Echando un vistazo al cartel del congreso de la Universidad Gregoriana ‘La dignidad del menor en el mundo digital’ que ha tenido lugar en Roma del 3 al 6 de octubre, vemos una hueste de los mejores expertos en diversos campos –Harvard, Interpol, Facebook, UNICEF, Microsoft…-. Son la ‘crème de la crème’, y otra muestra del inigualable poder del Vaticano para convocar, ya que nadie puede decir “no” a una invitación del Papa.
Desde la pérdida de los estados papales en 1870, el Vaticano ha tenido que hacerse un hueco en el mundo a base de un “poder blando”, apoyándose en la autoridad moral y el espacio público apabullante del papa para mover la pelota en asuntos que considera prioritarios.
Ese poder blando tiene muchas formas, pero una se ha desplegado especialmente en Roma esta semana en la Gregoriana: el poder de convocatoria.
Una de las verdades casi universales del papel del Vaticano en el mundo hoy es que prácticamente nadie dice “no” a una invitación del Papa. Puedes organizar cualquier tipo de evento que quieras, desde un estudio de inteligencia artificial a un simposio sobre el punk-rock en los 80, pero si viene con la promesa de un encuentro cara a cara con el Papa en algún momento, las autoridades mundiales en ese tema inevitablemente aparecerán.
Esa no es la única razón por la que vienen, por supuesto. Vienen porque son apasionados del tema en cuestión, porque Roma no es mal sitio para pasar unos días y porque se verán con amigos y colegas que “aran los mismos surcos”. Pero es justo decir que la atracción magnética del Papa no hace daño.
Estrategias contra el abuso a niños en Internet
Entre el 3 y el 6 de octubre, la Gregoriana ha acogido una cumbre internacional con el título ‘La dignidad del menor en el mundo digital’, dedicada al esfuerzo para combatir el abuso y la explotación infantil online, especialmente por la llamada “Red Oscura”. Es una región enorme de Internet, quizá la más grande, anónima y diseñada para ser indetectable, donde el 80% del tráfico es pornografía infantil.
Los participantes representan lo mejor de lo mejor de una amplio espectro de campos: un epidemiólogo de Harvard, el director de los Servicios Policiales de Interpol, el jefe de Política de Seguridad Global de Facebook, el antiguo director de una comisión africana sobre seguridad infantil, el jefe mundial de Protección Infantil de UNICEF o el jefe de Seguridad Online de Microsoft.
Y junto a todos estos académicos e investigadores, personas que han trabajado con el abuso infantil tanto estadísticamente como en un nivel cuantitativo, así como en las trincheras, con las víctimas en el día a día.
En otras palabras, durante cuatro días, las mentes más privilegiadas y los actores en el área de la protección infantil están reunidos en la Gregoriana, bajo el auspicio de la Iglesia, el Vaticano y el Papa, para desarrollar una estrategia más amplia e integral para combatir las cambiantes formas de abuso.
Los mismos participantes reconocían estar asombrados por la confluencia de grandes mentes, y la Dra. Elizabeth L. Letourneau de la Universidad Johns Hopkins así lo afirmaba, dando crédito al “extraordinario poder de convocatoria” que refleja el evento.
Y por lo menos, dos cuestiones nos sorprenden. La primera es cómo una institución elige desplegar su fuerza, ya sea suave o dura, eso define muy claramente sus prioridades. Tal vez todo el mundo dice que “sí” a una invitación del Papa, pero el Papa realmente no puede invitar a todo el mundo: debe seleccionar y elegir, dependiendo de la importancia y la urgencia.
En este caso, la Gregoriana en primer lugar, y el Vaticano en segundo, quieren transmitir que la protección del menor importa, y que, de todas las causas dignas que hay en el mundo, esta es una a la que le quieren dedicar tiempo y valor.
Los cínicos pueden decir que esto es en parte un ejercicio de maquillaje, diseñado para desviar la atención sobre los propios escándalos de abusos en la Iglesia. Es una acusación algo tonta por dos razones:
una, las personas que han organizado este congreso –el P. alemán Hans Zollner, cabeza del Centro de Protección infantil de la Gregoriana, coordinador de la conferencia, y el americano Mons. Stephen Rosseti, un líder desde hace mucho tiempo en la lucha contra el abuso infantil y que está en el Comité Científico del Congreso– son precisamente los que han pasado las últimas décadas luchando, a menudo con costes personales, para hacer visibles los escándalos por abusos.
La segunda razón, si quieres que el mundo se olvide de que has tenido problemas con el abuso infantil, organizar una cumbre al más alto nivel, con las voces más afinadas del planeta e invitar (incluso rogar) a los medios mundiales de comunicación que lo cubran, no es la mejor estrategia de ocultamiento que se haya visto.
Como nota de esta observación, diremos que esta cumbre se ha desarrollado bajo una especie de nube, ya que ahora mismo el Vaticano afronta su propio escándalo de pornografía infantil que implica a un diplomático llamado a Washington tras ser marcado por una posible sospecha de las autoridades americana y para el que se ha emitido una orden de arresto en Canadá.
Nadie aquí elude esa coincidencia. Rossetti, por ejemplo, en declaraciones a Crux el pasado miércoles, dijo que el Vaticano necesita ser más cercano en la comunicación de cómo está manejando este asunto. Cree que se hará lo correcto, pero alguien tiene que salir y contarlo.
Lo que es curioso es que solo discute sobre esto la gente de Iglesia. Ninguno de los otros participantes lo ha mencionado en los talleres del miércoles y tampoco había mucho rumor en los pasillos.
Al contrario, la impresión general es que este congreso es la punta del iceberg de lo que la contribución de la Iglesia católica puede llegar a ser, no como parte del problema, sino como solución.
En otras palabras, a veces el poder de convocatoria no es solo juntar un impresionante grupo de VIP para demostrar la capacidad de unir. También es sacudir las conversaciones habituales para abrir nuevos horizontes y hacer algo positivo, más allá de lamentarnos por lo que hemos hecho mal.