Durante estos días, nuestro corazón ha estado sumergido en el gozo pascual porque Dios Padre ha exaltado a su Hijo Jesucristo, quien camina con nosotros y, gracias a la efusión del Espíritu Santo, continúa viviendo y reinando en cada bautizado. Es un buen momento para recordar en esta realidad: la Santísima Trinidad ha puesto su morada entre nosotros para siempre.
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Sin embargo, estas realidades no deben hacernos olvidar a los creyentes que se trata de una “participación” en estos misterios, según palabras de san Juan Eudes. Es decir que, ni la encarnación, ni la pasión, muerte y resurrección, ni tampoco la venida del Espíritu Santo hacen parte de acontecimientos sucedidos tiempos atrás sin mayores repercusiones para hoy.
El misterio de Pentecostés
Lo que vivimos lo expresa de una forma muy bella el prefacio del misterio de Pentecostés: “Porque tú, para llevar a plenitud el misterio pascual, has enviado hoy al Espíritu Santo sobre aquellos a quienes adoptaste como hijos al injertarlos en Cristo, tu Unigénito. Este mismo Espíritu fue quien, al nacer la Iglesia, reveló a todos los pueblos el misterio de Dios y unió la diversidad de las lenguas en la confesión de una misma fe”.
Por eso la vida cristiana está acompañada de un permanente gerundio: viviendo la fe. Porque todo es proceso, todo es dinamismo, todo es participación en estos sagrados misterios.
Esperemos que la fuerza de Pentecostés continúe ayudándonos en este camino de descendimiento a nuestra interioridad. Ahora descubrimos que en el camino de autoconocimiento y de conciencia de la revelación de Dios estamos animados por su Espíritu Santo, que es el espíritu de nuestro espíritu, el alma de nuestra alma y el corazón de nuestro corazón.
Por P. Hermes Flórez Pérez, cjm. Eudista del Minuto de Dios