La belleza de Jude Law, la perfecta reconstrucción del ambiente del Vaticano y la inquietante ambigüedad de casi todos los personajes han hecho de la serie ‘The Young Pope’ un éxito, y no somos pocos los que esperamos ansiosamente la continuación. Pero quizá este exceso de imágenes precisas, de cifras exitosas, distraiga de una lectura más profunda de un guión ambicioso y nada fácil. Es por ello que es interesante leer el texto de Sorrentino sobre el que se basa la serie, precedido por una introducción que, aunque niega que busque transmitir algún mensaje, explica mucho de las experiencias de las que surgió.
Habiendo estudiado hasta los 18 años en un colegio salesiano, el director cuenta el efecto al mismo tiempo misterioso y repulsivo que tenían los religiosos sobre los niños, y la presencia oculta pero esencial de las monjas: ‘Un pensamiento malévolo, cuando se entra sigilosamente en el mundo del clero, es que las monjas, en realidad, han sido reducidas a un ejército de trabajadoras domésticas con velo. Es una sospecha fundada. Dicen estar al servicio de Dios, pero la mayoría de las veces están al servicio de los curas’.
Sorrentino reserva otro dardo al uso de la jerga clerical, rimbombante e incomprensible, bien sintetizada en el título de las hojas repartidas cada año, como si fueran una novedad, por el profesor de religión: ‘Proyecto educativo pastoral’.
El guión deja claro el motivo real de la serie: estar en paradójico equilibrio entre la crítica más áspera y la esperanza. Crítica de la Iglesia actual, pero aun así también la esperanza de que de ella puedan salir muchas cosas buenas. El joven papa es consciente de que en el ámbito de la popularidad, del éxito mediático, todas las armas han sido ya usadas y agotadas, después de años de pontífices aclamados como estrellas del rock pero poco escuchados como guías espirituales, por lo que la única forma de estremecer de verdad el corazón de la gente, la única vía para llegar a los fieles, pasa por el silencio y el misterio.
El papa joven y atractivo que no se deja ver en público es la señal más llamativa de un punto de no retorno del que la Iglesia no sabe cómo salir. Una Iglesia bien representada por el cardenal secretario de Estado, dispuesto a toda clase de maldades con tal de mantener el poder, pero capaz de sentir piedad y afecto hacia un joven discapacitado, y de una afición infantil por su equipo de fútbol.
Pero los personajes principales no son aquellos que buscan hacer carrera en la Iglesia, sino los que buscan a Dios: aparte de Lenny (el joven papa) su amigo Dussolier y la hermana Mary, que crió a los dos juntos en el orfanato. Los tres son huérfanos, huérfanos de un Dios en el cual ya no son capaces de creer, un Dios que parece haber abandonado a la humanidad.
Los milagros de Lenny, pues, no son tanto una prueba de la existencia de Dios como de la fuerza de una petición desesperada que le hace un huérfano. Y es precisamente en esta llamada desesperada, reconocible solamente en el fondo del pensamiento del protagonista y puesta, mediante su elección como papa, en el centro de la institución de la Iglesia, donde podemos diferenciar a Sorrentino de quien ha hecho películas críticas con el clero y la Iglesia.