El cardenal Rubén Salazar, arzobispo de Bogotá y presidente del Consejo Episcopal Latinoamericano (CELAM), se refirió al papel de los medios de comunicación durante su presentación en la llamada “cumbre mundial de obispos sobre abusos” convocada por el papa Francisco.
En esa oportunidad y en ese contexto el cardenal valoró el papel de los medios de comunicación y rechazó la idea de echarle la culpa de la situación que hoy viven la Iglesia a “los de fuera”. Para que no quedaran dudas añadió que “los primeros enemigos están entre nosotros, entre los obispos, sacerdotes y consagrados que no hemos estado a la altura de nuestra vocación”.
Las palabras del cardenal Salazar son oportunas y necesarias. Aunque cueste creerlo aún hay en la Iglesia quienes pretenden tranquilizar sus conciencias culpando a los medios de comunicación de todos los males. Ese torpe intento de “tranquilizar sus conciencias”, no es un recurso al que echan mano solo quienes de una manera u otra están relacionados con los crímenes tratados en esa reunión, sino que es una muletilla que se repite irresponsablemente cada vez que se habla de cualquier problemática eclesial.
En lugar de aceptar que esa inmensa distancia que se observa entre grandes sectores sociales y la palabra y la acción de la Iglesia se debe a fracasos pastorales de todo tipo, se recurre a esa excusa ya vieja, inconsistente y casi infantil: “la culpa es de los medios”.
¿Una guerra santa?
Es obvio que algunos medios de comunicación procuran intencionadamente desinformar y representan intereses económicos, políticos o de otro tipo, que atacan a la Iglesia en cuanta oportunidad encuentran. Es también evidente su inmenso poder capaz de derribar gobiernos, generar guerras y destruir el buen nombre de cualquiera que consideren su enemigo. Pero para un cristiano esa realidad no puede ser un bálsamo que tranquilice una acariciada mediocridad, sino por el contrario, una motivación más para renovar su compromiso con el mensaje del Evangelio y una provocación que lo impulse a la acción.
No se trata de embarcarse en una “guerra santa” contra ese tipo de medios sino de algo más profundo, más simple y más evangélico: cuestionarnos sobre nuestras propias responsabilidades; preguntarnos sobre lo que sí es posible hacer en un mundo como éste, con estos desafíos, estos medios de comunicación, estas injusticias, estas situaciones concretas en las que vivimos y en las cuales queremos hacer presente el mensaje y la persona de Jesús de Nazaret.
Quizás sea tiempo de recordar aquel encuentro entre Jesús y Pilatos, cuando el Maestro, preso y desarmado, le explica al romano que él no cuenta con un ejército para hacerle frente, que su poder es otro y que “el que es de la verdad” sabe escuchar. Detrás del miedo a lo que pueden decir algunos medios de comunicación parece esconderse una desconfianza en la fuerza del Evangelio y también en la capacidad de las personas de distinguir entre la verdad y las mentiras o las calumnias.
Desde aquel día en Jerusalén la Iglesia ha recorrido un largo y doloroso camino enfrentando todo tipo de enemigos poderosos. Cuando intentó enfrentarlos con las mismas armas de aquellos que la combatían sobrevinieron tiempos oscuros (¿cómo los de ahora?), pero cuando respondió con la frescura y la audacia de su fe siempre encontró caminos nuevos para renovarse. No se trata de salvar “la imagen de la Iglesia”, eso es seguir mirándonos a nosotros mismos; se trata de abandonar las excusas y volver a vivir y proclamar la alegría del Evangelio.