Nos encontramos ante un enorme desafío de cuatro motores: un nuevo modo emergente de desarrollo basado en la IA, la alianza global antiliberal (llamada nueva Era) liderada por China que incluye a un tercio de la humanidad, el hipercapitalismo que divide en más desigualdades y disuelve las relaciones humanas, y una crisis ontológica causada por el relativismo y nihilismo. ¿Sigue siendo suficiente el principio moderno de universalización para abordarlos o será necesario otro eje histórico más profundo?
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No ha habido ningún gran desafío a nuestra civilización que no haya requerido su profunda reconversión. La policrisis de 1973 trajo el modelo que ha durado los últimos 50 años, la horrible sima de muertos de la 2WW se logró superar gracias a la nueva civilización de los DDHH, la crisis capitalista del siglo XIX gracias a los Estados de bienestar, la decadencia monárquica del siglo XVIII gracias a las democratizaciones liberales, la crisis medieval del siglo de la peste gracias a la modernidad del Renacimiento, etc.
¿Es suficiente la modernidad?
El eje de la modernidad ha consistido durante más de medio milenio en una progresiva dinámica de mundialización, integración, razón, igualdad, fraternidad, democracia, Estado de bienestar, liberalismo, unidad, transculturalidad, ecología… Todos ellos son modos de aplicar la universalidad, que es el principio axial de la modernidad. Pero ¿es suficiente ese eje o acaso los retos ante los que nos encontramos requieren otro más profundo? ¿Los nuevos descubrimientos y las nuevas oportunidades que trae este siglo XXI nos exigen y proporcionan otro posible eje histórico?
En cualquier caso, no es un camino antimoderno, sino una profundización de la universalidad, del mismo modo que la modernidad fue una profundización de la búsqueda de orden que preocupaba a la Edad Media. De la modernidad solo hemos de liberarnos de lo que no es auténticamente universal, es decir, de lo antimoderno. No se trata de regresar a una encrucijada del pasado de la que salía una vía alternativa a la modernidad.
La solución no es desde luego un retorno a autoritarismos ni divisiones de ningún tipo. La diferencia es ahondar del eje histórico de la universalidad hacia un nuevo eje que ponga en el centro el amor. No es antimodernismo ni tampoco es mero postmodernismo, sino una profundización que tome lo imprescindible y mejor de la modernidad y lo haga sostenible y capaz de responder y aprovechar este cambio que no es solo de época, sino de edad.
La Razón de Amor: impoder, poliedro e interioridad.
Nuestra civilización solo superará los retos y aprovechará prudentemente los nuevos recursos si se reconstruye desde una razón más profunda. El centro de esa nueva edad que se necesita es una nueva comprensión de la razón última de todo y que identificamos como la Razón de Amor, que abraza el Verbo y el Rostro, muy familiar de la Razón cordial que tanto han desarrollado los filósofos Jesús Conill y Adela Cortina.
Va emergiendo una red de principios que apuntan a esa imprescindible renovación de nuestra civilización. Entre los principios recivilizadores intuimos tres especialmente fértiles: el impoder, el poliedro y la interioridad.
- Primero, la modernidad dejaría paso a una civilización basada en el impoder ―aquello que solo con amor (entrega, gracia, don) se puede conseguir― que acompaña a la vulnerabilidad, la reconciliación y la altricialidad ―la humana dependencia de los otros―, y da forma a la Sociedad de los Cuidados. Esto supone, por ejemplo, hacer evolucionar el Estado de bienestar y el modo de desarrollo económico a nuevos modelos.
- Segundo, la comunión de un poliedro en el que el desarrollo de las singularidades profundiza también la singularidad y asimetría de los vínculos, y profundiza sinodalmente la democracia. Esto conduce a una reconsideración no individualista del yo y una no colectivista del nosotros, sino otro modo de conjugar la comunión.
- Tercero, el desarrollo de la interioridad personal y colectiva que hace posible una nueva cultura pública de discernimiento y combinar la aventura de lo infinito y la sostenibilidad de la vida, gracias a la dimensión epistemológica espiritual y mistérica de la conciencia humana. Esto nos haría evolucionar decididamente no solamente los sistemas formativos, sino los modos de conocimiento y decisión en las comunidades y organizaciones.
Todo el programa histórico moderno de unidad es imprescindible, pero la performación de principios como éstos nos salvarían de errores y riesgos crónicos de la modernidad y habilitarían nuevas vías para superar los actuales riesgos y potenciar oportunidades.
¿Una nueva Ilustración o la Nueva Era china?
¿Pero por qué el impoder, el poliedro y la interioridad no podrían ser desarrollos dentro de la modernidad? ¿Acaso no son de algún modo formas de unir o integrar dimensiones aún no suficientemente incorporadas o se han ido descuidando? ¿Es que hay un camino que no debe ir por la universalización? ¿Es una nueva profundización de la modernidad u otro principio? ¿Responder a las incertidumbres de lo que las cosas son no es un modo de universalizar igual que la razón ilustrada integró los muy distintos modos de pensar, sentir, conocer o crear? ¿No estamos de algún modo en una nueva Ilustración? ¿Acaso el discernimiento espiritual de Ignacio de Loyola, la mística carmelita, la razón corazón de Pascal, el silencio existencialista o la alteridad levinasiana no son frutos que han surgido de las entrañas de la modernidad e impulsaron ―y siguen impulsando― profundizaciones y evoluciones de la misma? ¿Está la modernidad agotada o puede más?
La Nueva Era antiliberal propuesta por China, la fuerza disolvente del hipercapitalismo, el nihilismo y algunos de los riesgos que se vislumbran en el modo de desarrollo de la Inteligencia Artificial parece que son precisamente los que impulsan superar la edad moderna e iniciar una nueva. ¿No habría que más bien explorar nuevos desarrollos en las potencialidades modernas? ¿Evitar el corte con la tradición moderna no sería un modo de defender lo que en ella hay de imprescindible, sobre todo la democracia y los Derechos Humanos?
China propone expresamente incluso superar la era, que, aunque hay muchas visiones, es principalmente una era cristiana, o una era que tiene sus raíces en el cambio axial del siglo V antes de Cristo ―con el surgimiento de la filosofía griega y la escritura de la Biblia hebrea― y culmina en el universo de Cristo, la era bibliohelénica de Atenas y Jerusalén.
El antihegemonismo que lidera China critica la modernidad como una edad occidental que se ha impuesto en todo el planeta principalmente a través de una sucesión de imperialismos, evangelización, colonialismo y dominio capitalista. ¿Es posible una modernidad más poliédrica capaz de integrar las singularidades ―con sus sabidurías― de toda la diversidad mundial, capaz de reconciliar en los problemas que han dado lugar a un planeta herido?
¿Es capaz la modernidad de integrar desde una razón de amor que aúne todas las dimensiones del ser humano? ¿Es capaz de avanzar en una comunión de singularidades y vinculaciones en la que las libertades potencian las comunidades? ¿Puede la modernidad relacionarse con la paradoja de integrar lo infinito, lo misterioso, la apertura radical que supone la espiritualidad? ¿Puede la modernidad hacer silencio?
Por un lado, buscamos una radicalidad transhistórica capaz de hacer realidad lo que Pablo VI llamó en la Navidad de 1975 la ‘Civilización del Amor’. Por otro lado, necesitamos defender que los imprescindibles logros de la modernidad sigan vigentes y desarrollándose. La humanidad al borde del año 2025 se encuentra en esta encrucijada: ¿otro nuevo camino alternativo o persistir y profundizar en el moderno? Escribo este texto en la intemporalidad que uno siente mientras estoy en el hermoso Monasterio de Poio, pero con la convicción de que esa decisión ya está en marcha en el mundo y todos formamos parte de ella.