En casa, en nuestra vida diaria, en el trabajo y en todo momento, así debería ser vivir el evangelio; sin embargo, parece que hay una diferencia entre lo que aprendemos en la iglesia y en lo que vivimos. Parece que lo aprendido y reflexionado se queda en ese santo lugar y no trasciende. Hay una enorme riqueza en cada enseñanza, pero por alguna razón nos cuesta llevarla a cabo, sin duda Dios puede hacer maravillas si sabemos vivir alegremente su Santo Evangelio en todas sus enseñanzas.
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Es promesa divina que en este caminar encontraremos obstáculos en nuestra fe, se presentarán tentaciones y atractivos como el poder, las riquezas, el mundo nos ofrecerá eso que a veces anhelamos, rechazando nuestro crecimiento espiritual. Sin embargo, todo tiene sus consecuencias, si elegimos las tentaciones del mundo, lo más probable es que terminemos siendo esclavos del pecado y la muerte.
Quienes luchamos por vivir el mensaje, por tratar de darle sentido a las palabras de Jesucristo en nuestras vidas cotidianas, podemos expresar que experimentamos confianza, paz y amor, una certeza que no puede ser definida, tan solo se siente. Es una actitud poco entendida para quienes no comprenden lo que es servir de forma gratuita y gozarse en la fuerza de la luz de Jesucristo.
“No me avergüenzo del evangelio, porque es poder de Dios para salvación a todo aquel que cree… Porque en el evangelio la justicia de Dios se revela por fe y para fe, como está escrito: Mas el justo por la fe vivirá”. Romanos 1,16-17.
Formación espiritual desde los hogares
A lo mejor, ésta sea la causa de no vivir el evangelio en plenitud, porque nos avergüenza y los criterios del mundo nos “obligan” a ser de cierta manera y si no respondemos como se espera, estaremos aislados y para algunas personas no es algo que quieran probar en sus vidas. Vivir el evangelio es mucho más que ser valientes, diría que se trata de ser coherentes y sencillos, definitivamente algo que el mundo no promueve y tampoco invita a serlo.
La formación espiritual debe originarse y tener su mayor fuerza y profundidad en los hogares, desafortunadamente, en las habitaciones es donde estamos perdiendo a nuestros hijos, con largas horas en sus pantallas, aislados, entretenidos con sus contenidos y video juegos, cada vez nos vamos alejando de ellos y ellos de nosotros. Nos hemos relajado en muchos temas y uno de ellos es no ofrecerles a nuestros hijos la espiritualidad y riqueza que hay en el evangelio.
El fruto es todo aquello que ahora nos alarma y altera, una sociedad sin valores, sin estructuras, sin futuro, sin Dios ¿Esto es el progreso? Indudablemente estoy a favor de mejorar como humanidad, pero no puedo dejar pasar que vamos hacia un libertinaje donde las reglas y leyes elementales se ignoran. La vida y la naturaleza tienen sus propias bases y por el afán de transgredirlas hemos dejado de lado la belleza y enseñanza del evangelio. Buenas noticias en este mundo donde abunda la desesperanza y destrucción.