La obra pictórica de Glenn Brown (Hexham, Northumberland, 1966) revisita iconos clásicos de la pintura y el imaginario cristiano y los transforma para ser vistos de forma original e impactante. Cerca de una docena de obras tratan temas propios de la vida de Cristo y algún santo (por ejemplo, ‘Saint Anthony Returns to the Womb’, de 2000, o ‘My Time of Dying’, de 2014). Los cuadros religiosos de Brown forman un ciclo que va desde la Virgen juvenil de ‘The Holy Virgin’ (2003) al fallecimiento de esta en ‘The Death of the Virgin’ (2012). En el campo de la escultura, realiza un ‘Nazaret’ (2012) y una ‘Magdalena penitente’ (2014).
Compone una obra sobre la adolescencia de Cristo en ‘The Revolutionary Corps of Teenage Jesus’ (2005), le reconoce como luz del mundo (‘The Light of the World’, 1999) y le acompaña cuando es tentado por el diablo (‘Ride with the Devil’, 2001). Le mira comprometido con los pobres (‘The Riches of the Poor’, 2003) y le retrata en su pasión (cuadro titulado ‘Can’t Seem to Feel it Anymore’, 2008). Muestra el corazón roto de Dios (‘Breaking God’s Heart, 1999) –título que da nombre a una de sus exposiciones (de la que forma parte ‘Dirty’, de 2003)– y contempla su regreso a la matriz divina (‘Christ Returns to the Womb’, 2009). En su colección de 2018, ‘Come to Dust’, ofrece una crucifixión (‘Ain’t No Flies on the Lamb of God’, 2017), a la vez que continúa profundizando en su exploración de la imaginería religiosa clásica con ‘The Island Earth’ (2018).
El modo que Brown tiene de repetir esas contemplaciones es muy singular. Igual que el cubismo descomponía las luminiscencias de cada plano y las recomponía con otro orden, Brown deconstruye y recompone las imágenes alterando radicalmente cada uno de sus elementos. Distorsiona cada rasgo alterándolo radicalmente, los contorsiona y retuerce, los deforma e integra arremolinándolos en una mezcla en la que apenas se discierne su anterior aspecto. Torbellina todas las masas formando un cuerpo sinuoso de cierta inspiración daliniana, pero sobre todo está emparentado con los retratos del expresionismo abstracto de Antonio Saura. Pero el producto de Brown es un cuerpo más integrado. Cada figura se transforma en único músculo compacto de fibras coloridas. El crítico Jonathan Jones (2004) piensa que transforma toda imagen en monstruosa.
Solo una radical transformación estética puede hacer la vida de Cristo legible al mundo actual, parece sostener Brown. El pintor ha invertido cada cuerpo dándole la vuelta para mostrar su interioridad, poética pero compleja. Recoge en una sola figura todas las versiones de ese icono, todas las aportaciones e imágenes y forma con todas esas variaciones de distinto signo un único torbellino. Igual que el tornado arranca violentamente los elementos y los integra en un solo giro, así Brown muestra la composición de los iconos múltiples asociados a cada escena o figura que trata. Brown se atribuye el derecho a manipular todo el patrimonio pictórico, cultural y religioso y eso no ha estado exento de controversias que llegan incluso a acusarle de plagio. Sus impactantes trabajos desafían al espectador y le obligan a un trabajo de extrañamiento y desentrañamiento. En Glenn Brown, las obras de temática religiosa constituyen una constante que atraviesa toda su carrera creativa.
Glenn Brown
Nacido en 1966 en la inglesa Hexham –Northumberland–, vive y trabaja tanto en Londres como en el condado inglés de Suffolk, a un par de horas de la capital. En 1985 se diplomó en la Escuela de Arte y Diseño de Norwich –una de las ciudades más al Este de Inglaterra–, en 1988 se graduó en la Escuela de Arte y Diseño de Bath y en 1992 obtuvo su postgrado de arte en el Goldsmith’s College, institución de la Universidad de Londres. Profundo estudioso de la pintura clásica, sus trabajos están muchas veces producidos a partir de una obra –o un fragmento de esta–, aunque sus reflexiones no se limitan a la pintura antigua sino que con frecuencia se ha basado en artistas contemporáneos. Siguiendo la dinámica de la apropiación –como Warhol–, su obra es en gran parte una relectura o revisitación del arte. Eso condujo a que incluso haya sido acusado de plagio en los medios. Su obra se encuentra diseminada por colecciones y museos de todos los continentes.
Siguiendo la senda deformativa del pintor angloirlandés Francis Bacon, Glenn Brown crea una obra de sello personal fácilmente identificable. Bacon buscaba captar el instante en toda su belleza y violencia. Esa búsqueda parece encontrarse también en Brown. Pero también tiene una gran importancia el método surrealista de Salvador Dalí, donde los materiales siguen su vida onírica más allá de su presencia diurna. En Brown, los cuerpos artísticos se sueñan y continúan moviéndose, recreándose, revolviéndose haciendo emerger su cuerpo interior.
Romper el corazón de Dios
En 2003, Glenn Brown titula a una exposición en solitario ‘Romper el corazón de Dios’ (‘Breaking God’s Heart’), que recogía el nombre de un cuadro que había realizado en 1999, en óleo sobre madera (75,4 x 65 cm). La carne interior de la figura original emerge, se revuelve, se revoluciona hasta hacer irreconocible la obra de la que parte su reflexión. El corazón roto de Dios aparece doliente. Los trazos negros dibujan fisuras en el cuerpo. Apenas se distinguen las arterias. Todo se vuelve un campo tenso de movimientos en el que hay desasosiego, confusión, violencia y, aún así, belleza. El corazón roto muestra la belleza del amor. El corazón sale a nuestro encuentro. Sus soportes inferior y superior están desenfocados mostrando lejanía, obligando a nuestros ojos a centrarse en el centro del corazón, a sentirlo latir. No hay ironía ni sarcasmo, sino una figura de corazón casi aislada que podía parecer un ser autónomo, un busto. Los desenfoques y giros, le proporcionan una marcada tridimensionalidad que nos invita a abrazar, a buscar.
Toda la obra de Brown está dotada de un extraordinario dramatismo, un sentir barroco que provoca que todo se concentre en ese momento y moviliza todo alrededor. En este caso, afronta un tema mayor: el propio corazón de Dios, roto. Un hecho mayor que el cosmos, pero a la vez capaz de ser pensado y representado. Brown es un viaje a la no figuración, una derivación al desdibujamiento, al desorden y mezcla de los materiales, en un profundo diálogo. En esta obra busca mostrar el corazón de Dios rompiéndose: humaniza a Dios o muestra la divinidad del corazón roto del hombre.
La Luz del mundo
El mismo año que comenzó su colección ‘Romper el corazón de Dios’, en 1999, pintó ‘La Luz del mundo’, en 1999, al borde del Tercer Milenio. La obra está en un paso anterior a la total desfiguración de la obra original de la que parte. Se distingue la figura humana. Del vestido verde en el que todavía se identifican los pliegues del tejido, sale el cuello y la cabeza de Cristo. El rostro todavía conserva la facilidad humana. Está elevado, recibiendo el cielo de cara. Parece un rostro joven, barbado, con un gesto de ofrecimiento al viento y el Sol. El fondo desenfocado llega a difuminar los contornos de la figura, lo cual focaliza más nuestra mirada en el eje central del personaje.
Este joven cara al viento recibe la luz del cielo y parece disfrutar. Su rostro está pacífico, entregado, dejándose querer, místicamente unido a la naturaleza, a la realidad y al origen de ‘La Luz del mundo’. Cristo Luz del Mundo aparece unido a Dios en una oración feliz en que siente el mundo en su carne. Parece tener los ojos cerrados y su boca dibuja una sonrisa plácida. Imaginamos sus brazos extendidos a la tierra y su cuerpo erguido. Parece que es el propio viento el que mueve la materia de su faz, pero es quizás la luz quien la mueve, si imaginamos que hay cierto viento en la luz, un viento de luz. Jesús siente ese movimiento y se deja querer por la luz.
La sensación que siente en el rostro no queda contenida en él sino que desciende al cuello y se extiende por todo el cuerpo, toda la carne del cuerpo se mueve, circula, y, en cierto modo, no disgrega sino que lo une todo más. Las revoluciones matéricas de Brown no desintegran las figuras sino que encuentra una extraña opero consistente integración en un grado mayor.
Hay una gran originalidad en este Cristo de Brown, Luz del mundo, capaz de transmitir un momento de contemplación a través de los sentidos, un instante místico de unión con el exterior. La desfiguración hiperexpresionista de Brown logra transmitir el movimiento y la movilización que causa en toda su carne.
Jesús ante el Mal
En 2001, Glenn Brown retorna a la figura de Cristo. En ‘Cabalgando con el Diablo’: simpatía por los pobres, hay un Jesús sufriente que mira la pobreza y encuentra en la violencia que sufre la gente la cabalgadura del diablo. La técnica pictórica de Brown ha variado. Introduce mayor profundidad en los movimientos de la materia, tienen una textura plástica, la tridimensionalidad se acentúa y el juego entre difuminados es más intenso. El nimbo sobre la cabeza es nítido y fino, un código que marca un mensaje del autor sobre la figura.
Es llamativo cómo se descomponen la cabellera y las barbas, tal como ya se comprobaba en ‘La Luz del mundo’. La estructura facial mantiene sus rasgos, pero introduce cambios de color que alejan la representación de la naturalidad. El labio azulado trae un color de origen digital, plástico, trazas que también detectamos en los ojos. Hace dialogar la figura clásica con la postmodernidad pop y le imprime actualidad.
El gesto muestra tristeza. El título nos señala el momento. Jesús contempla a los pobres y simpatiza con ellos. Hay en su expresión –su hiperexpresión– un gesto de dulzura decimonónica que lo conecta con el arte clásico y recoge la virtud de la piedad por los sufrientes. El mismo cristo se duele. A la vez, Brown conecta esa contemplación con un tema de mayor alcance: el Mal –el Diablo– cabalga en el mundo, en el mismo lomo que nosotros. El Diablo actúa en el mismo mundo en que Cristo se encarna. Ese dolor del mal queda retratado en cómo Cristo inclina dolido la cabeza, busca apoyarse en el aire, siente físicamente el aguijón del mal en la pobreza.
En esta figura la materia no solamente se mezcla, sino que abre espacios en la carne, pareciera que la carne estuviera siendo castigada. Ninguna otra obra de Glenn muestra una carne tan mortificada. El propio Jesús siente el daño de la pobreza en su propia piel. El cuello lanza corrientes de materia hacia el cuello, creando una gran tensión. No hay placidez ni un nuevo modo de integración, sino violencia y desgarro. Así todo, es el gesto compasivo de Cristo el que sigue manteniendo toda la figura unida. Todo pende de su gesto, de su mirada amenazada de ceguera, que sigue abierta pese a todo lo que pasa a su alrededor. Algo se conserva inamovible en Cristo pese a que toda su materia corporal se mueva, algo virgen e intocable representado en ese limbo en el que no hay proceso deformativo, sino que es nítido e inmutable.
Referencias
- Brown, Glenn. Website oficial.
- Jones, Jonathan (2004) Dawn of the dead. The Guardian, 16 de septiembre de 2004.