¿Quién es, mamá?”. “No sé, será sin duda un cristiano”, responde la madre. “Entonces, mamá, ¿un cristiano es un hombre que deja pasar la luz…?”.
- WHATSAPP: Sigue nuestro canal para recibir gratis la mejor información
- PODCAST: Plan de reparación e ‘Instrumentum laboris’
- Regístrate en el boletín gratuito y recibe un avance de los contenidos
‘Se non è vero, è ben trovato’. En esta minihistoria, el niño da en el clavo: el cristiano es un ser translúcido, no opaco. El cristiano es un iluminado (así llamaban a los bautizados), pero un iluminado que no acapara la luz para él, sino que la deja pasar.
Somos transparencia de la Luz, de Dios. No somos el origen de la luz: la recibimos, somos beneficiarios y destinatarios de la luz. Pero si no somos el origen, tampoco somos el destino final: no la absorbemos hasta el punto de opacarla. Nos dejamos traspasar por la luz, nos dejamos iluminar, para convertirnos, a nuestra vez, en luz del mundo. “Vosotros sois la Luz del mundo”.
Con razón afirmaba el Concilio Vaticano II, hablando del ateísmo, que este fenómeno se debe, en parte, a que los cristianos, en lugar de “revelar” a Dios, en vez de “desvelar su rostro”, lo estamos “velando”; en lugar de transparentarlo, lo estamos opacando. Por eso, el testimonio silencioso, la acogida amorosa y el acompañamiento fraterno del otro, sobre todo del diferente, valen más que mil sermones.
Con razón afirma Maurice Zundel que “podemos actuar sin proselitismo, discretamente (con los ojos bajos, dice; con perfil bajo, decimos ahora), a condición de que vivamos tocados y fascinados por un Enamorado, por un Dios que se ha metido y comprometido en nuestra vida, un Dios que no puede expresarse en esta creación si nosotros no somos translúcidos a su Presencia”.
Testimonio de amor
Habrá que aprender a hablar menos de Dios y a hablar más con Dios; a pronunciar menos su nombre (en vano) y a mostrarlo más con el testimonio de amor.
Es la intuición de san Francisco, expresada en la Regla no bulada, 16: “Los hermanos que van [a los ‘sarracenos’] pueden conducirse de dos modos. Un modo consiste en que no entablen litigios ni contiendas, sino que estén sometidos a toda humana criatura por Dios y confiesen que son cristianos. El otro modo consiste en que, cuando vean que agrada al Señor, anuncien la palabra de Dios”.
Proselitismo, nunca; anuncio, cuando se pueda; testimonio, siempre.